Cuando finalizaba una conversación en NT24 sobre el proceso de paz con la presencia de una representante del Centro Democrático y un especialista en comunicaciones, al hacerse la inevitable pregunta sobre los niños reclutados por las  Farc y que no han sido entregados hasta el momento, Imelda Daza portavoz del nuevo partido creado por las  Farc y que a lo largo del programa había demostrado la particular intemperancia propia de quien ha convertido un proyecto político en una ciega creencia, exclamó con voz destemplada que había que preocuparse de los niños que morían de hambre en La Guajira y no de niños que un día habían decidido coger un fusil, ponerse el uniforme de las  Farc y lanzarse al monte –cito de memoria- para defender al pueblo. Eso en un país civilizado se castiga como enaltecimiento del terrorismo y en este caso, agrego yo, como un desprecio de la vida de un niño sacrificado, tal como lo predicaba el viejo leninismo, en “nombre de la revolución”. Llama la atención que Imelda hubiera vivido en Suecia durante 28 años sellando sus poros y oídos, cerrando sus ojos a la democracia que la rodeaba, que podía palpar en las calles donde el ciudadano está por encima de las abstracciones políticas, donde a los niños ha sido consagrado su derecho a vivir en la libre elección de su destino, un sistema político – al cual aspiramos hoy- que repudió la idea de que la vida de un niño vale menos que los objetivos de un dogma totalitario. No creo que piensen lo mismo sus compañeros de Voces de Paz. ¿Puede una sociedad que aún precariamente se califica de libre aceptar en el llamado postconflicto un neolenguaje que en lugar de llamar a la responsabilidad ética, la descalifica, que en lugar de aceptar las premisas históricas de la democracia sigue hablando desde desgastados mesianismos? El Evangelio nos recuerda que en medio de la tempestad el Pastor va en busca de la oveja que falta y la conduce amorosamente al aprisco. Ese desleído personaje que es Sergio Jaramillo se pone molesto ya que en cada reunión le preguntan por la suerte de los niños reclutados por las Farc, olvidando el pintoresco personaje que el verdadero gobernante no puede irse a descansar sin antes haber llevado a casa al último de los niños perdidos. Es la diferencia que se establece entre aspirar a vivir en una democracia o someterse a un régimen de opresión.
¿Queda aún en medio de esta confusión moral el verdadero pastor que en la oscuridad reinante logre conservar los valores de la democracia, acechados ahora por una estrategia de calculada impertinencia por parte de lobos disfrazados de ovejas con el fin de ablandar a las voces contrarias, de intimidar a la poca justicia que nos queda? Los memes contra la ministra de Trabajo Clara López justificadora de la Reforma Tributaria descubren una verdad necesaria: que el Partido Comunista del cual ella es militante activa, al igual que las  Farc grupo armado – pues no se ha desarmado- de este Partido estuvo de acuerdo con el oficialismo en algo tan lesivo para las “masas proletarias” como la Reforma Tributaria y por lo tanto han traicionado a la clase obrera, a la clase campesina de la cual provienen esos guerrilleros que hemos comenzado a ver en los lugares de concentración. Condenarnos a repetir la historia sería una horrible pesadilla: quedan por suerte los intelectuales, los académicos, los campesinos y obreros demócratas de izquierda para impedir esta hecatombe.