La reverencia al dato es alimentada por esa necesidad visceral que sentimos todos de saber a ciencia cierta qué es lo que va a pasar.
Bueno, si algo caracteriza a estos períodos de agitación electoral es “la batalla de las encuestas”.
Ya no sorprende el exceso de artilugios utilizados para inducir los votos. Si la encuesta no favorece a un candidato, entonces se recurre al diseño de prospectivas diferentes. Es “vox populi”, además, que muchas de aquellas se amañan, se maquillan, se modifican, y están al servicio de los más oscuros intereses.
Detrás de toda esta excitación se esconde un fervor casi enfermizo por la estadística. Aunque…tal vez me quedo corto al enunciarlo así, porque la verdad es que la excitación es en torno a la “certeza estadística”.
No importa la paulatina y creciente decadencia de la encuesta como herramienta de previsión de resultados. ¿Recuerdan las afirmaciones sobre el triunfo de Aznar en la España de 1993, cuando ganó Felipe González?, ¿la infravaloración de los votos en la reelección de Obama en el 2012?, ¿el supuesto “voto finish” que se presentaría en las elecciones de Israel en 2015?, ¿la certeza sobre los resultados electorales a favor de Hilary Clinton en los estados de Florida, Carolina del Norte, Pensilvania y Wisconsin en 2017? En todos ganó Trump.
Habrá quienes expliquen la persistencia de estos fracasos con argumentos tales como el atraso en los modelos de recolección de información, las perversidades de actividades siniestras del tipo Cambridge Analytica, o la actitud misma que frente a las encuestas tienen los entrevistados, pero lo cierto es que la gran mayoría de la gente y de los especialistas, mantienen un respeto casi reverencial por el poder del dato.
Creo, con todo respeto, que están equivocados.
Me parece que esto tiene que ver con el pánico a la incertidumbre. La reverencia aludida es alimentada por esa necesidad visceral que sentimos todos de saber a ciencia cierta qué es lo que va a pasar. Pero lo objetivo es que las cosas no funcionan de esa manera.
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Ese mundo ideal del Modelo Cartesiano según el cual todo funciona como una máquina matemáticamente perfecta, ya no tiene nada que ver con la realidad. La relación causa -efecto sí que está revaluada.
Nassim Nicholas Taleb ha planteado con su teoría de la “falacia narrativa”, que hemos desarrollado a lo largo de la civilización grandes habilidades para encontrar explicaciones y/o “causas” de los hechos sucedidos, e incluso para adaptar esos hechos a nuestras propias necesidades y creencias, pero que no hemos demostrado capacidad alguna para prever a ciencia cierta lo que va a ocurrir, por la elemental razón de que, como lo demuestran los postulados de la física cuántica, cualquier cosa puede ocurrir.
Toda su teoría sobre el “Cisne Negro” que se dedica al análisis del impacto de lo altamente improbable, le permite concluir que el mundo es más NO LINEAL de lo que pensamos, y de lo que a los científicos les gustaría pensar…
El determinismo está muerto desde 1986, cuando Sir James Lightill, fundador del Institute of Mathematica and Its Applications de Londres se disculpó a nombre de sus colegas debido a que “en el transcurso de tres siglos el público culto fue conducido a equivocación por la apología del determinismo, basado en el sistema de Newton, cuando puede considerarse demostrado, por lo menos desde 1960, que este determinismo es una posición errónea”.
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El tema es tanto más complejo cuando se trata de analizar los fenómenos que investigan las ciencias sociales y la política en particular, que se agitan en medio de altos volúmenes de “ruido aleatorio” (ruido que se confunde con información).
Hay mucha charlatanería detrás de los expertos y analistas electorales que, por estos días, operan en los medios a la manera de las invasiones bárbaras con sus opiniones altisonantes, puesto que no es cierto que la política sea una ciencia exacta.
Esas encuestas están ahí, entusiasman a seguidores y fanáticos, pero no necesariamente expresan una previsión científica del resultado final. La única certeza que podemos tener es que cualquier cosa puede pasar…cualquier cosa.