ICG tendrá que adaptarse a la nueva orientación de Colombia pues el mandatario mostró, con diplomacia pero firmemente, que tiene una línea diferente de la de su predecesor.
El evento que el portal web El Nodo y Radio Caracol creían que sería a puerta cerrada o una “reunión” en Bruselas entre el presidente Iván Duque y Robert Malley, alto dirigente de International Crisis Group (ICG), se transformó, por fortuna, en una entrevista en inglés delante de un grupo de periodistas.
Youtube puso en línea la totalidad del encuentro. Lo he visto y revisto y mi conclusión es que detrás del mecanismo aparente de las preguntas y respuestas había algo más: Robert Malley estaba allí no tanto para oír las respuestas sino para tomar el pulso a la situación general, para saber hasta qué punto su organización podía contar con el nuevo presidente de los colombianos. Es decir si el ICG podría continuar su trabajo de injerencia en la más alta esfera del poder político de Colombia, como hizo durante los ocho años de la administración de Juan Manuel Santos.
De las respuestas que dio el presidente Duque a los temas muy bien escogidos por el director del ICG se puede deducir algo: esa Ong tendrá que adaptarse a la nueva orientación de Colombia pues el mandatario mostró, con diplomacia pero firmemente, que tiene una línea diferente de la de su predecesor.
El evento había generado preocupación en muchos sectores. El ICG es uno de los aparatos de la tentacular Open Society Fundations, la inquietante maquinaria de agitación y propaganda izquierdista de George Soros. So pretexto de altruismo, el especulador americano de 87 años intenta socavar el mundo libre. Impulsa a escala global la visión socialista de Barak Obama y Bernie Sanders y estimula, a golpe de millones de dólares, una verdadera guerra ideológica en los cinco continentes. En Estados Unidos arroja gasolina sobre el clima de histeria moral creado por los extremistas del partido demócrata, fomenta el “poder político negro” y, en últimas, la guerra de razas, como antes los leninistas impulsaban la guerra de clases, todo bajo la divisa ilusoria del “progressive change”. En Europa sus agentes obran contra la soberanía de los Estados democráticos y por las migraciones masivas e ilegales. Soros, al mismo tiempo, logra hacer más y más próspero su imperio financiero.
En Colombia, el pretendido “proceso de paz” pactado en La Habana entre Juan Manuel Santos y las Farc es un capítulo más de una estrategia continental respaldada por ese personaje. Todo iba muy bien para ese grupo hasta que se quebró el eslabón venezolano. Luego ver al joven mandatario colombiano en reuniones con un jefe de la galaxia Soros, resultaba, para muchos, insoportable.
Empero, lo que le dijo Duque a Malley difiere de la línea del ICG: “Colombia es mucho más que el acuerdo con las Farc”, declaró el presidente. El acuerdo ha de ser “corregido si queremos alcanzar una paz”. Y reiteró: hay que ponerle fin a eso de que el narcotráfico y los secuestros son delitos conexos con el delito político; los cultivos ilícitos se triplicaron en los pasados cinco años; algunos exFarc están empezando a crear nuevos grupos armados; no puede haber tolerancia con los que quieren continuar en el crimen. En revancha, estimó, el proceso de reincorporación debe ser acentuado para quienes quieran salir de la delincuencia.
Malley reveló que piensa seguir ejerciendo su influencia en lo de la “implementación de los acuerdos” e insistió en la “erradicación voluntaria” de los cultivos ilícitos. Dijo que el ICG está en Colombia desde el año 2000 y que sigue de cerca el “proceso de paz”. La respuesta de Duque fue clara: su política consiste en combinar todos los medios para erradicar esos cultivos, desde la erradicación voluntaria, “si hay resultados positivos”, hasta el empleo de los métodos más severos en las regiones donde los cultivos y la fabricación de droga es a escala industrial y está siendo financiada tanto por carteles mexicanos como por exmiembros de las Farc y por otras bandas criminales.
Malley se quejó de que las conversaciones con el Eln están “congeladas”. La réplica de Duque fue durísima. Evocó la masacre de Machuca (80 campesinos incinerados, entre ellos 30 niños) perpetrada hace 20 años por esa banda castrista y subrayó que, durante los 17 meses de conversaciones con Santos, el Eln cometió 432 crímenes y mató 100 personas. “Hasta que no liberen todos los secuestrados y pongan fin a la violencia no habrá diálogo con el Eln”. “Si siguen las violencias los llevaremos ante la justicia por vías defensivas y ofensivas”.
Malley trajo a cuento otros temas: la masiva emigración venezolana y los llamados a una intervención militar contra el régimen de Maduro. Duque respondió que medio millón de venezolanos que huyen de su país han sido regularizados por Colombia como inmigrantes para que puedan trabajar pero que él no cerrará la frontera ante la peor crisis humanitaria de la historia reciente de América Latina, la cual Colombia no puede resolver sola y requiere de mucha ayuda multilateral, así como de la ONU y de la Unión Europea. Dijo que “el diálogo” ha sido “utilizado por Maduro para permanecer en el cargo”, y que en consecuencia ese dictador debe ser más y más aislado. Dijo que él no aboga por una intervención militar y agradeció el apoyo de los gobiernos de Argentina, Perú, Paraguay, Chile, Canadá y Francia a su denuncia contra Maduro ante la Corte Penal Internacional.
Después de eso Malley no sabía qué decir. Para él Maduro no es un dictador. Sin embargo, se arriesgó a admitir que ese individuo “se está convirtiendo en dictador a pasos agigantados”.
Finalmente, el tema de la JEP fue objeto de una pregunta de un funcionario holandés. Duque respondió, resumo, que esa nueva jurisdicción “debe ejercer disciplina” sobre los excabecillas de las Farc que se han fugado y que, en últimas, el éxito de la JEP depende de si ésta “logra obtener para las víctimas justicia, verdad y no repetición” de las violencias.
¿Esas eran las tesis que Malley esperaba oír de la boca de Duque? No me parece. La repuesta real de Malley llegó dos días después cuando el ICG, en su página web, publicó un largo editorial donde vuelve, como si nada hubiera pasado en términos de cambio de paradigmas en Colombia y en el hemisferio, a las viejas tesis repudiadas: que hay que presionar a Duque para que, entre otras cosas, no diga que no puede “financiar el acuerdo con las Farc”, para que busque acuerdos incluso con las disidentes de éstas, para que siga las “negociaciones” con el Eln, para que haga la reforma agraria integral y para que proponga a los carteles la vía suave de “abandonar los cultivos ilícitos”.