Cuevas supo hacer parte de la historia

Autor: Redacción
9 julio de 2017 - 01:30 PM

A propósito del fallecimiento del artista plástico José Luis Cuevas, el pasado 3 de julio, el escritor Félix Ángel comparte detalles de su cercanía al pintor, así como una revisión de su trayectoria. 

Washington, EE.UU.

Felix Ángel


En la víspera de la celebración del 4 de Julio, fiesta nacional de los Estados Unidos, me enteré por una escueta nota en El Excélsior, diario para el que colaboró por más de una década (y que seguramente será procedida con muchos artículos en diversos medios), del fallecimiento del artista mexicano José Luis Cuevas a la edad de 86 años.

Lo conocí en Washington, en 1977, en casa de José Gómez Sicre, quien fue la persona que lo catapultó internacionalmente en los años 50, desde el programa al que estaba a cargo en la Unidad de Artes Visuales de la OEA.  Es decir, para cuanto tuvo lugar nuestro primer encuentro, Cuevas era una figura ampliamente reconocida como uno de los renovadores de la figuración. A partir de ese momento, desarrollamos una amistad que a mi modo de ver disfrutó, no tanto por la admiración que yo le profesaba como artista plástico, sino por su actitud frente a la vida y el arte, por compartir la pasión por escribir (en uno de nuestros encuentros lo entrevisté), y por la forma en que, de alguna manera, le recordaba sus inicios como artista joven, una época en que, cuando uno lo es, piensa en enfrentarse al mundo y conquistarlo, no importa las dificultades que se atraviesen.  

Mi admiración estaba justificada. Cuevas desde muy joven se destacó, primero en México y luego en el resto del mundo, como un artista innovador y de ruptura con la -para entonces exigua- filosofía del Muralismo, y con las tendencias de posguerra dominadas por el abstraccionismo. Otros artistas como Tamayo se habían posicionado abiertamente en contra del mensaje ideológico del muralismo, y de su realismo social, incorporando muchas ideas de la abstracción europea moderna. 

En el caso de Cuevas, quien hizo parte de un movimiento identificado en sus comienzos con un “nuevo humanismo” (por fuera del establishment, como lo confirmó la exposición colectiva realizada en Filadelfia, titulada The Outsiders), la abstracción fue descartada por no responder, en un mundo triunfalista, a la necesidad del hombre de reencontrar sus valores inalienables, alterados como resultado de varias décadas de ambiciones políticas justificadas por distorsionadas ideologías y desajustes sociales que ahora sabemos se utilizaron como fachada para proscribir la individualidad, coartar la libertad y la expresión, encubrir ambiciones de poder, dominando mentes, países, continentes. 

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A pesar de todos los logros tecnológicos, militares y económicos de Occidente una vez concluida la Segunda Guerra e iniciada la Guerra Fría, era necesario aceptar la degradación humana como un factor social que requería urgente atención, para de esa manera recobrar el optimismo por la vida en un mundo dividido entre el progreso, la reconstrucción, entre victoriosos y vencidos, entre la coerción y la libertad.

Para lograrlo, Cuevas consideraba necesario hacer lo grotesco visible. En parte por ello su figuración lo fue, aunque no estuvo sólo en ese campo. El norteamericano Leonard Baskin y el irlandés (británico) Francis Bacon son otros artistas de un grupo especial durante el mismo periodo. Cuevas fundamentó su propuesta y búsqueda sobre un lenguaje excéntrico, grosero; para ampliar su desafío acudió al dibujo, complementado a veces con la aguada, y luego al grabado con el cual logró calidades plásticas extraordinarias, ambas técnicas consideradas entonces artes menores (al final de su vida incluyó la escultura por exigencias del mercado, más que por otra razón).

Estoy seguro de que algunas de sus turbaciones nunca logró esclarecerlas. Muchos de sus temores y excentricidades los convirtió en sensacionalismos, temas de celebridad y chisme, intencionalmente. Jamás se molestó en privado por esconder su neurosis, aunque en público era una caja de música; en ello continuó la tradición de los grandes artistas mexicanos, como Diego Rivera. Tuvo intensos amores y profundas inquinas contra otros artistas que destruía sin concesiones con ácidos e inteligentes comentarios, aunque compartió con ellos muchos de los defectos que dijo aborrecer.

Cuevas fue, en resumidas cuentas, un personaje complejo, lleno de virtudes y contradicciones, pero fundamentalmente, fue un gran artista. 

Su deceso es sin duda una tremenda perdida para América Latina, y el mundo del arte, pero estoy seguro de que, por muchos años anteriores a su partida, disfrutó anticipadamente saberse parte de la historia.

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