“Lo primero que hay que hacer cuando un rastro deja de tener sentido es saltar hacia adelante, para no crear más confusión con las huellas de las propias pisadas”.
Rudyard Kipling. El libro de la selva.
Sobre lobos
El lobo es quizá el más noble y sospechoso de todos los animales porque siempre anda en libertad. San Francisco de Asís lo llamó hermano (según cuenta el poema de Rubén Darío) y lo hizo parte de su carne, su sangre y su mirada. De esto no hablan Las florecillas, pero la historia atravesó el mar, quizá en un barco de poetas o en alguno de gente agarrada a los mástiles y rezando a gritos para que amainara la tormenta y apareciera la luz de San Telmo, que ahuyenta al Kraken y al Leviathán. En la Biblia, libro que todo lo contendría en su interior, el lobo es animal de profetas (Isaías, Jeremías, Ezequiel) y tiene que ver con los días del fin de la tierra y los cielos, lo que ya implica que el lobo será testigo de todo lo que pase en esos finales posteriores a la gran bestia, que ya debe andar por ahí. Seguramente, la última Babilonia se reflejará en los ojos amarillos y en el blanco de los colmillos del lobo. Pero esto no ha pasado todavía y solo sabemos los inicios: trasegando las tundras y las estepas de las tierras frías y luego las planicies secas de Mesopotamia, el lobo aparece primero en las crónicas de los sumerios, como quedó registrado en una tablilla con escritura cuneiforme, en la ciudad de Lagash. A partir de ahí, el lobo aparece en muchas historias de heladas y sequías, de guerras desmedidas y en los oficios de los pastores de cabras y de ovejas. El lobo está presente en calidad de testigo y da cuenta de la vida, del caminar, del hambre, de los huesos de los indios viejos que, llegada su muerte, sirven de alimento a la manada para que siga la cadena del yo devoro y me devoran, como pasa en el cuento de Jack London.
En esa libertad del lobo, que es como la del diablo y lo sitúa como un marginal a los dominios de D´s, la palabra terrible lo persigue a todas partes. Quizá por ello, por la etiqueta que le han puesto, que es una invención de los delirios, este animal no es usado por brujas ni por magos ni está en las heráldicas de los reyes y los nobles ni las falsas de los comerciantes poderosos. Es posible que Atila usara un lobo como símbolo, pero de esto se sabe poco. De todos los bárbaros se sabe poco y lo que se sabe, se sabe mal o está mentido, porque hubo que inventarlos para convertirlos en seres atroces.
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Genghis Khan, vio un lobo cuando era niño. Lo vio correr, dar vueltas por la estepa y después se encontró con los ojos del animal, que lo miraba. Y siguiendo esa imagen de un ser en libertad, Genghis Khan creó un imperio en el que todo abundaba por miles, como dice Marco Polo en su libro il Milione. Colón, que viajó con dos lobos de mar, los hermanos Pinzón, acotó ese libro con codicia. Le fue mal. El lobo no es codicioso, solo es un caminante que no para y cada tanto se enloquece mirando la luna, que es Lilith que lo tienta. Sus aullidos hacen que los diablos se escondan.
Del lobo se han dicho muchas cosas, incluso que se puede danzar con él, como dice Michael Black en su novela Bailando con Lobos, para integrarse a la pradera y liberarse de todos los miedos. El lobo es la esencia de los hombres libres. Rudyard Kipling, comienza El libro de la selva, con un lobo, estableciendo que este es el animal más digno y no como el chacal, que es un carroñero y está confuso.
El libro de la selva
Decía George Orwell (el autor de la distopía 1984) que a Kipling lo había leído con asombro cuando era niño, que en la edad adulta miró El libro de la selva como un texto sin importancia, pero ya al final de sus días volvió a recurrir a él para que su vida tuviera de nuevo sentido y caminos que seguir. Y esto, como en el libro de Jack London, La llamada de lo salvaje, no es una mera reflexión suelta: en el niño que hay en cada uno, la presencia del espíritu animal es una certidumbre de territorio, conducta y carácter. Nos vemos en el gusano y en el pájaro, en el pez y en los mamíferos que no han sido domesticados. Nos gustan los que se hunden en la tierra, cruzan los aires, siguen los cursos de las aguas o van por ahí sin someterse nunca al hombre. El lobo, del que descienden todos los perros, es un buen animal para comenzar un libro sobre la naturaleza limpia, que es donde nacen las palabras de la vida y el trasegar del Hermano Gris.
En los animales nos hemos visto: sus instintos y actitudes nobles (cuando abastecen sus crías de alimento, por ejemplo), su manera de establecer jerarquías y rebaños o manadas (los machos alfa que cuidan del grupo y de las hembras jóvenes), la manera de moverse (lo que propició toda la ingeniería mecánica), su capacidad de sobrevivir y acomodarse a los distintos territorios, su manera de organizarse en caso de acoso y de controlar el estrés, su furia al perder las posibilidades necesarias, su carencia de codicia (ningún animal acumula más que lo que necesita), la tranquilidad con la que asumen la muerte cuando esta llega de manera natural, la no guerra entre los de la misma especie etc. Es posible que el hombre primitivo haya aprendido primero de los animales, observándolos, convirtiéndolos en tótems (animales sagrados), asimilando sus habilidades, domesticando unos para su propia supervivencia y tratando de amaestrar otros (el lobo y el gato han sido imposibles de domesticar) para su divertimento. Y en este mirar a los animales, de hacerlos parte de nosotros y nosotros de ellos, está El libro de la Selva, el más inspirador de todos, ese que ningún hombre o mujer evitan si quieren rescatar al niño y la conciencia natural que tienen dentro, esta que nos hace parte del paisaje y de la vida que fluye libre como las nubes, los colores, las caricias amorosas, el calor y el frío necesarios.
El libro de la selva es un texto sobre el vivir, el comer y el beber. Sobre los sentidos que, unidos a la geografía y la naturaleza que hay en ella, activan el olfato, el tacto, el oído, la vista. Y en esta reunión de lo que nos dice que estamos vivos, aparecen las primeras reflexiones, las más necesarias: el contacto con la alteridad, los cuidados de sí, la política (la relación con los demás), los asombros, las clasificaciones por conducta, las palabras que nombran. Rudyard Kypling, lo que hace es relatar el nacimiento de la cultura a partir de lo que se aprende haciendo parte de la naturaleza, de lo que hace Mowgli, el niño, y Hermano Gris, el lobo. El primero avanza a través de las palabras, el segundo por los caminos del espacio. Y en ambos se manifiesta la amplitud que produce el observar, que es la mejor manera de introducirse en la vida para saberla benefactora.
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Hermano Gris
El lobo, como los pájaros, es un animal que logra dominar grandes territorios, pero carece de territorialidad porque su espacio es la tierra. De los lobos se habla en Asia, Europa y América, y váyase a saber dónde fue su origen. Lo cierto es que sobrevive en variedad de ecosistemas, yendo por donde va el hombre pero evitándolo. Y mientras los humanos nos anclamos (según Michel Onfray, en su Teoría del viaje, es el sedentarismo lo que nos pervierte y hace malos), el lobo no se detiene. Lo observa todo, lo siente todo, es un errante, pero no carga ninguna maldición encima. Solo lleva consigo la libertad y en ese ser libre se detiene por momentos para procrear y comer, beber y cuidar sus crías, para renacer y morir. Y parece que nunca se cansara y quizá no se canse. Su tarea es conocer y reconocer la tierra, aprovechar los aires diversos, los paisajes cambiantes, las hambres pequeñas y las que rompen las tripas. Y lo único que lo asusta es el fuego, intuyendo quizá que este fue robado a los dioses y, en su condición de objeto robado, se mantiene enfurecido.
El Hermano Gris, esa libertad del Hermano Gris, es lo que el imperio Inglés no pudo capturar en la India, es el pensamiento semi anárquico de Kipling, es la pregunta que nunca se detiene: ¿Qué hay más allá? Y en se Hermano Gris, que es simbólico, están todos los lobos marchando por la superficie de la tierra, la helada y la caliente, la fangosa y la que contiene piedras, la que fue tumba de hombres y restos de ciudades, y la que cambia cuando el lobo mira la luna y enloquece. Y enloquecer, como dice Nietzche, es el previo a todo orden. Aharon Appelfeld, en Historia de una vida, refiriéndose al gueto, decía: solo los niños y los locos reían. Cuando el lobo aulla, ¿ríe? Es posible, ha caminado tanto, conoce tanto, ha sentido tanto, que tiene motivos para hacerlo.
Una frase fundamental de Rudyard Kipling, pensando quizá en lo que sería la edad del lobo: denme los primeros ocho años de vida de un hombre y les regalo el resto.