Del homo habilis a la ingeniería (2)

Autor: José Hilario López
7 marzo de 2018 - 12:06 AM

La verdadera ingeniería es aquella que cumple una función social, en el sentido de atender los requerimientos de bienestar socioeconómico identificados por la comunidad o ayudando profesionalmente a su identificación.

En anterior columna habíamos dejado nuestra historia en la antigua Roma, donde el imperio impulsó importantes avances en las prácticas constructivas que se materializaron en fastuosos edificios públicos como el Coliseo Romano, las vías carreteables que comunicaban la metrópoli con las demás ciudades de la península itálica y con las provincias ocupadas en Europa, La Britania, Medio Oriente y Norte de África; de estas vías la más importante fue la Vía Apia considerada la primera carretera de la historia, que se extendía por 530 kilómetros conectando la capital del imperio con las demás ciudades de la península itálica. En La Hispania la mayor parte de las actuales autopistas se superponen a las antiguas calzadas romanas, destruyendo así un invaluable patrimonio histórico. Entre los puentes romanos más famosos se consideran el Puente Julio Cesar construido en madera sobre el Río Rin y el Puente Trajano, en madera y mampostería, sobre el Río Danubio. Los acueductos y cloacas romanas (alcantarillados) permitieron el crecimiento de las ciudades al garantizar condiciones higiénicas y de salubridad mínimas para la población; de los acueductos romanos son famosos el de Roma y el de Zaragoza. Para la construcción de estas obras se contaba con verdaderas empresas de ingeniería contratistas del Imperio, así como de abundante mano de obra esclava.

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Para sus construcciones, además de la madera, los romanos disponían de ladrillos cocidos y de la argamasa (mezcla de cal, arena y agua) usada como mortero, así como de un cemento denominado puzolana, fabricado con cenizas silíceas o aluminio silíceos que extraían de las laderas del Volcán Vesubio. Estas cenizas al reaccionar con la cal hidratada fraguan y endurecen a temperatura ambiente, hasta formar un cemento natural muy resistente a los agentes químicos, lo que además permitió la construcción de las instalaciones portuarias requeridas para el intenso comercio que desarrolló el imperio. Las cementos de puzolanas sólo fueron sustituidas por el cemento Portland, patentado en Inglaterra en 1824, pero persisten en la actualidad en los llamados cementos especiales, mezclas de cemento Portland con puzolana, requeridos para construcciones portuarias y revestimientos de túneles y otras obras, que resistan la agresividad de aguas con altos contenidos de sales. 
Otro de los grandes avances de la ingeniería romana fue el perfeccionamiento del arco, justamente denominado el “arco romano”, estructura semicircular en equilibrio que transfiere las cargas a los muros o pilares que la soportan. 
Antes de seguir adelante y después de ver como nuestra profesión desde sus orígenes estuvo íntimamente ligada a la ciencia y a la filosofía, se requiere precisar lo que hoy debemos entender por ingeniería. Para ello empecemos afirmando que la verdadera ingeniería es aquella que cumple una función social, en el sentido de atender los requerimientos de bienestar socioeconómico identificados por la comunidad o ayudando profesionalmente a su identificación. Una vez se haya concretado la necesidad, el ingeniero propone alternativas que la satisfagan, alternativas que deben ser concertadas con las comunidades involucradas en un proceso que incluye dos elementos fundamentales: 1. Que las comunidades y sus dirigentes participen activamente en la selección de la mejor alternativa y 2. Que la obra seleccionada resuelva urgencias ciertas de las comunidades, con un máximo beneficio socio económico y una mínima afectación a los ecosistemas. 
Bajo esta conceptualización ya se puede entender como el ingeniero que reclama nuestro país en los tiempos del posconflicto debe ser un profesional regido por principios éticos que antepongan el servicio a las comunidades a los afanes del lucro, que esté en capacidad de interactuar con sus dirigentes sociales y políticos, así como con especialistas en las disciplinas sociales y ambientales. En definitiva un ingeniero humanista que, como insistía el doctor Ever Hoek, mi profesor de túneles, antes que calcular bien debe juzgar acertadamente.

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Dejemos esto por hoy, para ver si en la próxima semana, superadas las nieblas de la Edad Media (espero que mi querido profesor y gran medievalista Gonzalo Soto, no se moleste) llegamos a la Revolución Industrial y a nuestra modernidad o posmodernidad como prefieren algunos.
Adenda:
1.Votaré en las elecciones parlamentarias del próximo domingo para Cámara de Representantes por Jorge Gómez, por ser el abanderado, entre otras, de las luchas reivindicativas de los trabajadores mineros; para Senado lo haré por Iván Marulanda, como reconocimiento al que fue segundo hombre, después de Galán, del Nuevo Liberalismo, amén de su pulcra y meritoria vida pública.
2. Lástima no poder complacer a mi admirada Olga Elena Mattei, cuando en su columna del pasado sábado en el periódico EL MUNDO me reclamó por no escribir casi como una historia completa de la cultura. A propósito una anécdota de juventud, cuando en los paseos le imponíamos como penalidad a quien fungía como el intelectual del grupo que nos hablara, en menos de cinco minutos, del hombre en su totalidad. 

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