El autoconocimiento y las palabras.

Autor: Eufrasio Guzmán Mesa
24 agosto de 2017 - 12:07 AM

Es casi imposible en muchos casos el conocimiento de sí pues los seres humanos estamos fascinados con las ficciones de nuestra mente

Es difícil el autoconocimiento. No somos capaces de vernos con la severidad que utilizamos con los otros y esto lo consagra muy bien el dicho bíblico de ver la paja en el ojo ajeno y desconocer la viga en el propio. Nos engañamos sobre el curso de nuestros pensamientos y sentimientos pues las omnipresentes crisis y los tránsitos importantes no siempre van acompañados de una conciencia clara y duradera. Fue el pensamiento psicoanalítico y más remotamente la propia filosofía quienes subrayaron este carácter parcial y limitado de la conciencia. Por ello mismo, y por la complejidad de la realidad, los mitos aparecen con fuerza demoledora que neutraliza la deseable capacidad de buen juicio y conduce la mente individual y colectiva hacia el error o la adopción de teorías endebles. Además tenemos que contar con un amor propio que es astuto y engañoso pues nuestra vanidad es traviesa y fantasiosa; y eso sin contar los intereses personales que actúan a veces como lente oscuro que nos impide ver lo limitado de nuestro propio conocimiento. Reto mayor es el conocerse a sí mismo pues en otras ocasiones es la vergüenza o la descarada soberbia la que nos impide reconocer los errores.

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Es casi imposible en muchos casos el conocimiento de sí pues los seres humanos estamos fascinados con las ficciones de nuestra mente, eso es mitomanía y muchas personas las defienden por décadas, lo que entraña cierta ofuscación interminable de la mente. Y a esta dificultad hay que sumarle el papel del lenguaje en el autoconocimiento. Como seres de lenguaje entendemos mucho mejor que estamos hechos de palabras que pueden ayudar a nuestra comprensión o desviarnos. Ellas, dijo Leo Rosten, son el opio de la raza humana. Son un narcótico poderoso, un estimulante al corazón y al cerebro; pueden ser evocativas, alucinatorias o mortales como en el anuncio que aniquila a quien lo recibe. Las palabras sirven para enseñar, comunicar y también para herir, glorificar, enardecer o degradar. Las palabras comunican almas y sociedades. Y el hondo dramatismo que entraña el deterioro del sistema nervioso aquejado de Alzheimer o de otras deficiencias se explica por la peste del olvido y así se va entrando en una erosión profunda del ser.

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Estas herramientas de autocomprensión que son las palabras requieren cautela. Con ellas nos podemos enredar; un ejemplo, no es lo mismo decir: es “alcohólico”, o “tiene problemas con la bebida”, “bebe inmoderadamente” o es “un borracho”. Las palabras que utilizamos para describirnos tienen una importancia crucial. Otro ejemplo, no es igual si alguien se considera un artesano o un artista. Si elige lo primero acepta una tradición de trabajo y sencillez. Si quiere ser artista, se relaciona con unas ideas con raíces en la cultura francesa y el ideal romántico. Esta tradición piensa el proceso creativo creyendo que la inspiración existe y solo hay que recibir la visita de la ninfa sagrada. Por el contrario opino que es valioso que el trabajador de las palabras debe estar enterado de todo lo que su gente oye, siente o piensa, tiene que ser curioso, activo y mantener disciplina de estudio. Quien como los poetas desee expresar su mundo, o practicar la etnografía interior, debe saber que las palabras entrañan un peligro que se conjura con el estudio y tienen una posibilidad efectiva, acompañadas de reflexión y cuidado. Le vale mejor al escritor no tener ínfulas de artista y aceptar que su labor es humilde y persistente como la de un artesano y no que su vida es rimbombante y grandiosa. El autoconocimiento es un logro extraordinario de los seres humanos y es un paso indiscutible en el camino hacia la sabiduría, la cual además tiene en el silencio un espacio privilegiado de expresión.

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