Del homo habilis a la ingeniería (3)

Autor: José Hilario López
14 marzo de 2018 - 12:09 AM

Los mayas utilizaban un sistema de numeración vigesimal posicional y tenían un signo para representar el cero, con el que podían realizar operaciones matemáticas complejas

En anterior columna dejamos nuestra historia en la Edad Media, época durante la cual se considera que las ciencias naturales perdieron el impulso que traían desde la antigüedad clásica. El saber medieval se centraba en las escuelas monásticas, cardenalicias y palatinas, todas regidas por la Iglesia Católica cuya principal empresa era la salvación de las almas. El curriculum académico de esas escuelas, precursoras de nuestras universidades, se centraba en el trívium (gramática, dialéctica y retórica) y en el cuadrivium (aritmética, geometría, astronomía y música). Estas siete disciplinas conformaban lo que se denominó artes liberales, cuyo propósito era acceder a las destrezas intelectuales y especulativas, las denominadas artes mayores en oposición a las destrezas prácticas o artes menores, donde estarían, entre otras, los artesanos, los agricultores, los ingenieros y los comerciantes.

Durante la Alta Edad Media (años 600 a 1000 d.C) en Europa la ingeniería y arquitectura dejaron de existir como profesiones y la construcción quedó en manos de los maestros albañiles. En la Baja Edad Media que llegó hasta el descubrimiento de América los mismos maestros construyeron las grandes catedrales y castillos; en España, gracias al Islam, se lograron desarrollos técnicos e incluso científicos superiores al resto de Europa, tales como los sistemas de riego y diques, así como algunos avances en la medicina.

En el Siglo XIII Santo Tomás de Aquino argumentó que ciencia y religión si podían ser compatibles, en oposición a otros pensadores cristianos y musulmanes. El historiador Harvey (1970) afirma: la principal gloria de la Edad Media no fueron sus catedrales, su épica o su escolástica: fue la construcción, por primera vez en la historia, de una civilización compleja que no se basó en las espaldas sudorosas de esclavos o peones sino primordialmente en fuerza no humana, pero esto sólo sería aplicable a las metrópolis, ya que las construcciones dejadas por la colonización europea en África y América se hicieron con mano de obra esclava.

La revolución medieval de la fuerza y la potencia, hay que reconocerlo, es uno de los desarrollos técnicos más importantes de la historia. Las principales fuentes de potencia fueron la fuerza hidráulica, el viento y el caballo, que se materializaron en las ruedas y turbinas hidráulicas, los molinos de viento y las velas, las carretas y los carruajes. A lo que se agregan las palancas y poleas.

Muy pocos de los adelantos técnicos medioevales fueron traídos a América por los conquistadores españoles, lo cual se puede ilustrar con el episodio de los batanes en Don Quijote. El batán era un molino destinado, entre otras funciones, a la molienda de granos, el cual funcionaba por la fuerza de una corriente de agua que hacía mover una rueda hidráulica activando unos pisones que impactaban los granos. Esta misma máquina la tuvo que “reinventar” Gregorio Baena en 1824 para la molienda de minerales auríferos en Anorí, el tradicional molino antioqueño, precursor del molino californiano.

Ahora un corto repaso a la ingeniería precolombina de los imperios azteca, maya e inca.

Los aztecas asentados hace 700 años en el valle de Tenochtitlán, donde hoy está el Distrito Federal, crearon una de las mayores civilizaciones precolombinas caracterizada por sus grandes construcciones en piedra, entre ellas las pirámides, los acueductos y una extensa red de caminos que cruzaban todo el imperio.

Teotihuacán situada a 40 kilómetros de Tenochtitlán, es la construcción más impresionante de Mesoamérica. La Pirámide de Teotihuacán, la Pirámide del Sol, se asienta sobre suelos muy blandos de origen lacustre, lo que obligó a los aztecas a disponer de un sistema de fundación consistente en pilotes de madera rodeados de piedra, similar al sistema usado por los egipcios en la Pirámide de Giza. Esta misma técnica se utilizó para las otras edificaciones en la ciudad de Tenochtitlán

Con el imperio en su máximo esplendor, los aztecas erigieron en el mismo Teotihuacán una pirámide gigante llamada El Templo Mayor, que crecía en altura al tiempo que lo hacía el imperio. El Templo Mayor, para aligerar su peso, se construyó con fragmentos de rocas volcánicas de baja densidad. Para las fundaciones y paredes de las pirámides y demás edificaciones los aztecas utilizaron morteros de cal.

Lea también: Del homo habilis a la ingeniería 1

Los aztecas construyeron una red de caminos que conectaban a Tenochtitlán con la costa del Golfo de México, requerida para el transporte de mercaderías que comerciaban con otros pueblos. Los pasos elevados, verdaderos puentes, con fundaciones similares a las pirámides, conectaban la capital con la tierra firme, pasos que también se utilizaron para la conducción de agua potable para atender la numerosa población que habitaba el valle de Tenochtitlán.

La civilización inca dejó como testimonio las construcciones en piedra, principalmente de la ciudad de Cusco, la capital del imperio, la más famosa de las cuales fue “El Templo del Sol” que se empezó a construir en el Siglo XV. Otras construcciones importantes fueron la ciudadela fortificada de Machupichu y otra similar localizada a sólo 2 kilómetros de la capital. La red de caminos incas cubría más de 40.000 kilómetros de longitud, que se extendía desde Mendoza (Argentina) hasta el Río Mayo en el sur de Colombia.

La civilización maya que existió entre los siglos III y XV se extendió por el sur de Yucatán, parte de Guatemala y Honduras. Los mayas utilizaban un sistema de numeración vigesimal posicional y tenían un signo para representar el cero, con el que podían realizar operaciones matemáticas complejas, lo que les permitió importantes avances científicos, por lo cual se les ha llamado “los griegos de América”. Entre sus grandes construcciones, en madera y piedra, se destacan palacios, pirámides escalonadas, templos, fortificaciones militares y vías que unían las ciudades principales del imperio.

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