La pregunta obvia, a estas alturas del partido, es: ¿Y cuándo va a renunciar el doctor Humberto de la Calle?
La mañana del lunes 9 de abril de este año -el mismo día en el que se conmemoraban los setenta años de la muerte del adalid político Jorge Eliécer Gaitán-, Piedad Córdoba le anunció al país su decisión de retirarse de la contienda electoral para la presidencia de la república. Sus indicadores en encuestas difícilmente llegaban al 1%. Fue un acto de sensatez y de dignidad. Córdoba no había sido, incluso, invitada a ningún debate con los candidatos. Fue realista, porque sabía que sus opciones eran cero y no quiso más hacer un oso político. Fue acertada y objetiva.
El día 8 de marzo, es decir, un mes antes, Timochenko –candidato del partido Farc, nacido tras la “desmovilización” de esa guerrilla- renunció a ser candidato presidencial y no fue reemplazado. Había sufrido quebrantos de salud (fue sometido exitosamente a una cirugía de corazón abierto) y venía de una andanada de rechiflas, griterías e insultos en los lugares donde osó ir a divulgar sus tesis políticas. Tampoco rebasó el 1% en las encuestas y su opción de ganar también era de cero. Digamos que en gracia de discusión, la Farc también dejó entrever algo de dignidad, aunque esa palabra es demasiado majestuosa para estos personajillos.
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El 2 de mayo del año que avanza, le tocó el turno de la dignidad a Viviane Morales y renunció a la baraja presidencial. Con ella, se fueron las dos mujeres que estaban en liza. Su logro mayor en las encuestas, fue situarse en el 2%. Adujo falta de financiación e invisibilización por parte de los medios. Su opción, desde luego, era cero. Ella arguyó el eufemismo de que “tenía una desventaja antidemocrática insuperable”. Lo cierto es que tuvo “calzones” para no seguir y portar el farolito en esta contienda por el primer cargo del país. Tuvo decoro, no hay duda.
La pregunta obvia, a estas alturas del partido, es: ¿Y cuándo va a renunciar el doctor Humberto de la Calle? Es vergonzoso que un hombre que ha sido vicepresidente de la república, magistrado de la Corte Suprema de Justicia, ministro de estado, registrador nacional del estado civil, designado presidencial y jefe del equipo negociador por parte del gobierno en el proceso de paz, no trepe en estos momentos del 2,5 o 3% en las encuestas. ¡Toda una barbaridad! Y representa al Partido Liberal luego de vencer en la consulta a Juan Fernando Cristo. Ya no se gana de “trapo rojo”, doctor de la Calle.
El 11 de septiembre de 1996, de la Calle –a la sazón vicepresidente de la república– tuvo la valentía y las agallas de renunciar argumentando que hubo dinero “negro” en la campaña de Ernesto Samper. Expresó que “Hoy tengo la convicción de que entró dinero del narcotráfico a la campaña presidencial". El país lo aplaudió por su temple. Cuando se dieron los resultados del plebiscito, en donde ganó el NO, de la Calle tuvo los pantalones de renunciar como jefe del equipo negociador, así hubiera sido de manera protocolaria. O sea que esa palabra (renunciar) no es tan esquiva para él. Pera esta vez, ha hecho todo un ridículo: hasta se humilló y se le arrodilló a Sergio Fajardo para que se tomaran un tino buscando una alianza desesperada, que también era derrotista.
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Ahora sigue hablando en un desierto, prometiendo un millón quinientos mil empleos nuevos y bajar el desempleo al 6%. Se le ve como un negociador de un desinflado proceso de paz, como un apéndice de Santos, como un súbdito de un desprestigiado César Gaviria, como un miembro de un partido histórico partido en mil pedazos, como más de lo mismo, como todos estos descréditos juntos. Va a cumplir 72 años, de los cuales pasó 5 años en La Habana envejeciéndose aún más.
Por ser un candidato que refleja una opción que es una “cometa de cemento”, por el hazmerreír político que afronta, porque es el colero de la contienda, porque los demás han renunciado, porque hasta Juan Manuel Santos lo traicionó (está con Vargas Lleras), debería tener el manizalita un ápice de dignidad y ¡renunciar! No le queda otra doctor de la Calle. De resto usted pasará a la historia con un epílogo sombrío y penoso para su personalidad y su trayectoria pública. Sí, ¡renuncie!