En la lista de tantos ganadores del domingo pasado hay que incluir al canal del congreso de la república. Por lo que viene
La elección presidencial en Colombia resultó histórica. Pacificas como ninguna otra, la violencia verbal o escrita se vivió en las redes sociales, lo normal; los electores tuvimos opciones demarcadas política y programáticamente; a pesar de la inmovilidad que genera el mundial de futbol, la abstención estuvo por debajo de la mitad; los resultados se asimilaron con rapidez, sin triunfalismos o resacas, ganadores y perdedores nos sentimos triunfadores: los primeros porque coronaron la victoria construida a voto limpio y los segundos porque comprendimos a las 5 de la tarde del domingo que “hay derrotas que tienen más dignidad que una victoria”, como dijera Jorge Luis Borges.
Era impensable contabilizar más de ocho millones de votos para un candidato de izquierda, a dos millones del aspirante del poder político, económico y comunicacional, en contra de la fuerza emocional que genera el discurso de la posverdad con mensajes falsos pero fuertes como el castrochavismo, Venezuela como espejo, las iglesias perseguidas, expropiaciones incluso de las pequeñas propiedades y precarios bienes de las personas, en fin, Petro como el demonio que había que atajar. Y lo atajaron, pero el 41,85 de los electores no comieron cuento. Allí hay un case significativo como fuerza política y social para lo que sigue: control integral al gobierno Duque que será continuador del statu quo, poco reformador hacia adelante, más hacia atrás (paz, tierras, dosis personal, glifosato) y no desmayar en la construcción de una opción transformadora, democrática, por ello revolucionaria, para el 2022.
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Al gobierno Duque lo esperan gruesos y complejos retos. El primero, colocarse por encima de las expectativas de los sectores más retardatarios de su partido y de otros aliados muy fuertes, reacios al discurso de la concordia nacional y a transigir con cualquier medida que implique salpicar sus intereses relacionados con el capital o la propiedad privada, y eludir posturas fundamentalistas desde lo moral y la no inclusión. El tema de la paz y los acuerdos hoy vigentes, serán su prueba de fuego ante la mirada preocupada de medio país y una comunidad internacional que los entiende como compromisos de Estado más que de gobierno; la lucha contra la corrupción no la consagró en una placa de mármol, pero fue una constante en su discurso, en especial, su compromiso de no intercambiar recursos y favores por apoyos en el congreso. Difícil calmar la voracidad de las maquinarias, todas, que apoyaron su elección sin recibir ninguna objeción de su parte.
Petro tampoco la tendrá fácil. Será senador de la republica con una cola de ocho millones de electores pendientes de su ejercicio como cabeza de la oposición con expectativas de volver al ruedo en cuatro años por la contienda presidencial. Su éxito dependerá de su disposición para sintonizarse con los vastos sectores no radicales que lo acompañaron este 17 de junio, siendo firme y también propositivo.
Se avecina el estreno de una bondad consecuencia de los acuerdos de paz: el estatuto de la oposición. Con gabelas y obligaciones. Tendrá recursos, acceso a los medios de comunicación y total audiencia cuando levante la mano para interpelar al gobierno. El estatuto permitirá revivir el ejercicio por el que recordamos a Virgilio Barco: gobierno-oposición como concreción de la gobernabilidad. En agosto próximo los partidos deberán definir de que lado estarán. La coalición pro gobierno ya tiene máximo vocero en Álvaro Uribe; la oposición de igual manera en Gustavo Petro. Falta ver cuales bancadas se declararán por el centro, renunciando a cualquier protagonismo o beneficio. Hay incertidumbres sobre la capacidad administrativa de Duque y hay certidumbres sobre la capacidad deliberativa de Petro.
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En la lista de tantos ganadores del domingo pasado hay que incluir al canal del congreso de la república. Por lo que viene.