Donald Trump tensa la democracia

Autor: Editor
31 enero de 2017 - 12:00 AM

Trump ha puesto a prueba las instituciones. Ellas han sido resquebrajadas con decisiones tomadas por fuera del proceso de análisis y debate democrático. 

El presidente Trump ha puesto a prueba la democracia estadounidense. Si consigue que se consoliden las órdenes ejecutivas que vulneran caros valores de la civilización, demostrará que el sistema de contrapesos institucionales y controles sociales es insuficiente para contener desafueros de un gobernante maniático. Pero si las instituciones y el control social contienen las decisiones contrarias a los valores más caros al pueblo, se confirmará que la democracia es superior al poder de la Presidencia. Por lo que eso representa para la primera potencia del mundo y como ejemplo para las demás democracias, el juego es decisivo y apenas inicia.

Amparado en potestades constitucionales, el nuevo presidente ha emitido órdenes ríspidas contra naciones o pueblos que señala como enemigos. La más agresiva para Centro y Sudamérica es la que ordena la construcción del Muro de la infamia en México, con el que separa a su país del resto del continente americano. La más ofensiva para el mundo fue la que firmó el viernes pasado, y hubo de corregir ayer en la mañana para atender una decisión judicial, ordenando a las autoridades de inmigración impedir el ingreso de ciudadanos provenientes de Siria, Yemen, Irán, Irak, Libia, Somalia y Sudan, países con mayorías musulmanas, que lleguen a Estados Unidos. Sumadas a las que ha adoptado en los diez días en la Casa Blanca, las autoritarias decisiones provocan indignación y preocupación entre estadounidenses y ciudadanos del mundo entero.

Las decisiones de Trump han sido tomadas por fuera del proceso de análisis y debate democrático que debe dar vida a los cambios de ideas. Principios e instituciones básicos de la Carta Estadounidense fueron violentados, como destacó el portavoz del presidente Obama, con medidas racistas, xenófobas y discriminatorias por razones de credo religioso. El distanciamiento de destacados miembros del Partido Republicano, encabezados por el excandidato John McCain, abren las puertas al control partisano y al control del Congreso al gobernante. Además, actuaciones judiciales como la suspensión parcial de la medida presidencial, ordenada por la juez Anna Donelly, de Brooklyn, le recuerdan al país que ni siquiera su presidente está por encima de la Constitución y el sólido sistema judicial.

El control al desbordamiento del presidente también emana de importantes poderes cívicos y ciudadanos. Los gobernadores y poderes estatales, que tienen amplia capacidad de maniobra en el modelo federado, están demostrando que resistirán al presidente. La prensa, que ha sido declarada por el gobierno como principal “partido de oposición”, se mantiene en actitud de independiente crítica, que permite comprender el impacto de las decisiones presidenciales. Junto a ellos, actúan organizaciones ciudadanas que usan el poder de redes sociales para manifestarse o que se han movilizado en defensa de su democracia, para lo cual lideran apoyos y marchas en las calles, y ahora en los aeropuertos, a fin de notificar su disposición a actuar para evitar que Mr. Trump siga por la simplista ruta de odio racial y el autoritarismo por la que muchos analistas en el mundo han comenzado a compararlo con Hitler.

El sentimiento anti yanqui que campea por Europa o América Latina se compone de resistencia al poderío de una sola nación pero también lleva altas dosis de resignación por quienes admiten la preponderancia de aquella que, siempre con déficits, encarna los valores y principios de libertad, pluralismo y predominio de los derechos humanos, en que han logrado confluir las democracias contemporáneas. Cuando el líder del Imperio se muestra listo a romper el débil marco del consenso forjado en la deliberación y la aplicación de las reglas democráticas, otros ilustres personeros del proceso ganan su derecho a denunciarlo y exigir retomar el rumbo. Eso, justamente, es lo que ahora hacen los gobiernos de Alemania y Francia, al adoptar su lugar como personeros del reclamo al gobierno de Estados Unidos para que respete el marco de acuerdos mundiales, pero también lo que realiza el pueblo británico al exigir a su gobierno no dar al próximo viaje de Donald Trump el carácter de visita de Estado.

Acostumbrado a mañas que otros empresarios le cuestionan en el manejo de sus negocios, el simple y maniqueo nuevo presidente de Estados Unidos pretende dar forma a un modo de gobernar de espaldas a la democracia. Si eso es posible en un país donde las instituciones democráticas apenas se consolidan, seguimos confiando que las de los Estados Unidos podrán ganar la partida, y en el camino, perfeccionar un modelo que debe evolucionar de acuerdo a cambios que todavía deben comprenderse en el ejercicio ciudadano.

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