En el encuentro para presentar la evolución de este diario, el columnista colega Manuel Manrique,
En el encuentro para presentar la evolución de este diario, el columnista colega Manuel Manrique, llamó la atención sobre la necesidad de recuperar la confianza para generar una ciudadanía más educada y activa.
Que vivimos en un entorno que nos hace desconfiados no es nuevo. Cada año se hacen estudios sobre la percepción de confianza de los ciudadanos en su país, en sus gobiernos locales y en sus comunidades. Los indicadores decrecen y son alarmantes hasta el punto de concluir que nuestra capacidad de convivir pacíficamente y en bienestar es mínima.
Construir ciudadanía en sociedades que ya son desconfiadas por naturaleza es una proeza. La desconfianza hace tiempo lleva ventaja y ha sabido camuflarse en el mundo actual, en las maneras de comunicarse, de relacionarse y de convivir. El internacionalista Dominique Moïsi ha dicho incansablemente que en el mundo actual la desconfianza está polarizando más a los ciudadanos, aumentando la brecha en las relaciones comerciales y políticas. Aunque para muchos es un tema que pasa desapercibido, requiere más cuidado porque desconfiar se ha convertido en la emoción que motiva la gran mayoría de los comportamientos sociales contemporáneos.
La desconfianza es una actitud consciente, una presunción negativa respecto al posible comportamiento de otros que pueda incidir desfavorablemente en la vida personal o en el desarrollo de una comunidad y de una nación.
Las sociedades y los ciudadanos desconfiados viven en constante zozobra, en alerta continua, actúan a la defensiva, sintiéndose atemorizados y protegiéndose continuamente de todo y de todos. Acumulan tensiones y entran en círculos viciosos, en hábitos que más que fomentar la autoprotección, los hacen cada vez más vulnerables mental y socialmente, más conflictivos, maleducados, irrespetuosos, insolidarios y escépticos frente a procesos de transformación de la cultura ciudadana. Un país con ciudadanos que ya no confían en las instituciones gubernamentales, en sus coterráneos ni en sus vecinos, va camino a la pérdida de identidad, a la inseguridad económica y al fracaso como nación.
Los niños y jóvenes están creciendo en entornos familiares y escolares en los que se les inculca la desconfianza porque “hay muchos riesgos” y no hay eficiencia ni credibilidad en el Estado, en quienes lo orientan y en los mecanismos y organismos que crea para garantizar la protección de los ciudadanos.
La confianza es vital para las relaciones en cualquier ámbito y cuando se pierde, es difícil recuperarla. Moïsi quien promueve y defiende la importancia de recuperar la confianza para avanzar en el fomento de una ciudadanía mundial más participativa y educada, propone contener la desconfianza con la esperanza que es la emoción que aún sobrevive en este caótico mundo y que puede propiciar en los ciudadanos comportamientos que no se encadenen a los dolores y los miedos del pasado, algo así como un borrón y cuenta nueva. Aunque suena fácil, es un proceso complejo y un largo trecho que hay que recuperar en el camino, pero no imposible de lograr, no volviéndonos confiados al extremo sino propiciando sin temores, oportunidades y condiciones para relaciones, comportamientos y actitudes ciudadanas más fluidas, solidarias y transparentes que permitan evolucionar hacia una ciudadanía más optimista y competente.