¿Lo corrompió el poder?, no, el poder permitió que aflorara toda su brutal naturaleza corrupta
Por esa época, hace ya como cuarenta años, grupos inmensos de muchachos y muchachas se emocionaban escuchando y tarareando “Canción urgente para Nicaragua”, una alabanza a la revolución sandinista escrita por Silvio Rodríguez, que llenó de esperanzas a una generación:
“Se partió en Nicaragua, otro hierro caliente/ Con que el águila daba, su señal a la gente/ Se partió en Nicaragua, otra soga con cebo/ Con que el águila ataba, por el cuello al obrero/ Se ha prendido la hierba, dentro del continente/ Las fronteras se besan, y se ponen ardientes…”
Conocí gente en Medellín que se embarcó para engrosar las milicias internacionales en Managua. La solidaridad en toda la extensión de la palabra.
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Hoy, entonando esa misma canción como himno libertario, miles y miles de nicaragüenses se levantan contra el régimen gritando en las calles un coro impensable: “¡Ortega y Somoza son la misma cosa!”
Ortega resultó ser un fiasco: prepotente, corrupto, mañoso, vulgar, violador, ordinario, fantoche, ha dedicado su vida a convertir el país en una especie de feudo a su servicio, instaurando una autocracia familiar vergonzosa y detestable, utilizando medios más que conocidos por todos nosotros:
. Una Reforma Constitucional que habilita la reelección de manera indefinida.
. La cooptación de los otros poderes públicos (en 2016 el Consejo Supremo Electoral (CSE) destituyó a 28 disputados de la oposición).
. Eliminó la segunda vuelta.
. Se amparó en toda clase de trucos y artilugios jurídicos para evadir el juicio por
violación de su hijastra Zoilamérica Narváez.
. Se alió con narcotraficantes y los ha favorecido, convirtiendo el país en un paraíso
de impunidad para aquellos que tienen órdenes de captura internacionales.
. Convirtió a su pareja en candidata a la Vicepresidencia y cogobierna hoy con ella sin ningún
pudor. Rosario Murillo una pitonisa inestable y tóxica.
. Y, al mejor estilo somocista, reprime con mano de hierro todo intento de oposición.
¿Lo corrompió el poder?, no, el poder permitió que aflorara toda su brutal naturaleza corrupta.
Las pasiones que se desatan en torno a los temas políticos e ideológicos dificultan, la mayoría de las veces, que los seguidores entusiastas reflexionen sobre la naturaleza de sus dirigentes, sus condiciones humanas, sus características.
¿Es un personaje que está dispuesto a venderle el alma al diablo para conseguir su objetivo?, ¿miente de manera recurrente, posa y refleja personalidades múltiples?, ¿actúa de manera incoherente?, ¿de la misma manera que hoy dice algo mañana lo niega sin sonrojarse?, ¿es mañoso, sibilino?
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Todo eso se nota, ni siquiera hay que buscarlo, solo que la pasión es ciega.
El ciclo de Ortega ha entrado en su final. En él, como en todos los dictadorzuelos, se cumple la descripción descarnada y siempre premonitoria de García Márquez en El otoño del patriarca:
“…y sin embargo gobernaba como si se supiera predestinado a no morirse jamás, pues aquello no parecía entonces una casa presidencial sino un mercado donde había que abrirse paso por entre ordenanza descalzos que descargaban burros de hortalizas y guacales de gallinas en los corredores, saltando por encima de comadres con ahijados famélicos que dormían apelotonados en las escaleras para esperar el milagro de la caridad oficial…”