A pesar de la historia, siento que en estos últimos años la mayoría de estas problemáticas ha disminuido notablemente en Manrique, por lo menos en la parte donde aún resido, donde se fortalecen los programas culturales
Deissy Ocampo Gaviria*
Considero totalmente importante hablar de las brechas sociales que se ven a diario en Medellín. Yo, por lo menos, voy a dedicarme a hablar desde mi experiencia personal y mi punto de vista, teniendo en cuenta que vengo de un barrio cuya reputación es discutible. Y por aquí empezaré, ¿por qué discutible? Bueno, cuando he dicho a personas recién conocidas que he vivido toda mi vida en este lugar me han cuestionado con cosas como: ‘’¿No está lleno de ladrones?’’ o ‘’¿No matan mucho?’’, y sinceramente no tengo una respuesta concreta para ese tipo de preguntas, tendría que retomar cierta parte de la historia de la ciudad.
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En los 80 y los 90, cuando Medellín pasó por una época terrorífica de violencia, mi barrio fue uno de los más afectados. Fueron décadas en las que allí se perpetraron cientos de miles de muertes que fueron registradas en ese entonces, desde homicidios, asesinatos a líderes sociales y defensores de los derechos humanos, y secuestros; todo esto gracias a grupos paramilitares y grupos locales que eran quienes ‘’mandaban’’, y no se puede dejar atrás el tan famoso narcotráfico. Y, sonaré muy soñadora y esperanzada, pero a pesar de la historia, siento que en estos últimos años la mayoría de estas problemáticas ha disminuido notablemente en Manrique, por lo menos en la parte donde aún resido, donde se fortalecen los programas culturales que cuentan con varios espacios como museos o casas culturales donde se practica la música, el baile, la escritura, la pintura, etc., y espacios deportivos como canchas y espacios libres para diferentes deportes como el fútbol, básquetbol, tenis, etc.
Me alegra enormemente presenciar este tipo de cambios que cualquier persona proveniente de otro lugar no podría comprender, un espacio que ha ido cambiando y creciendo constantemente junto a mí como yo lo he hecho en él. Y debo admitir que tampoco ha sido fácil para mí en ciertos momentos, por ejemplo en el ámbito educativo, en un lugar donde los colegios son de baja calidad, porque graduarte de uno de ellos es fácil si le metes empeño y un toque de simple responsabilidad. Sin embargo no te preparan para lo que viene, el campo de la educación superior, no te incitan siquiera a aspirar a un pregrado, es muy poco lo que se habla de un futuro de estudios; y culpo un poco a estas instituciones de mis varios fallidos intentos de pasar a una universidad pública, obviamente también me culpo a mí en el resto del proceso por no haberme informado lo suficiente como para saber que sólo tenía la opción de presentarme a una de ellas y el no esforzarme lo suficientemente al principio con los que se supone son conocimientos básicos, ya que no tenía modo monetario para siquiera pensar en aspirar a una universidad privada, simplemente era imposible concebir esa idea.
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Al final, siento que este tipo de adversidades son las que me han hecho apreciar más lo que he llegado a obtener durante toda mi vida aquí, no me siento ni oprimida ni estancada, como en décadas anteriores que gente tuvo que abandonar sus sueños de seguir adelante con sus estudios básicos o superiores por todos estos episodios de violencia. Me gusta pensar que a pesar de todo esto la gente tuvo la valentía para quedarse y esperar a que todo mejorara para sus hijos o nietos, para que ellos vivieran en un espacio mejor que el de ellos, e incluso incitarlos y animarlos a que llegaran a hacer lo que a ellos anteriormente les arrebataron. Y tengo el presentimiento, gracias a mi gran optimismo, de que todo va a seguir cambiando para bien.
Estudiante
Instituto de Filosofía
Universidad de Antioquia