Destinos paralelos

Autor: Sergio de la Torre Gómez
21 mayo de 2017 - 12:03 AM

No conozco un proceso o experimento político o social que haya deformado tanto la palabra “socialismo” como el que se da en Venezuela

La ruina del chavismo como modelo económico se explica por haberse implantado en Venezuela cuando ya el sistema filosoviético de Cuba (su espejo), sumido en esa crisis crónica e irremediable que el mundo conoció, mostraba sus peores falencias en la isla. ¡Vaya paradoja!: así como el advenimiento del “Socialismo del siglo veintiuno” fue una tragedia para nuestros vecinos, a la par fue una bendición para la isla, que en media centuria de probar y padecer la panacea de igualar por lo bajo y de la planificación centralizada, había pasado de la prosperidad relativa que disfrutaba en los años cincuenta (era un país de clases medias con un nivel de educación y bienestar de los mejores del continente) a la penuria vergonzante y un subdesarrollo que igualaba a economías tenidas por insolventes, como la haitiana y la nicaragüense. En efecto, Cuba, para satisfacer sus necesidades mínimas ya no dependía del mercado gringo que compraba su azúcar y demás exportaciones, sino del trueque (intercambio físico de bienes o servicios) con la Unión Soviética, que por su parte también agonizaba. La ardua, esforzada utopía socialista, cancelada por Gorbachov en 1989, dado su estruendoso fracaso tanto allí como en China y países similares, menos podía pelechar en la Cuba pachanguera, que a duras penas sobrevivía con las sobras de Moscú y con su peculiar y desembozado turismo nocturno.

Lea también: La hora cero

En el año 90, repito, Cuba, ínsula del socialismo staliniano y su último bastión, estaba condenada al naufragio. Mas la aparición de Chávez vino a rescatarla, evitándole el final que se le vaticinaba: la vuelta al corral de Washington. Providencial fue la irrupción en el vecindario caribeño del coronel, un demagogo desaforado, guiado por el afán de hacerse notar repitiendo la hazaña de Bolívar, con quien, imagino, se parangonaba en sus devaneos narcisistas. Quería con sus arengas y diatribas (no con obras o resultados tangibles), promover una pretendida segunda independencia en el subcontinente, ya no de España, sino del imperio yanqui. Fingiendo olvidar que sin Estados Unidos, comprador de su crudo de regular calidad, Venezuela no pasaría de ser uno más entre los países que apenas sobreviven o vegetan en este hemisferio.

Vea además: Razones del escepticismo

En el manejo del Estado los principios, y también los conceptos, se falsean y acomodan al capricho de quien, detentando el poder, no quiere perderlo. Con excepción de Alemania, donde la palabra “nazi” era una reducción abreviada de otra locución, esta vez compuesta (la de “nacional-socialismo”), no conozco un proceso o experimento político o social que haya deformado tanto la palabra “socialismo” como el que se da en Venezuela. Lo suyo no es más que un burdo populismo, hipercostoso por causa de tanto subsidio repartido a manos llenas, gracias al petróleo, la única renta nacional. A ello, que acabó quebrando al fisco, habría que sumarle el saqueo sistemático e insaciable de la boliburguesía cívicomilitar que Chávez montó para atornillarse en la silla. Ese populismo irresponsable y estéril batió la marca del justicialismo peronista argentino en sus varios turnos. Con el agravante de que en Venezuela se adoptaron los métodos que otrora patentó Mussolini en Italia para acallar la protesta ciudadana e impedir el relevo que la democracia acostumbra cuando se lo permiten. El “duce” revivido en el trópico, entonces. Solo que éste, con todo y sus desviaciones, era un hombre ilustrado y singular, mientras el heredero de Chávez apenas consigue rebuznar. Y que me perdonen los equinos por la comparación. 


 

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