Crear una “República independiente” por un grupo definido ya por la justicia española como una organización criminal, obedece pues a mezquinos intereses de tipo privado.
Todos los días y a través de los distintos canales de tv. en sus programas de opinión destacados y destacadas comentaristas políticos continúan ocupándose de lo que el intento del independentismo catalán ha significado en los distintos órdenes económicos, políticos, sociales recurriendo desvergonzadamente una y otra vez a la verdad posmoderna, a las distorsiones de lenguaje, a los clichés libertarios y ahora al cinismo de “reconocer el error de haber planteado unilateralmente la independencia” aceptando por lo tanto entrar en el juego electoral para “buscar en el tiempo y a través de las instituciones democráticas la soñada independencia”. Engañabobos para politiqueros y no pues la convicción de haber injuriado un sistema que paradójicamente les ha permitido llegar a donde han llegado.
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Esta estrategia incluye las consabidas “disidencias” de los más radicales como es el caso de la CUP, esa mezcla de anarquismo de alcantarilla y marxologismo clase media cuyo resultado final es un fascismo de nuevo cuño como ideología de unas clases que del entusiasmo patriótico han ido asomándose al profundo pozo de una crisis económica ahondada con el desempleo, la quiebra inmobiliaria, la fuga de empresas lo cual puede transformar la inconfesada desesperación en irracionalidad final. Pero la contemplación de este grotesco derrumbe político, la aparatosa caída de estos héroes y heroínas de ocasión constituye no exactamente el traspiés de un concepto nacionalista sino la presencia de nuevo de aquello que Valle Inclán llamó en la vida política española, el esperpento, porque de la grandeza del héroe verdadero se pasa al simulacro del oportunista, a la truhanería del conspiradorcito. Ya que la mediocridad ampara la cobardía y conduce tal como hoy sucede en Cataluña a que se persiga a quienes no comulgan con las consignas de estos nuevos creyentes. Repito esto, porque en lugar de desaparecer el fanatismo este crece y se multiplica alrededor de una intolerancia mucho más incisiva en el momento de señalar y perseguir a quienes consideran contrarios. Esta forma de terrorismo que parece disimularse entre el tiempo de la vida cotidiana conduce a los objetivos de desestabilizar las instituciones, de eliminar la verdadera función de los espacios públicos en una sociedad libre, pero también nos sirve para comprobar la tarea de sustitución de valores realizada mediante una educación manipulada a conveniencia por estos ideólogos tal como se ha hecho en Colombia. ¿Cómo si no renovar las masas de creyentes patriotas dispuestos a inmolarse ante los reclamos de estos fantoches disfrazados de profetas? El nacionalismo convertido en una religión justifica la presencia de tribunales de la verdad que señalan a quienes consideran como herejes y por lo tanto deben ser condenados a la hoguera. ¿Dónde está el territorio real de esa patria ficticia?
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Crear una “República independiente” por un grupo definido ya por la justicia española como una organización criminal, obedece pues a mezquinos intereses de tipo privado, a estrategias desestabilizadoras cuyo objetivo es anarquizar la unidad histórica de una nación y no en responder a los sueños históricos de una comunidad determinada tal como quieren hacerlo creer. El territorio de la República es uno e indivisible; dividirlo hace parte de la estrategia de grupos subversivos infiltrados en el libre juego electoral -que, paradójicamente, permite la democracia- para conseguir sus objetivos y camuflar su acción devastadora.