El Salón Málaga, 60 años en farra y alegría

Autor: Santiago Jaramillo Morales
12 noviembre de 2017 - 02:00 PM

El próximo jueves 16 de noviembre se cumplen 60 años desde que Gustavo Arteaga fundó el Salón Málaga, un nodo de los recuerdos que ameniza la carrera Bolívar con las melodías del siglo pasado. La celebración se realizará en el Teatro Lido, a las 6:00 p.m.

Medellín

Cuando trabajaba con su padre en el Café Cisneros, en Carabobo y San Juan, Gustavo Arteaga solía decirle a un amigo que quería un negocio “más cerca al Centro”, un barcito en el cual poner a sonar sus discos de 78 revoluciones, que desde muy ‘sardino’ empezó a coleccionar. 

Por 7.000 pesos de la época compró su local en Maturín, entre Abejorral y Junín, una calle de pueblo con casas de bahareque, al que le puso seis o siete mesas y una rocola que gozaba del mejor sonido. Allí inició el Salón Málaga, que hoy luce su icónico cachorro observando el tocadiscos; centro de los recuerdos de un Medellín que ya se fue.

Hoy, aún después de 60 años, se ve a Gustavo Arteaga desde su balcón, programando su colección, que ya acumula más de 7.000 discos. Hace los Lunes del tango, los Jueves del bolero, los Viernes de lo que pida la gente, desde las dos de la tarde hasta las ocho de la noche. “Creo que eso es lo que le da la vida a él, estar ‘sobando’ sus discos, estar poniendo toda esa música”, contó César Arteaga, hijo de Gustavo y actual administrador del local. “Él es un verdadero coleccionista, aquel que ha tenido una videncia en el tiempo con cada uno de sus temas cuando los conseguía, quien dice ‘yo conseguí esta canción porque la estaba buscando y, cuando la conseguí, la saboreé y me alegré con ella’. Lo he visto llorando cuando se le ha quebrado uno de sus discos”, añadió el hijo. 

Frente a las farolas que se suceden hasta llegar a la estación San Antonio del Metro de Medellín, el Málaga se ha convertido en un lugar más emocional, más de los recuerdos y de la memoria. “Está ubicado en el barrio que otrora se llamaba Guayaquil, vecindario de trabajadores y empresarios, de vehículos transportadores de mercancía alimenticia para la ciudad, de vida nocturna arisca en las copas de un bajo mundo donde prevalecía el tango, la ranchera mexicana y los billares trasnochadores”, narró Jaime Jaramillo Panesso, expresidente de la Asociación Gardeliana de Colombia y fiel cliente del Salón.

El arraigo que despertó el sitio aún puede verse en el aprecio de sus clientes. Son numerosos los hechos que soportan la afirmación de que “la familia Arteaga será quien administre el Salón Málaga, pero sus dueños son un colectivo de personas quienes tienen un arraigo, que lo quieren y que lo cuidan”. 

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La vida del Salón Málaga

Hace diez años, cuatro clientes quienes se reunían los martes alrededor de un buen café idearon lo que se conocería como la Tertulia de los amigos del Málaga, “el encuentro de conocimiento del Salón Málaga, porque están los intelectuales que se reúnen sagradamente a dictar una conferencia, hacer una charla o a celebrar sus cumpleaños”, detalló César. Ocurrió que, con el paso de los años, la “barra querida” pasó a tener más de 60 amigos del Málaga. Hoy en día se toman los martes para iniciar su discusión amistosa sobre la época que preserva el Salón, no sin antes entonar, con mano al pecho, el himno que le compuso a la Tertulia el maestro Julio César Villafuerte:

Compañeros, tertulios y amigos
nuestro grupo es ejemplo de paz,
los artistas serán bienvenidos
y aquí un himno con fe se cantará.

Trabajando unidos lograremos
darle lustre a nuestra gran nación,
adelante, de pie entonaremos
para Antioquia la más linda canción.

La tertulia de amigos del 
Málaga
fue fundada con firme lealtad,
2007 fue el año elegido
fecha insigne que nadie olvidará.

Cada martes, siempre nos citamos
demostrando que hay vida, alma y
acción,
sentimientos de hacer bien
llevamos 
y pedimos a Dios su bendición
.

Otro programa del Salón Málaga, que es inmutable en sus géneros musicales, ya lleva casi 20 años, se trata de su show del tango todos los segundos miércoles del mes, pero no se ha quedado encasillado en su puesto de la carrera Bolívar. 

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Su emisora virtual, creada con la corporación Salón Málaga, abrió la oportunidad de trascender y salir del local. Arteaga hijo afirmó que la escuchan sobre todo las colonias de colombianos radicadas en el mundo, especialmente en los EE. UU. Unos de sus miembros, cuando volvían a Medellín, encontraron un lugar en el Centro donde podían escuchar la música de su época, con los discos originales de 78 y en ocho rocolas funcionales. 

Son ellos, en parte, los responsables de las visitas de extranjeros por la reputación positiva que han difundido en sus países. El resto del crédito se lo lleva la emisora digital y el actor mexicano Damián Alcázar, pues “cada mexicano que visita el Málaga lo hace porque Damián le dijo que tenía que ir al mejor negocio de Medellín”, narró Arteaga, con gracia.

Su impulso a la formación artística en la última década, con clases de técnica vocal y de tango, le han llevado a ganar varios festivales del género en el país y en el exterior. El amplio salón que tiene en su planta baja, debajo del bar, es el espacio donde entrenan futuros bailarines y cantantes del género.

Y el deseo de Gustavo de estar “más cerca al Centro” no se quedó en ubicarse en las cercanías del Parque Berrío. Hoy, el Salón quiere cumplir su función primogénita a través de estos procesos: aportar a la recuperación del corazón de la ciudad con un espacio que promueva su cultura e historia, de puertas abiertas para la ciudadanía y de descanso para los turistas. En palabras de Jaime Jaramillo, el Málaga es “un refugio. En Colombia no existe otro como él, que se sienta protegido por los rieles del Metro. Pero el Málaga tiene un defecto: no fían”.

 

“Sentir que es un soplo la vida”

El episodio del 6 de marzo de 2016, cuando las llamas en el Centro Comercial Sanpedro consumieron todo el edificio y se extendieron a los pisos superiores del local, reveló a la familia la fragilidad del Salón Málaga, cómo podía desaparecer de un momento a otro; pero surgió también el cariño por parte de toda la ciudad hacia un establecimiento que le ha apostado todo a resistir.

El próximo jueves 16 de septiembre, la familia del Salón Málaga celebrará sus 60 años en el Teatro Lido junto a otro pilar de Medellín: la banda sinfónica de la Universidad de Antioquia. Con  ella sonarán David Gutiérrez, Carmen Úsuga y las agrupaciones especiales invitadas. La cita, como de costumbre, es a las seis de la tarde con entrada libre para todos los ciudadanos. “Hay que hacer la fila, llegar tempranito”, recomendó César.

 


La “silla del avión de Gardel”

“El Málaga es una reliquia”. Es la apreciación de Jaime Jaramillo Panesso, expresidente de la Asociación Gardeliana de Colombia, compartida por muchos habitantes de la ciudad y del mundo, que se debe en gran parte a las cientos de fotografías del antiguo Medellín y a las rocolas, teléfonos, radios y máquinas tocadiscos que sirven de decoración.

Uno de sus artilugios menos conocidos despierta cierto interés: oculta en la planta baja, donde se dan las clases de baile y técnica vocal, se encontraba una “silla del avión de Gardel”, que el negocio “alquiló” gratuitamente por un tiempo. 

Hace dos años, César Arteaga llegó al Málaga y su padre le contó una historia que despertaría la atención inmediata de cualquier amante del tango: uno de los asientos del F-31 en el que murió Gardel sobrevivió al accidente de 1935 y su propietario había dejado tan preciado tesoro en el Málaga “para que le echara un vistazo”. César se rió.

Pasó poco tiempo hasta que el hombre apareció en la entrada para hablarle en persona de la valerosa sobreviviente. “Se la dejo en diez millones”, le dijo al acabar su explicación.

La silla, en efecto, parecía ser un viejo asiento de avión. Era acolchada, sin portabrazos y con patas diseñadas para estar agarrada al piso, pero, fuera de algunos daños (que más parecían de edad), al famoso asiento no se le veían por ningún lado las marcas que deja haber estado en una bola de fuego.

Si alguien creyó su historia, Arteaga no fue uno de ellos y respondió que no estaba interesado pese a la insistencia del vendedor. Ante la negativa, el hombre dio un giro y dijo que si le podía hacer el favor de guardar su silla para volver por ella más tarde. Y se fue. Quedó estorbándole a los Arteaga bajo el piso principal por al menos cuatro meses, de vez en cuando llamando la atención con el letrero que mantenía a su lado, reafirmando ser la del F-31.

Relatos como este abundan en la ciudad que vio extinguir las llamas del aeropuerto Las Playas, pues la historia del Medellín del siglo XX no puede contarse sin Carlos Gardel, como la leyenda del Zorzal no está completa sin su trágico final en Medellín. Son el Salón Málaga y las casas del tango de la capital antioqueña las que les permiten resistir el olvido.

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Comentarios:

Edgar
Edgar
2017-11-13 09:03:00
El Salón Málaga, excelente lugar para descansar del ajetreo diario, tomar una cervecita , un roncito en compañía de amables notas.

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