La exposición Patio de esculturas del Museo de Arte Moderno de Medellín (Mamm) permite al público acercarse a las formas contemporáneas, desmitificando los ideales clásicos y modernos de la escultura tradicional de pedestal, en la ciudad de Fernando Botero y sus volúmenes en bronce.
La relación arquitectura-arte ha sido fundamental en la historia de la plástica nacional, y más si se miran sus últimos cincuenta años.
Haciendo esa indagación retrospectiva, un ciudadano puede evidenciar cómo los creadores antioqueños (o aquellos nacidos en otras ciudades que han hecho su carrera en Medellín) han tenido un papel destacado, por motivos como la formación y el ejercicio de varios de ellos en la Arquitectura (Pedro Nel Gómez, John Castles, Luis Fernando Peláez, Hugo Zapata, Félix Ángel, por mencionar algunos). También tiene que ver la relación de la región con el urbanismo y la infraestructura.
Esa generación, todavía vigente y activa, entregó a la plástica, además de sus obras, una herencia de la relación espacio-forma que sigue viva, inspirando a nuevos creadores de mediana trayectoria o emergentes, quienes palpitan todavía con perspectivas, volúmenes, tridimensionalidad e interacción con el visitante, como se puede ver en Patio de esculturas, exposición que el Mamm tiene abierta al público, con obras de Jorge Julián Aristizábal, Juan Caicedo, Cristina Castagna, Iván Hurtado, Edwin Monsalve, Pablo Mora, Federico Ortegón, Eugenia Pérez, Jeison Sierra y Alejandro Tobón.
Se trata de una muestra colectiva con diversidad de formatos, materiales y maneras de hacer escultura, que va desde fálicos objetos de plástico hasta tejidos en gran formato. No es una exposición de escultura convencional, porque esas creaciones de “pedestal”, fundamentales para el arte moderno y el clásico, hoy poco parecen interesarles a los artistas locales, quienes amplían los límites a, por ejemplo, sobreponer documentos viejos (del archivo judicial), para reflexionar sobre la inoperancia de la justicia en Colombia, como lo hace Pablo Mora.
Jorge Julián Aristizábal, por su parte, plantea una divertida relación con el falo, una reflexión sobre la sexualidad, con su escultura A mis hombres, en la que elementos de plástico alargados construyen una gran torre que, en especial las mujeres durante la inauguración de esta exposición, se detienen a ver de cerca.
Otras de las obras que llama la atención es la de Eugenia Pérez, quien usó el tejido para construir una esfera de gran formato, con maestría al tejer dimensiones amplias en lana, que toma en el reflejo (con una luz que le ponen detrás), el universo ampliado del espacio. Es como si fueran dos esculturas, una física, esa esfera colgante hecha a mano, y otra más: su reflejo en la pared blanca, que da un toque de visualidad majestuosa.
Iván Hurtado exhibe una estructura de madera sobre la cual van sus esculturas devastadas, sus piedras afectadas por el paso del tiempo, siendo, entre los expositores, uno de los que más denota el trabajo de la escultura. Como ya lo había hecho en Arcomadrid 2015, además de otras muestras, Hurtado presenta obras en pequeños formatos, esculturas en piedra, que se unen a una gran madre, desmontando la idea de la inmensidad en la creación escultórica. Habla, quizás, de cómo el pensamiento antioqueño (y colombiano) de grandes plazas y parques con fuentes y bustos se ha visto afectada por la violencia.
Finalmente, entre lo que vale la pena resltar de la exposición, es necesario mencionar la escultura participativa que entregó Juan Guillermo Caicedo, quien instaló alrededor de la nave central del Edificio de Talleres Robledo del Mamm, donde está la muestra; una serie de lámparas que tenían al lado objetos, como martillos y mazos, para ser destruidas. Y así fue, con sorpresa, los asistentes a la muestra escucharon la destrucción de estos artefactos de vidrio, como un juego de luz y oscuridad, de presencia y ausencia de los cuerpos físicos.