Las alianzas de religión y política han multiplicado la exclusión, el fanatismo, la polarización y la violencia
“La historia moderna ha mostrado que la alianza entre “el trono y el altar” solo sirve para desacreditar a ambos” Hannah Arendt
Que la senadora Viaviane Morales, fiel consagrada de iglesia cristiana, haya recurrido a pedir a sus seguidores ayuno y oración para lograr que su proposición de un referendo para prohibir que solteros y parejas homosexuales puedan adoptar, es una muestra de cómo la nefasta alianza de política y religión llega a extremos extravagantes y grotescos. Al final y por fortuna, como que no valieron ayunos ni oraciones y el referendo no pasó.
La senadora estuvo siempre acompañada de su esposo, Carlos Alonso Lucio, igualmente cristiano, predicador y misionero, quien junto a su cónyuge hace una lectura política de los preceptos cristianos y es autor del libro Cristianos, ¡Salid del clóset!: una crítica severa al poder Lgbti, que es una invitación a los fieles a defender ardorosamente sus convicciones religiosas y morales. Un claro llamado al fanatismo y la intolerancia. ¡Que peligro!
Si se intenta infundir a la vida pública y política “pasión religiosa”, o si se pretende usar la religión para hacer distinciones políticas, el resultado puede ser muy bien la transformación y perversión de la religión en una ideología y la conversión de todas las luchas contra todas las formas de totalitarismo en un fanatismo, lo cual es completamente extraño a la esencia misma de la libertad, como bien dice Arendt. En el país hemos vivido entre esas dañinas aguas que conducen a la violencia y han causado tantas muertes.
En la historia de Colombia abundan los episodios donde se unen la religión y la política, la inmensa mayoría con fatales consecuencias, como en el caso de las abiertas intervenciones en política de los obispos Miguel Angel Builes y Ezequiel Moreno. Es muy recordado también otro episodio de la historia que hoy vemos como simpático, pero en su época fue motivo de escándalo. Fue cuando Rafael Nuñez contrajo matrimonio civil con Soledad Román y la pacata sociedad bogotana de entonces se negaba aceptarlo, saludar a su esposa y asistir a reuniones en palacio. Todo terminó cuando en un banquete que ofreció Nuñez, doña Soledad entró al salón de la mano del Nuncio, ante lo que Nuñez le dijo al oído a un amigo radical que se resistía a aceptarla, “siempre resulta más puritano el radical que el Obispo”. Ojalá todas esas uniones de religión y política fueran tan suaves y de este estilo ahora, pero desgraciadamente no han sido sino multiplicadoras de la exclusión, el fanatismo y la violencia.
En Colombia lo que nos hace falta hoy como nunca es religión civil, que amaine la intolerancia y polarización en la que estamos. No se trata de la religión del hombre, que lo relaciona directamente con Dios, sino de la religión del ciudadano, la religión civil, que lo liga a la polis, como se denominan las ciudades-estado, dice Adela Cortina. Se trata de dotar de un cierto carácter sagrado a una determinada versión de la historia, a la bandera, al himno, a las fiestas, al pueblo, a la raza o la etnia, incluso al equipo de fútbol. Sintiéndose emocionalmente miembros de esa comunidad “sagrada” todos se tratan como iguales y trabajan con entusiasmo por una comunidad que sienten como suya. Con lo cual se va tejiendo emotivamente una voluntad común de ciudadanos en igualdad. La cooperación de los ciudadanos es indispensable para construir una buena sociedad.
Esta religión civil, a la que deberíamos llegar para superar la intolerancia, las exclusiones, los fanatismos y la polarización, que han sido lo dominante a lo largo de nuestra historia, la tenemos que construir con la educación, a todos los niveles, en ciudadanía, formación política y ética civil. Empecemos ya, para mañana es tarde.
CODA. A todas estas, Uribe y su Centro Democrático hacen su convención en una iglesia cristiana. Como quien dice: “más leña p’al fuego”.
La posverdad y la política