A esta Lucrecia que comete también de manera permanente observaciones posiblemente correctas pero poco halagadoras, se la merece el país
Cuando la conocí era una tromba marina: audaz, contestataria, rápida, beligerante, contundente, convencida. Con el transcurrir de los años, su formidable inteligencia le fue aconsejando ciertos reposos tácticos para darle prioridad a sus estrategias. No ha debido ser fácil para ella.
Lucrecia Ramírez puso a Medellín y al departamento a pensar en temas trascendentales de la mujer, su causa se incorporó a la agenda pública y es al tesón puesto en sus iniciativas que se deben logros importantes como: la existencia de la Secretaría de las Mujeres en la Alcaldía de Medellín, programas como Mujeres Jóvenes Talento, ideas como Mujeres Digitales, campañas para la prevención de la anorexbulimia y la prevención del embarazo adolescente, el constructivo y poderoso debate sobre los reinados de belleza y los patrocinios oficiales a este tipo de eventos, gestas como la de la Clínica de la Mujer, que el oscurantismo boicoteó sin consideraciones. En fin.
Doy fe del estremecimiento aterrorizado de importantes sectores de la sociedad, cuando los términos equidad de género e igualdad empezaron a incorporarse al discurso de los funcionarios públicos de ambos sexos. Fui testigo de las risitas nerviosas y los comentarios que desataban muchas de sus batallas. La he visto incomprendida y la he visto derrotar con argumentos a sus contrincantes.
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Ha ejercido de “primera mujer” en dos oportunidades a nivel local y regional. Aprendió allí, en los pasillos del gobierno, sobre las sinuosidades de los protagonistas de la política, las estrecheces intelectuales del arribismo y los disimulos perversos de quienes revolotean en los palacios.
Recibió golpes por la espalda y entendió, de igual manera, la dimensión de las palabras obligadas que debía recitar un esclavo al oído del César cuando este recorría, en una carroza abierta tirada por dos imponentes percherones, toda la extensión de la Vía Sacra para ser aclamado por sus súbditos: “El poder es efímero, el poder es efímero, el poder es efímero”… tenía que susurrarle el esclavo al emperador recién ungido.
Esta Lucrecia, médica siquiatra exitosa, culta, informada, trascendente, sería de lejos la mujer más capacitada que podría llegar eventualmente a la Casa de Nariño acompañando al presidente electo en la presente campaña. Sergio Fajardo tiene en ella un soporte intelectual de grandes dimensiones.
Lucrecia tiene la virtud de ser autónoma y es una mujer con un discurso coherente. Sabe ser didáctica, es una expositora excepcional, es seria, escribe con profundidad, es intemperante a veces, pero no está enferma de solemnidad, también saber reír, “salirse de la fila”, gozar. En ella, como en muchas, se cumple el aforismo de Simone de Beauvoir: “cuando era niña, cuando era adolescente, los libros me salvaron de la desesperación: eso me convenció de que la cultura era el valor más alto…”
Lucrecia, profesora de la Universidad de Antioquia toda una vida, tiene también la gracia de hacerse preguntas permanentemente. Ha de ser la saludable influencia de su muy notable maestra, doña Virginia Wolf. En Una habitación propia, Virginia narra: “¿Por qué era Miss West una feminista acabada por el simple hecho de hacer una observación posiblemente correcta, aunque poco halagadora, sobre el otro sexo?”
Tengo que decirlo: a esta Lucrecia que comete también de manera permanente observaciones posiblemente correctas pero poco halagadoras, se la merece el país.
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Desde luego que voy a votar por Sergio Fajardo, tengo abundantes razones para hacerlo, pero muchas de ellas - a decir verdad - están inspiradas en la dimensión monumental de esta mujer.