Como en las familias disfuncionales, en las democracias disfuncionales, las mentiras se imponen a la verdad contra toda resistencia…
Las democracias no existen realmente, nos dijo Dahl en su libro Poliarquía, un clásico de la Ciencia Política, y las que conocemos como tales son realmente niveles intermedios entre un ideal imposible y las dictaduras. Es decir, todas tienen disfuncionalidades , y cuando superan algunas de ellas se poliarquizan, o sea que se democratizan un poco, y si retroceden se despoliarquizan o se hacen menos democráticas. El autor se quedó corto al hablar de este tema, porque redujo la disfuncionalidad, aunque él no usa esa palabra, a la libertad de votar y debatir, y a eso no se reducen los problemas democráticos. Sin embargo, acertó al insistir en que la libertad de expresión es un requisito básico, que en términos políticos él llama debate. Hay sistemas por lo tanto en los que se restringe la participación, como el Frente Nacional y otros en los que se puede votar por quien quieras, pero no opinar mucho. En sistemas tan fuertemente presidencialistas como el nuestro dependerá del presidente elegido en gran medida si nuestro sistema electoral se adecua para que estos dos derechos sean más efectivos, y por lo tanto la reforma política debiera ser el centro del debate, y no lo es.
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Al ciudadano no le queda otra opción que adivinar, analizando la personalidad del candidato y su pasado, si tiene tendencia al autoritarismo o al debate, si será dialogante o impositivo y si parece una piñata llena de sorpresas o es predecible en sus decisiones y por lo tanto no generará ingobernabilidad. Hasta ahora los que menos intención del voto tienen son los más confiables en ese sentido. ¿Por qué? Quizá sea debido a que, como en las familias disfuncionales, en las democracias disfuncionales, las mentiras se imponen a la verdad contra toda resistencia. El problema es que, salvo la emigración definitiva, en las democracias no puede uno cortar con la familia disfuncional en que nació por azar e intentar fundar una nueva con menos errores, sino que hay que tragarse el marrón, como dicen los españoles, y tirar para adelante. Así pues, como no se vaya usted del país, le va a tocar aguantarse hasta su muerte a estos cincuenta millones de hermanitos tal como somos y a las autoridades establecidas por defectuosas que sean, per secula seculorum. Entonces: a votar bien