En reciente y excelente artículo,
En reciente y excelente artículo, Saúl Hernández Bolívar llama la atención sobre el peso que tiene la corrupción en la caída de las democracias. La subversión encuentra en la prédica moralizante su gran carta electoral y una población escandalizada por la corrupción de las élites políticas, se deja llevar por el discurso de demagogos delirantes. El reciente caso de Venezuela es bien ilustrativo, porque la corrupción generalizada allanó el camino estridente de Chávez.
La corrupción se da en todos los tiempos y regímenes. Aristófanes ya la denunciaba en Atenas con insuperable ironía, y Marco Tulio Cicerón la execraba con oratoria perfecta. Sin embargo, se ha puesto de moda recientemente afirmar que la corrupción es “de derecha”.
Se combate mejor esa plaga cuando hay libertad política, debate público, independencia judicial y medios objetivos, que cuando gobierno, cortes y medios responden a una trinca que puede llevar a la cárcel a quienes indaguen sobre los negocios del poder.
En Colombia había muy poca corrupción, porque al fin y al cabo era la democracia más estable y sólida en América Latina. La Argentina de Perón y el México del PRI nos horrorizaban. Por eso, es lamentable reconocer que ya nos acercamos a ellos.
Para juzgar el grado de corrupción, la mejor herramienta es el Índice de Percepción de la Corrupción que anualmente establece Transparencia Internacional. El ranking va desde el puesto 1, Dinamarca y Nueva Zelanda, donde prácticamente no se conoce, hasta el 176 de Somalia. Alemania y el Reino Unido comparten el puesto 10, Estados Unidos ocupa el 18; Francia, el 23… y Colombia está en el 60.
No debemos consolarnos por ser todavía de los menos corruptos en América Latina, porque el Metro de Medellín, el Guavio, Dragacol, Reficar, la connivencia con Claro para la no reversión de sus equipos, las extrañas condiciones de la prórroga de Cerromatoso, no son propiamente pecados veniales; y en Antioquia no podemos tirar la primera piedra, porque las denuncias sobre Orbitel, los negocios brumosos de UNE y de la expansión “multilatina” de EPM, que han hecho en las columnas de EL MUNDO, son bien graves, aunque no desvelen a nuestro peripatético alcalde …
Con lo de Odebrecht los ciudadanos van a terminar en la mayor confusión, a pesar de los esfuerzos de los medios embadurnados por desviar todas las responsabilidades hacia funcionarios pretéritos, como si en estos seis años no se hubieran repotenciado, ampliado, adicionado y ejecutado incontables maniobras jurídicas y pecuniarias, especialmente en Reficar y en los contratos con los brasileños.
Hay que destapar y llegar a las últimas consecuencias, pero sin caer en la trampa de aceptar aquello de “¡Mueran Sansón y todos los filisteos!”, para darles a las Farc y al partido comunista la oportunidad de llegar al poder con flamígera espada justiciera y vengadora, porque en América Latina la izquierda, cuando llega al poder, ha sido mucho más corrupta que los partidos democráticos.
Cuba comparte con Colombia el puesto 60 en el índice de TI, aunque expertos consideran que el capitalismo militar de Estado oculta demasiada información. Si el puesto de la dictadura castrista es tan deplorable como el nuestro, los de sus satélites causan espanto: El Salvador ocupa el 95; Bolivia, el 113; Ecuador, el 120; Nicaragua, el 145 (antes de empezar el canal de los chinos), y Venezuela, el 166, que debe reflejar el cartel de los soles.
No debemos olvidar tampoco la corrupción bajo Cristina, en Argentina, y con Dilma en el Brasil. Corea del Norte, el régimen más fiel a un estalinismo inflexible, primitivo y represivo, ocupa el puesto 174.
En Colombia, mientras nos deslizamos hacia el castrochavismo con los tres poderes públicos confabulados con el cuarto, los medios, es cada vez más fácil ocultar la corrupción, robarse un plebiscito y enriquecer con contratos ad homine a los amigos.
Frente a la macrocorrupción en obras públicas, la contratación a dedo en las entidades territoriales y las licitaciones de proponente único (como Isagén), o de competencia aparente, hay una corrupción que se nos hace de chichiguas y que por eso nadie investiga. Como ejemplos podríamos mencionar los 100.000 y más millones de la Fundación Galán, los 12.000 para el hermanito del minhacienda; los 10.600 para el dueño de Sístole (hermano del presidente); los 10.600 repartidos por Montealegre entre sus amigos, incluyendo a la monita, los 1.380 para el chapetón Baltazar Garzón y los varios centenares de millones para asesores de paz, como León Valencia y Antanas Mockus…