Si nos interesáramos en saber si en Colombia hay alguna clase de consenso sobre la realidad de la democracia deberíamos atender la cruda realidad política
Si nos interesáramos en saber si en Colombia hay alguna clase de consenso sobre la realidad de la democracia deberíamos atender la cruda realidad política. El consenso se puede definir de manera práctica como el acuerdo en algo de una mayoría de personas que pertenecen a una comunidad. La mayoría de los colombianos, independiente de las posiciones políticas, tenemos un percepción clara: la democracia que tenemos no es real, es solo aparente, los niveles de la corrupción son demoledores, las obras y los proyectos se definen previamente a las elecciones y las maquinarias de contratistas y políticos terminan copando el poder con los votos y hacen a la medida las licitaciones. Los grandes criminales salen de la cárcel y solo los de ruana conocen el “peso” de la ley. La separación de poderes públicos no es clara y a las investiduras de los altos cargos llegan individuos fácilmente recusables o ineptos.
Los contradictores del actual gobierno coinciden en afirmar que la poca democracia está en alto riego pues el gobierno, por buscar la paz, no ha realizado un verdadero acuerdo sino un “pacto entre élites” (L.J. Garay, Rodolfo Arango). Esa posición de los contradictores es calificada por muchos como de ultraderecha pero su actitud dura coincide con las críticas de la izquierda radical que afirman que los sectores dominantes en lo económico, nacionales y extranjeros, verdaderos dueños de Colombia, los enriquecidos a través del robo, fraude y corrupción, no aparecen en ninguna parte de ellos. El Plan Colombia y el Plan Patriota, elaborados, financiados y ejecutados bajo el visto bueno del capital financiero y petrolero internacional, al parecer no existieron en Colombia y como en el realismo mágico de García Márquez, dentro de poco los centenares de muertos causados por dichos planes en Colombia, como los falsos positivos, quedarán como mitos y leyendas.
No hay democracia real, lo poco que queda de institucionalidad está en grave peligro, los acuerdos de paz son una gran farsa. Eso tampoco es materia de consenso, pero son opiniones frecuentes y generalizadas. Sí parece haber consenso sobre el tamaño de la corrupción, unos dicen que Santos y la guerrilla son lo peor, el registro de los anteriores gobiernos muestra que un gran elefante estuvo a las espaldas de gobiernos que pocos historiadores defenderían.
Y lo peor es que no hay una oposición genuina, el Cetro Democrático ni es de centro, ni es democrático, es de ultraderecha y es el feudo de un expresidente y el epicentro de una nostalgia feroz por recuperar el poder; seguramente para hacer lo que ya han hecho en el pasado que tiene en la cárcel a buena parte cercanos colaboradores. La izquierda no es oposición real, no está articulada en un proyecto de país, un sector participa en el gobierno y otras figuras oscilan entre un ecologismo decadente y contradictorio y un “castro-chavismo” desconectado y acrítico. Los medios, presos de intereses financieros visibles, parecen contribuir a la confusión general. Un panorama desolador que nunca generará confianza entre los inversionistas, quienes además son, con muy contadas excepciones, de la calaña y talante de Odebrecht. Con “amigos” así para que enemigos, ya las selvas y cuencas del país, los recursos petroleros y metalúrgicos están siendo exfoliados de manera ruin. Una reforma tributaria onerosa no da para mucho si la evasión y la corrupción son de tamaño gigante. Sobre el tema de esta columna estamos como la despensa de la mayoría de los colombianos: nada que ver.