Hay que corregir lo corregible, comunicar y actuar, presidente Duque, para que todos sepan que hay un capitán al timón del barco llamado Colombia.
El presidente Duque tuvo un gran bajón en la aprobación de la opinión pública, pues su aceptabilidad pasó del 53,8% en septiembre, al 27,7% en noviembre. Razones, varias. Veamos.
A la gente le cayó muy mal la propuesta de subir el IVA a la totalidad de la canasta alimentaria y gravar las pensiones de la clase media. Ha sido un desgaste innecesario y muy costoso, que pudo ser evitado, porque era completamente imposible, no sólo que la gente, sino también los políticos del Congreso, del cual carece de manejo efectivo, aceptaran la argumentación del presidente y su ministro Carrasquilla, menos aún, ad-portas de las elecciones de gobernaciones y alcaldías. Yo entendería que el ministro defendiera su propuesta dentro del gobierno; al fin y al cabo, el no tiene que pagar ningún costo político por hacerlo, pero no Duque.
Es que él sí tiene qué perder, en términos de la poca gobernabilidad que posee, pues la vía para obligar al Congreso a apoyar sus proyectos es tener la opinión pública a su favor, para presionarlo frente a la ciudadanía, pero su actuación derivó en todo lo contrario. Y de paso, se está llevando consigo parte del respaldo popular que tiene el Centro Democrático, al que pone en situación difícil frente a su electorado, hasta el punto de que ese partido tuvo que declarar públicamente que era necesario ofrecer alternativas distintas a la generalización del IVA, y aunque todavía no lo ha dicho de cara a la opinión, también a la del gravamen de las pensiones de la clase media. Darle argumentos a los enemigos de la democracia para que ganen respaldo popular y lleguen al poder, es no entender el país en que vivimos.
Yo sé que el presidente Duque cree en la persuasión y en los acuerdos con los actores políticos, y comprendo que, en esa estrategia, algunos proyectos pueden hundirse. Pero los políticos no practican la búsqueda cooperada de la razón, que Habermas ideó, en lo que llamó acción comunicativa, para explicar lo que debería ser el intercambio de opiniones para una sociedad perfecta (que no funciona ni en el cielo), sino el intercambio de argumentos que tienen como objetivo favorecer sus particulares intereses, algunos de los cuales pueden ser perfectamente legítimos en una sociedad compleja como la nuestra.
Y, en este escenario, el arte de consensuar políticamente, por ejemplo, en el Congreso, consiste en darle a esos policy makers, incentivos, siempre dentro del campo de la legalidad y la ética públicas, para que apoyen las iniciativas gubernamentales. Porque está bien que se pierdan algunos proyectos, pero no aquellos que son tan impopulares, que merecen el rechazo de casi toda la comunidad política, existiendo otras alternativas. Como tampoco es políticamente acertado permitir que naufraguen o se ralenticen tanto, propuestas gubernamentales que tienen pleno apoyo ciudadano -como las que presentó Duque sobre la lucha contra la corrupción- porque esto causa malestar y rechazo al gobierno. Menos aún, con el argumento de que no se quiere incidir en la opinión de los congresistas.
Duque ha hecho un esfuerzo considerable por atender el clamor de los ciudadanos y darle salidas. Los reclamos sociales han sido escuchados. Pero la buena fe del gobierno ha sido asaltada con frecuencia por elementos que no buscan la solución de los problemas por los que dicen que se movilizan. El hecho es que hay sectores que buscan pescar en rio revuelto, no con la intención de mejorar las condiciones de vida de los sectores que pretenden representar, sino con la aviesa intención de crear caos y entropía, para generar disturbios e ingobernabilidad, intentando que el país se le salga de las manos a la institucionalidad, con el objetivo de generar opinión que les permita ganar las elecciones y crear condiciones para llevar al país, por las buenas o las malas, al modelo del socialismo del siglo XXI u otra cualquiera de las denominaciones que ahora tienen los narcosocialistas.
El deseo de dialogar y tener bajo perfil en el manejo del conflicto social debe complementarse con medidas que aseguren la estabilidad y permanencia del estado social de derecho. El bajo perfil no puede ser incompatible con un esfuerzo gigantesco de comunicación por parte de Duque, para que exponga las cifras de distribución del gasto en la realidad que tienen, de manera que ponga las pretensiones en su justa medida. Hay que hablarle al país, y mucho. Y también deberían tomarse medidas para que la protesta social, legítima como es, no vandalice y destruya nuestro tejido social y la confianza en que el gobierno defiende los derechos humanos de todos los colombianos. El líder, como la mujer del Cesar, además de ser, debe parecer, para generar confianza en su pueblo.
}Es verdad sabida que los narcoseñores de la guerra, de cualquiera de sus denominaciones, apunta a balcanizar nuestro territorio y ganar presencia en él, usando todas las formas de lucha. Duque lo sabe y ha tomado medidas al respecto, pero se necesitan más acciones contra esta amenaza. Para hacerlo, hay que separar el trigo de la paja, desnudando a los agentes del caos. Es una tarea difícil, pero necesaria. A la gente del común hay que enviarle el mensaje de que sus vidas no corren peligro, de que se podrán transportar a sus lugares de destino, de que tiene derechos serán respetados y protegidos de cualquiera que los amenace. Y a los verdaderos protestantes con causa, debe garantizárseles que su derecho a exigir lo que consideran justo, será salvaguardado y sus reclamos, atendidos; pero también hay que prevenirlos de que no pueden convertirse en idiotas útiles de quienes solo los consideran como objetos para conseguir fines oscuros.
Hay que corregir lo corregible, comunicar y actuar, presidente Duque, para que todos sepan que hay un capitán al timón del barco llamado Colombia.