Su fructífero paso por esta vida no será olvidado. Mucho menos por quienes hemos tenido el privilegio de disfrutar de modo directo de su enseñanza, ejemplo y amistad.
En la antigüedad clásica se hacía referencia al objetivo de la educación: formar un ciudadano virtuoso, dueño de sí mismo, de sus potencialidades y de sus acciones, para ponerlas responsablemente al servicio de su ciudad y de sus conciudadanos. Como en la conocida metáfora del alfarero que moldea el barro para producir una ánfora bella y útil, el joven educado se transformaba cada día en mejor persona. No es lo mismo vivir que vivir bien. Aprendía a hacerlo del mejor modo: el uso racional de sus capacidades –inteligencia y voluntad- se vinculaba de modo natural con el servicio a los demás, con el altruismo y la solidaridad. Ahora, en contraste mezquino, la promoción de la brutal competencia amenaza con despersonalizar y enfriar las relaciones entre seres humanos. En la era de la “post-verdad” se llega al extremo de proponer un absolutismo individualista en el cual no parecen bienvenidos conceptos como sacrificio, abnegación, o voluntad de entrega a los demás: no obstante, como brisa reconfortante en medio del calor asfixiante de un desierto, vienen los testimonios existenciales de algunos seres humanos de un talante especial y acogedor. Su fructífero paso por esta vida no será olvidado. Mucho menos por quienes hemos tenido el privilegio de disfrutar de modo directo de su enseñanza, ejemplo y amistad.
Hace un año se completó el ciclo vital del querido médico pediatra y profesor Ramón Córdoba Palacio. Muchas generaciones de médicos egresados de las diferentes instituciones antioqueñas lo recuerdan con admiración, afecto y respeto. El profesor Córdoba quien murió a los 91, acumuló a lo largo de su vida títulos que lo honraron y a los cuales –sin duda- él mismo honró con brillo singular. Médico pediatra, maestro, puericultor. Profesor universitario de más de seis décadas: titular de la Universidad de Antioquia, doctor honoris causa de la Pontificia Bolivariana, honorario de la Universidad de la Sabana. Miembro destacadísimo de la centenaria Academia de Medicina de Medellín de la cual fue nombrado presidente honorario. Presidente y magistrado del Tribunal de Ética Médica de Antioquia. Conferencista, escritor, columnista, investigador. Su extensa obra académica por fortuna está ampliamente disponible en medios electrónicos aunque falta por realizar la tarea de la recopilación, ordenamiento y actualización crítica de sus abundantes escritos. Ello será un reto importante para futuros estudiosos de la obra de un genuino pensador colombiano quien abrió un camino de reflexión que ofrece fecundas posibilidades de revisión, diálogo, actualización y enriquecimiento posterior.
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Quienes lo conocimos, apesadumbrados por su ausencia física, nos sabemos reconfortados por su poderosa presencia espiritual, viva en un fundamento filosófico y antropológico nutrido por un insobornable amor por la verdad, por la realidad concreta de la comprensión de la práctica médica como una relación de encuentro interpersonal, alimentada por el amor (“philantropía-philoteknia”, amor al ser humano- amor a la técnica), al saber médico como “teckne iatrike” (saber hacer y saber por qué se hace) dentro de la más coherente antropología realista fundada en el personalismo ontológico de la riqueza de pensadores como Laín Entralgo, Xavier Zubiri, Ortega y Gasset, faros que inspiraron sus originales ideas sobre el sentido último -fielmente hipocrático- del quehacer médico.
Un caballero afable, sonriente, tranquilo y sereno en sus convicciones, comprensivo con las debilidades de sus interlocutores, médico y maestro dispuesto a hacer el bien a sus semejantes, con la ayuda eficaz y discreta, con la orientación sensata, con el comentario aclarador y optimista. Ramón Córdoba Palacio supo hacer de su vida lo que sirvió de título a uno de sus últimas obras en buen momento editada por Hospital San Vicente Fundación: dar lo mejor de sí mismo. Honor a su grata memoria.