La educación de los niños y las niñas del presente no es un asunto menor a la hora de elegir a quienes tendrán en sus manos el destino político inmediato.
Ana María Lara Sallenave*
Quienes dirijan el destino de nuestro país y sus regiones como resultado de las próximas elecciones, tienen que ser aquellos que por su claridad política entiendan que la educación construida sobre contenidos y principios pertinentes es la estrategia más poderosa para la transformación de un contexto que quiere mirar el futuro con esperanza.
Las dificultades de un país como Colombia parecen inatajables. En periodo de contienda electoral los problemas más álgidos se ponen en el centro de la discusión; hay candidatos que les dan prioridad a unos más que a otros. No es arriesgado afirmar que el oportunismo político hace de los problemas un pretexto para hacerse al poder. Pero en el mar de discursos y promesas, también puede haber quienes hagan propuestas honestas y esperanzadoras.
La educación de los niños y las niñas del presente no es un asunto menor a la hora de elegir a quienes tendrán en sus manos el destino político inmediato. En ella convergen aspectos medulares para la construcción de una nación diversa que adelanta la resolución de un conflicto sociopolítico de larga duración y que intenta participar de los procesos de globalización económica.
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En los últimos años se ha avanzado en cobertura y no es despreciable el aumento logrado en inversión para el sector. Esperemos que esto continúe: la presión de la guerra ha disminuido y los gastos en seguridad podrán dirigirse a otros rubros. Así mismo, lo deseable –y también urgente- es que los datos sobre permanencia sean más alentadores, que los niños no deserten y que su paso por la escuela tenga sentido gracias a la pertinencia de los contenidos, de comprobar que lo se aprende sirve para la vida, para la convivencia, para la relación con el ambiente, con la región en que se habita y con el mundo. La capacidad, sensibilidad y visión de nuestros líderes debe estar también en entender y promover las condiciones económicas, administrativas, locativas y de formación continua y permanente (de maestros, directivos y funcionarios) requerida para que la escuela sea ese espacio en el que se educan las nuevas generaciones en muchos y diversos registros y normas sociales: la escuela introduce y radica a las personas en la cultura, les conduce a consensuar cómo y qué debe pensarse, cómo y qué debe sentirse, cómo se deben hacer las cosas y qué cosas se deben hacer.
No existe un repertorio unívoco de temas o asignaturas para tal fin. De cara a su función primordial, la escuela puede ocurrir de múltiples maneras; con modelos que en unas ocasiones pueden ser más eficaces que otros, en tanto correspondan con las necesidades sociales, no prioritariamente productivas o jerárquicas. Paradójicamente lo que suele considerarse más importante es cuánto y a qué ritmo se produce y se califica según una escala numérica o alfabética. Si bien ambas capacidades son importantes en cualquier sociedad, con independencia de su ideología o racionalidad productiva, lo fundamental es formar en las normas que solidifican al cuerpo social; que generan estructuras que mantienen en solidez la vida común, inclusive para que ésta sea móvil y plástica, y que así ofrezca múltiples posibilidades de encontrar un lugar en la sociedad que genere satisfacción. Eso es justamente la solidaridad, en un sentido trascendental.
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Los niños de las zonas rurales, de las comunidades indígenas y afrodescendientes, que son los que más han vivido el conflicto, merecen tejer su destino en una escuela que contemple y comprehenda sus contextos, sus necesidades y sus sueños. Y quienes vivieron menos los rigores de la guerra necesitan reconocer a los otros como semejantes.
Para que una sociedad se reproduzca y multiplique a larguísimo plazo, aparte de una formación orientada a sostener una relación de equilibrio y reciprocidad con su entorno, requiere de una continua formación en la solidaridad. La búsqueda de la felicidad y el bienestar colectivos está cimentada en ese valor. Lo fundamental de cualquier proceso educativo es formar buenas personas: buenos compañeros, buenas parejas, buenos vecinos, buenos padres, buenos hijos. Para ello se necesita un apoyo decidido al sistema educativo, que se manifieste en espacios físicos adecuados, en acceso a las nuevas tecnologías, en la posibilidad de que los maestros trabajen en condiciones dignas para, así, tener el tiempo y las ganas de entablar relaciones dialógicas con los alumnos y con la comunidad, con miras a reconocer las singularidades, las potencialidades y transformar colectivamente aquello que abre brechas y nos aleja como seres humanos.
Entonces, para elegir y votar, estamos llamados a discernir y a poner en el centro de nuestra decisión uno de los asuntos que le atañen directamente: la educación.
*Asesora en la Fundación Empresarios por la Educación, una organización de la sociedad civil que conecta sueños, proyectos, actores y recursos para contribuir al mejoramiento de la calidad educativa.