¿Quién se imaginó jamás que Venezuela viviría los días aciagos de ahora, que más que una crisis configuran una catástrofe progresiva y generalizada?
La tragedia de Venezuela no tiene par en el mundo, ni en la historia reciente. En el último siglo, repasándolo bien, no encuentro nada que se le acerque siquiera. Ningún pueblo ha sido tan favorecido por la naturaleza (dotándolo de valiosos recursos con qué asegurar su bienestar, diríase que para siempre, o al menos una vida sin sobresaltos) y a la vez tan golpeado por todo tipo de falencias y privaciones como las que hoy lo agobian. Como si se tratara de un castigo bíblico, de esos sugeridos en las viejas leyendas primitivas, cuando las colectividades apenas germinaban.
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Bien sabemos que la magnitud de la pobreza se mide por la riqueza perdida, que no se supo conservar y aprovechar. En otras palabras, se mide por la munificencia, el vano esplendor y los hábitos de consumo superfluo que van adquiriéndose y en cualquier momento no pueden sostenerse más, bien por causa de la improvidencia y el derroche, o simplemente por no preocuparse ni ocuparse del futuro, como lo mandan la razón y el instinto animal de supervivencia. A los pueblos les pasa lo que a los hombres. ¿Quién se imaginó jamás que Venezuela viviría los días aciagos de ahora, que más que una crisis configuran una catástrofe progresiva y generalizada? Debida no a la depreciación del petróleo en el mercado mundial ( como quiere hacérnoslo creer la banda que la gobierna y saquea), ni a la declarada hostilidad del imperialismo (exceptuando el de Rusia y China, desde luego) que dizque libra contra ella una guerra económica sin cuartel, para bloquearla y reducirla, como también lo alega el chavismo, olvidando que sin los odiados gringos, no habría quien les compre su petróleo costoso, pesado y difícil de refinar. Pero así lo alega para excusar sus garrafales errores y lavar sus culpas en un desastre del cual él es el único responsable.
La verdad es que ni siquiera entre las naciones que optaron por el socialismo extremo, o por su alegre variante posterior del populismo de izquierda, se da hoy un caso semejante, que muestre tanta desidia e improvisación en la construcción de la nueva sociedad prometida, igualitaria, como suelen calificarla sus promotores y panegiristas. En la fenecida Unión Soviética, verbigracia, ya iniciado el ensayo colectivista inspirado en el marxismo puro y duro, hubo una hambruna memorable y letal entre los campesinos, y en regiones localizadas como Ucrania.
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Pero, guardadas las diferencias de tiempo, lugar y tamaño, jamás tan ofensiva, e inexplicable a primera vista, como la del vecino, que hasta ayer fue el país más rico del subcontinente. Tanto que, contrariando el sentido común, se permitía el lujo de andar regalándole buena parte de su riqueza a los vecinos pobres que la lisonjeaban y secundaban, fomentándole al megalómano incurable de Chávez sus fantasías, mesianismo y delirios de nuevo redentor y libertador, parejo a Bolívar por supuesto, y superior a Juárez, Madero, Pancho Villa, Castro, Allende y Che Guevara, quienes fueron sus modelos, aparentes o de palabra al menos, pues él en este trópico festivo nunca dejó de ser un histrión muy bien logrado.