El expresidente Rafael Vicente Correa Delgado, que gobernó entre 2007 y 2017, supo aprovechar los recursos disponibles para invertirlos eficazmente en infraestructura y desarrollo social
Mi esposa y yo, que acabamos de recorrer en automóvil una buena parte del Ecuador, encontramos un país con evidentes señales de progreso, tanto en lo material como en lo social, muy distante de la imagen de atraso y pobreza que llevábamos.
Todo indica que el expresidente Rafael Vicente Correa Delgado, que gobernó entre 2007 y 2017, supo aprovechar los recursos disponibles para invertirlos eficazmente en infraestructura y desarrollo social. Con este comentario no estoy haciendo apología de una ideología política, sino reconociendo “a César lo que es de César”.
Viajar por Ecuador es una rica experiencia, gracias a la presencia de volcanes imponentes, valles extensos, cañones profundos, pueblos señoriales y cultura raizal. Sin embargo, no son el paisaje y la tradición lo único que llama la atención. Se destaca, por ejemplo, la alta calidad de su sistema de carreteras principales y secundarias. Nos preguntamos por qué Colombia no ha sido capaz de despegar en esta materia. En lo único que nuestras carreteras superan las ecuatorianas es en el costo de los peajes, que es tres veces mayor.
En ese paisaje hay algo envidiable: Tanto las mesetas y las laderas andinas como las llanuras costeras están cubiertas de cultivos de toda clase hasta donde la vista alcanza. Sembrados de maíz, plátano, cacao, papa, algodón, leguminosas, palma africana, frutales, pastos y muchos otros se inician al borde de las vías, besan las paredes de las casitas campesinas y ocupan cada metro cuadrado aprovechable. El contraste con Colombia es evidente, pues en nuestras carreteras el paisaje lo conforman casi exclusivamente potreros con ganadería extensiva y muy pocos cultivos. Siempre que viajo por mi país me pregunto dónde está nuestra agricultura.
Ecuador alcanzó en esta década la autosuficiencia en generación eléctrica. A principios de 2016, cuando Colombia estuvo a punto de un déficit eléctrico, nuestro vecino nos vendió electricidad y nos evitó el racionamiento. Unos años atrás, él nos la compraba.
La inversión social en materia de salud y educación se ha orientado en Ecuador a favorecer las clases sociales más pobres. Se han mejorado la cobertura y la calidad de colegios y universidades al alcance de la gente de menores ingresos. Lo mismo en dotación de hospitales en barrios marginados y en poblaciones medianas y pequeñas.
En 2002, en ambos países el índice de Gini estaba en 57. Recuérdese que este indicador se mueve entre cero y cien, y mide el grado de inequidad social. En Colombia, los gobiernos sucesivos de Álvaro Uribe y de Juan Manuel Santos apenas han logrado reducirlo a 54. La mejora ha sido mínima. En contraste, Rafael Correa entregó el país con un índice de Gini de 45. La mejora fue sustancial. Los impuestos tienen un carácter redistributivo mucho mejor en Ecuador que en Colombia, y allá la inversión social es más eficaz. El desempleo en Colombia es del diez por ciento y en Ecuador, apenas del cuatro por ciento.
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Estas diferencias no se explican por los recursos disponibles, que son muy parecidos. El producto interno bruto (alrededor de los seis mil dólares por habitante y por año) y el salario mínimo (aproximadamente 240 dólares por mes) son similares, siendo ligeramente superiores en el Ecuador. Los niveles de industrialización de ambos países son parecidos, es decir, relativamente bajos. Al igual que en Colombia, el principal producto ecuatoriano de exportación es el petróleo, y por lo tanto ambos recibieron los beneficios de la reciente bonanza en sus precios.
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Hasta los niveles de corrupción, desafortunadamente, son parecidos.
La real diferencia está en la manera como los gobiernos han sabido aprovechar sus recursos.
Ciertamente no puede decirse que la situación en Ecuador sea perfecta. Pero sí nos quedó la sensación de que la voluntad política es determinante al momento de hacer bien las cosas. Querer es poder.