El pasado 23 de junio, un 52% de ciudadanos británicos votó para que su país se desligara de Bruselas, decisión que ahora plantea un sinfín de incógnitas, mientras se especula con las fechas en que se formalizará la separación.
El rechazo a la inmigración y a las consecuencias de la globalización económica llevó a los británicos a votar en 2016 a favor de abandonar la Unión Europea (UE), un punto de inflexión en la historia del Reino Unido que ha sumido al país en la incertidumbre.
El 51,9% de los votantes dio la espalda tanto al Gobierno conservador como a la oposición laborista, que defendieron la permanencia en el bloque comunitario, y optó en cambio por la ruptura con Europa en el referéndum del 23 de junio.
David Cameron, quien convocó la consulta convencido de que el “sí” a la UE ganaría con holgura, dimitió como primer ministro horas después de conocer el resultado de la votación y dejó paso como sucesora a Theresa May, hasta entonces a cargo de las políticas migratorias como ministra de Interior.
Antes de abril de 2017, May espera iniciar de forma oficial un complejo diálogo con Bruselas en el que se enfrenta al dilema de elegir entre el acceso al mercado único europeo y el cierre de las fronteras a los comunitarios, dos opciones que para la UE son excluyentes.
Miles de funcionarios de todos los ministerios -una fuerza de trabajo descrita como la mayor puesta en marcha en el Reino Unido desde la Segunda Guerra Mundial- diseña contra reloj un plan de divorcio que nadie había comenzado a elaborar antes del referéndum.
El acuerdo de desconexión con Bruselas determinará la deuda acumulada de Londres con la UE, que el Reino Unido podría verse obligado a continuar pagando una vez fuera del grupo, así como el nuevo rol británico en multitud de mecanismos comunes.
Está en juego el futuro del Reino Unido en la unión aduanera comunitaria, la Agencia Europea del Medicamento, la Oficina Europea de Patentes, la cooperación fronteriza, Europol, la Agencia Espacial Europea, el Cielo Único Europeo y las cuotas pesqueras, entre otras incógnitas sobre la mesa.
El voto por el brexit no sólo sacudió el Gobierno de Cameron, sino que abrió una de las mayores crisis en la historia del Partido Laborista.
Su líder, el veterano euroescéptico Jeremy Corbyn, se vio obligado a convocar unas primarias ante la dimisión de gran parte de su equipo, que le acusó de haber boicoteado la campaña a favor de la permanencia en la UE con su falta de entusiasmo.