Tiene como fin presionar a ese gobierno a limitar lo que la Casa Blanca describe como un patrón continúo de prácticas de comercio desleales y hurto de propiedad intelectual
Desde la media noche del pasado viernes, el gobierno Trump puso en marcha aranceles a bienes procedentes de China por un monto de 34.000 millones de dólares. Ciertamente, los chinos desde hace muchísimo tiempo y sin vergüenza alguna, se han robado muchas de las ideas e inventos norteamericanos con la complicidad de un gobierno que mira para el otro lado. Los ejemplos están a la vista de todo el mundo: miles de bienes y marcas falsificados, copias de productos que llegan de contrabando en detrimento de las industrias locales, secretos comerciales hurtados a compañías de alta tecnología y lo más reciente, la entrega de tecnología si se quiere operar en China.
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La respuesta de Pekín no se hizo esperar pagando con la misma moneda mediante la imposición de gravámenes a bienes producidos en aquellos estados que le dieron el voto a Trump . Aranceles a productos lácteos y soya ( Wisconsin ), producción de cerdos ( Indiana y Nebraska ), maíz ( Indiana y Iowa ) y autos ( Indiana, Tennessee, Alabama ). Los chinos quieren hacer creer que contragolpeando se les exculpa de su papel de agresores.
La guerra comercial también se ha expandido a otros frentes con aranceles al acero, aluminio, paneles solares y lavadoras provenientes de Canadá, México, la Unión Europea y Japón. Sin embargo, siendo China el centro manufacturero por excelencia del mundo, los gravámenes afectan en mayor escala a productos y compañías que dependen de la cadena global de suministro, potencialmente golpeando a un número significativo de fabricantes norteamericanos.
Esa postura agresiva hacia China tiene como fin presionar a ese gobierno a limitar lo que la Casa Blanca describe como un patrón continúo de prácticas de comercio desleales y hurto de propiedad intelectual. Adicional a los aranceles, Trump ha puesto restricciones a la inversión y visas de nacionales chinos. La dirigencia de Pekín por su parte, se defiende afirmando que esos impuestos que podrían subir hasta un valor equivalente a 450 mil millones en bienes de origen chino, son una amenaza a la prosperidad global.
Apple, Nike, Starbucks o General Motors son marcas claves en el mercado chino. Los teléfonos y automóviles son producidos con mano de obra y partes producidas en esa nación. Por otra parte, los consumidores de carne y los derivados de la soya que sirve de materia prima para la fabricación de aceite de cocina y alimentos para animales, se verán afectados por un aumento en los precios, como resultado de los mayores aranceles. Un incremento en los índices de inflación ha generado descontento e inestabilidad política.
De acuerdo con los principales centros de pensamiento, la guerra comercial que ha comenzado se va a traducir en costos más altos para la industria norteamericana que va impactar los empleos, uno de los sectores que desde un comienzo Trump se empecinó en proteger. Y esos mayores costos se van a reflejar en un encarecimiento de la cadena de suministro para finalmente impactar el bolsillo de los compradores.
Por otro lado, una cantidad importante de multinacionales de capital extranjero concentran su producción en China. Es el caso de los productores de computadoras y electrónicos que suministran el 87 por ciento de sus artículos perjudicados por gravámenes, mientras que las firmas chinas solo representan un 13 por ciento de la producción.
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Para que no quede duda de lo que significan la globalización de la producción y los mercados abiertos, un estudio de la Universidad de San Francisco de 2011 concluyó que de cada dólar gastado con la marca ‘’hecho en China’’, 55 centavos correspondieron a servicios producidos en los Estados Unidos.
La guerra comercial ha comenzado pero nadie sabe con certeza cuándo y cómo termina. Lo único claro es que los aranceles van a obligar a las empresas a replantear su modelo de negocios. Otra improvisación de la America First.