Presentación del escritor de tangos Cátulo Castillo y de piezas memorables de su historia
Bandoneón, hemos acostumbrado hacer paseos los domingos. Este de hoy al barrio Belgrano estuvo revestido de evocación y más ahora que nos marchamos. Pero, siento “una pena estrordinaria” (1) al saber que recorrimos el lugar en el cual murió José Hernández el autor de Martín Fierro, la obra por excelencia de la literatura argentina. Y como solemos cantar en estas caminadas, afloró la canción Caserón de tejas, de Cátulo Castillo y Sebastián Piana.
Con todo esto, se me puso en frente, aunque te parezca una locura, la relación que hay entre el nombre de Cátulo Castillo y el nombre Descanso Dominical. Pero eso, lo entenderás después, porque ahora voy a pasarte la letra de este inolvidable vals.
“¡Barrio de Belgrano!
¡Caserón de tejas!
¿Te acordás, hermana?
de las tibias noches
sobre la vereda?
¿Cuando un tren cercano
nos dejaba viejas,
raras añoranzas
bajo la templanza
suave del rosal?
¡Todo fue tan simple!
¡Claro como el cielo!
¡Bueno como el cuento
Que en las dulces siestas
Nos contó el abuelo!
Cuando en el pianito
de la sala oscura
sangraba la pura
ternura de un vals.(…)
¡Revivió!¡ Revivió!
En las voces dormidas del piano,
y al conjuro sutil de tu mano
el faldón del abuelo vendrá…
¡Llámalo! ¡Llámalo!
Viviremos el cuento lejano
que en aquel caserón de Belgrano
venciendo al arcano nos llama mamá…
¡Barrio de Belgrano!
¡Caserón de tejas!
¿Dónde está el aljibe,
dónde están tus patios,
dónde están tus rejas? (…)
Después de estos momentos de evocación, hablemos de Ovidio Cátulo, ese era su nombre, hubiera podido llevar otro muy singular por cierto: Descanso Dominical, pero el funcionario encargado del registro civil le dijo a su padre, José González Castillo, que se negaba a inscribirlo de esa manera, y unos amigos que lo acompañaban escogieron el nombre Ovidio Catulo- en honor al poeta iniciador de la elegía italiana- eso sí, el segundo nombre esdrújulo para que no se prestara a rimas.
Este impulso algo exótico, brotó de la promulgación de la ley en el año 1905, por la que se establecía el descanso en los días domingos para la clase trabajadora. José González Castillo, llevaba en la médula su inclinación anarquista.
¡Ay fuelle! tener encima toda la poesía y la entraña de Cátulo Castillo es algo serio porque implica decidirse a escoger palabras, temas y versos, pensando que pueden ser los mejores. Me quedan sonando estos versos de sus tangos: de El trompo azul: “la punta de su acero fue una estrella”, de El último café: “y entonces comprendí mi soledad sin para qué” y esta última que va dedicada a ti: “Lastima, bandoneón, / mi corazón/ tu ronca maldición maleva…”. Un corto pero profundo recorrido por la niñez, la soledad y las heridas que afloran al vivir.
Este poeta, letrista y director, le dio al tango una fecunda producción. Antes de la muerte del padre, trabajó en su compañía, y después, cuando ya no estaba, salió su faceta de poeta profundo.
Para resaltar de la dupla que hizo con su padre está el tango Organito de la tarde y claro, como José González Castillo era comediógrafo y dramaturgo, la letra de esta pieza es una verdadera tragedia que podría ser representada y que seguro sacaría muchas lágrimas y exclamaciones.
No quisiera dejar pasar esta composición que hace un homenaje a la pampa, esa geografía que a veces nos parece que es una fantasía de los escritores y me refiero a El aguacero. Es una bella pintura hablada de ese paisaje rural con carretas, bueyes, lluvia y el poético viento pampero.
También fue boxeador en la categoría de peso pluma y esto lo traigo al tema, para que veas, fuelle, lo complejo que puede ser un personaje, que a la vez que hace bellos versos, se entrena en un ejercicio rudo.
Muy amigo de Juan Domingo Perón, ocupó cargos públicos durante su mandato y defendía su gestión por las reivindicaciones sociales que prometía su gobierno, lo que le causó como a Discépolo enemistades y desengaños.
Más tarde en 1965, fue nombrado miembro de número de la Academia Porteña del Lunfardo. Ocupó el sillón que un día fuera de Alberto Vacarezza, de pronto el mejor representante del sainete.
Ha sido costumbre de los argentinos, poner apodos y diminutivos a sus amigos, y Susana Rinaldi, por ejemplo, le llamaba Catulín. Pues bien, este Catulín nació en 1906 y murió el 19 de octubre de 1975 a las 5.45 de la tarde, su mujer fue a despertarlo de la siesta y estaba muerto. Y entonces, sonó la letra de aquel tango que le compusiera Eladia Blázquez:
“Tu muerte fue una tarde muy cálida de octubre
acaso presentiste que sucediera así:
en plena primavera y cuando el sol se viste
de luz y mariposas y el aire de jazmín.
A vos que te gustaba, profundamente serio
desentrañar las cosas, llegaste a tu confín
y esa doliente tarde entraste en el misterio
para volver en tango, ¡mi viejo Catulín.!