“La historia de la civilización es, en cierto modo, la de la ingeniería: largo y arduo esfuerzo para hacer que las fuerzas de la naturaleza trabajen en bien del hombre”.
En mi pasada columna llegamos con nuestra historia hasta la invención del cálculo infinitesimal a principios del Siglo XVIII, pero es necesario volver unos años atrás cuando Jean Baptiste Colbert, como ministro de Luis XIV en 1675 estableció la primera escuela formal de ingenieros militares en Europa. En 1795 Napoleón creó la Ecole Poly-technique, a la cual le siguieron otras como el Eidgenos-sisches Polytechnicum en Zurich (1855) y las escuelas politécnicas en Delft-Holanda (1864). En 1865 se fundó el Massachusetts Institute of Technology (MIT), el primero de su género en los Estados Unidos.
En 1818 un pequeño grupo de ingenieros formó en Londres The Institution of Civil Engieneers (ICE), la primera asociación de ingenieros en el mundo, con Thomas Telford como su primer presidente y John Smeaton, otro de sus fundadores, quien fuera el primero en darse el título de ingeniero “civil", para señalar que su campo de trabajo no era militar.
El escocés James Hutton, en 1795 propuso el Uniformitarianismo, teoría que establece que los procesos geológicos han actuado de la misma manera e intensidad regular a través del tiempo geológico; el también escocés Charles Lyell, considerado junto con Hutton padre de la geología moderna, basado en el Uniformitarianismo escribió el libro “Principios de Geología”, que sirvió de guía a Darwin durante su viaje en el Beagle.
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La ingeniería geológica, según la International Association of Engineering Geology (IAEG, 1992), “es la disciplina dedicada a la investigación, estudio y resolución de problemas de ingeniería y medioambiente que pueden resultar de la interacción entre la geología y los trabajos o actividades humanas, así como a la predicción y desarrollo de medidas de prevención o corrección de riesgos geológicos”. Esta aplicación práctica de la geología a la ingeniería empezó a usarse en Siglo XIX por el inglés William Smith.
Sería difícil imaginar cómo sería hoy la civilización sin la máquina de vapor, origen de la Revolución Industrial que se inició en Inglaterra a finales del Siglo XVIII. La primera de estas máquinas, el primer intento para convertir la energía térmica en energía mecánica, la patentó Thomas Savery en 1698 para el drenaje de minas de carbón. En 1712 Thomas Newcomen mejoró la máquina de vapor, pero fue el escocés James Watt quien al perfeccionar en tal grado los avances de Savery y Newcomen patentó la primera máquina de vapor en 1774, casi como se conoce hoy.
Sin duda la gran aplicación de la máquina de vapor fue la locomotora, origen del de los ferrocarriles y de la navegación a vapor, aprovechamientos que revolucionaron el transporte que hasta ese momento dependía de la fuerza animal y/o humana. Richard Trevithick en 1804 fue el primero en lograr que una locomotora de vapor corriera sobre rieles; el también ingeniero mecánico George Stephenson en 1825 utilizó la locomotora de vapor para mover un tren que corría desde Stockton hasta la mina de carbón de Willow Park.
El desarrollo de los ferrocarriles en Europa y en las excolonias inglesas de América y en todo lo que se llamó el imperio británico, impulsó como nunca se había logrado antes el transporte de materias primas y mercancías, hecho que significó la aparición de una nueva era en la historia de la humanidad, la Gran Revolución Industrial que sólo a finales del siglo pasado empezó a ser sustituida por la era de la tecnología computacional. Pero fue durante la primera mitad del siglo xx con las dos guerras mundiales cuando se produjo un número casi incontable de avances en ingeniería.
La invención a finales del Siglo XIX en EE.UU de los motores de combustión interna junto con el inicio de la refinación del petróleo, fueron determinantes para el desarrollo ingenieril del siglo XX. Los inventos de Tomas Edison impulsaron la industria de la energía eléctrica, la cual sumada a la “válvula electrónica" (tubo al vacío) inventada por Lee De Forest, aceleraron los sorprendentes avances de las comunicaciones en el pasado siglo.
En 1880 se fundó la American Society of Mechanical Engineers, seguida por la American Society of Electrícal Engineers en 1884 y del American Institute of Chemical Engineers en 1908. El American Institute of Industrial Engineers se fundó en 1948 y fue, talvez, el último campo importante de la ingeniería en organizarse en EE.UU.
Dejemos aquí, por ahora, nuestra historia. Mi último libro “Tiempos de Ingeniería y Humanismo” (Publicaciones de la Universidad Nacional de Colombia), incluye un aparte sobre la ingeniería colombiana, que resumiré en una próxima columna.
Para cerrar dejo como epílogo algo que encontré en alguna de mis lecturas sobre la historia de la ingeniería, sin poder precisar su autor. “La historia de la civilización es, en cierto modo, la de la ingeniería: largo y arduo esfuerzo para hacer que las fuerzas de la naturaleza trabajen en bien del hombre”.