La preservación de los canales diplomáticos deberá hacer que esta confrontación regrese al terreno disuasivo
Como lo han hecho líderes y voceros de opinión del mundo entero, y apartándonos de las evoluciones diarias sobre el posacuerdo con las Farc y la crisis de la democracia venezolana, dirigimos nuestra atención a la amenaza del régimen norcoreano al mundo, que ha creado una situación tan compleja para la estabilidad planetaria como la crisis de los misiles, conocida como Crisis de Guantánamo, que en 1962 tensionó a Estados Unidos, Rusia y la naciente dictadura castrista en Cuba y demostró lo amenazante que podía ser la Guerra Fría.
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La tensión y preocupación que hoy ocupa a los jefes de Estado del mundo tiene su más reciente antecedente en el agresivo lanzamiento de prueba, el 4 de julio -Día de la Independencia- de un misil al parecer con capacidades de tener alcance intercontinental, por Corea del Norte. La provocación hizo que se desplegara la capacidad diplomática del gobierno Trump, que obtuvo una brillante victoria el pasado 5 de agosto, cuando el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas expidió la Resolución 2371 de 2017, la séptima y más fuerte hasta ahora promulgada contra Corea del Norte y los países cuyas decisiones puedan facilitarle la producción de armas nucleares o el comercio no permitido de otros bienes. Las medidas restrictivas en materia comercial evitarán que llegue a Pyongyang cerca de un billón de dólares anuales.
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La unanimidad lograda en el siempre difícil Consejo de Seguridad es gratificante demostración de las posibilidades de la diplomacia disuasiva a que están llamados los organismos multilaterales. Ellas comprometieron con el mismo rigor a los países que sufren amenaza directa o por la permanente presión de la dinastía Kim contra aliados que, pudiendo fabricarlas, renunciaron a las armas nucleares, como Japón y Corea del Sur. En ellas también participan naciones como Egipto y Bolivia, que tienen abierta militancia en la agenda antinuclear. Su mayor éxito fue sumar a los aliados que han garantizado la consolidación de la economía norcoreana, Rusia y China.
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A Kim Jong-un, heredero de una dinastía arrogante y despótica responsable de emprender una acelerada carrera armamentista destinada a amenazar a sus enemigos, y al mundo, las medidas del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no le sirvieron como disuasivos. Por el contrario, a raíz de ellas desplegó fuertes amenazas contra el territorio estadounidense (isla de Guam) y otras naciones que sufren sus constantes hostigamientos. La explosiva respuesta se encontró con la inesperada, y para sus peores críticos, simplista, respuesta del presidente de Estados Unidos, que abrió otro campo de intervención usando la diplomacia policiva al notificar al heredero Kim, y a sus aliados, que Estados Unidos va a ejercer el papel de guardián de la estabilidad mundial, lugar al que su antecesor, Barack Obama, había renunciado en virtud de su decisión de exigir a las otras naciones democráticas que se hicieran corresponsables de la preservación de la paz, la seguridad y la estabilidad del planeta.
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Aunque el nuevo tono de la Casa Blanca ha sonado estruendoso, y ha provocado que muchos observadores se desvíen a criticar el estilo de Donald Trump, los expertos mantienen relativa tranquilidad, pues consideran que la situación no tendría que avanzar a una confrontación para la que dudan que Corea del Norte tenga capacidad militar, y en la que reconocen que no tiene la política. Además, están seguros de que la intervención de Trump es característica de su estilo de negociante particular en situación extrema pero no expresión de su interés en iniciar una acción militar que le exigiría someterse a rígidos procedimientos y controles (ver infográfico).
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La preservación de los canales diplomáticos que se han activado con eficiencia y se mantienen públicamente, como lo muestran las intervenciones de distintos jefes de Estado reclamando calma a las partes, pero también en los organismos multilaterales, deberá hacer que esta confrontación regrese al terreno disuasivo que ha comprometido a la comunidad de naciones. La crisis actual y su antecedente ya cincuentenario han de alentar las acciones informales de organismos académicos y ONG, así como los esfuerzos multilaterales, en procura del fin de la carrera nuclear, para que países que han renunciado a ella no se sumen y buscando que los ya involucrados depositen su armamento en la ONU, a fin de que esa organización se reserve el derecho de usarlas única y exclusivamente en caso de que se presentara una grave amenaza externa contra el planeta, si ella fuera posible.