Lo que de veras extraña en este episodio, tras la arbitraria, inaceptable exclusión de Sofía Gaviria y Vivian Morales, es la dejadez de los precandidatos liberales supérstites
Varias semanas han transcurrido desde que la autoridad electoral decidió gastar la friolera de $80.000 millones, que luego abochornada rebajó a $40.000, en la consulta liberal para escoger candidato presidencial. Un acto intrascendente y baladí, por donde se lo mire, en la hora actual. Para tan poca cosa una suma descomunal, tan obscena que no cabe en la cabeza de nadie y tiene atónito al país entero, hoy lleno de afugias y carencias que la pobrecía soporta a diario en áreas tan vitales, nunca cubiertas, como la salud, la vivienda, la nutrición infantil y otras que nos avergüenzan ante el mundo. Frente a tamaño despropósito asombra el silencio del máximo responsable y director del partido, el expresidente César Gaviria, como si no se hubiera percatado de su gravedad y de sus implicaciones en las urnas, siendo él persona ducha en los intríngulis de la mecánica política y en el manejo, certero o errado –como convenga– de la opinión pública y de las emociones colectivas, en función de la causa política que lo compromete, independientemente de que ese manejo reporte o no buenos resultados. Desde los tiempos del desaparecido Turbay Ayala nunca nadie en la cúpula liberal estuvo tan familiarizado con dicho tejemaneje y la estrecha atención que demanda día a día.
Me extraña también el desinterés de la prensa, siempre tan acuciosa y vigilante, frente a asunto tan enojoso. Y qué decir de la indiferencia de las autoridades económicas, el ministro de Hacienda incluido. Como si este gasto caprichoso, si llega a darse, y el desgreño que entraña, no fuera a repetirse mañana cuando cualquier partido, grande o pequeño, reclamara para sí el derecho a que con dineros públicos y en cantidad parecida se diriman sus querellas internas o los pequeños pleitos de vanidad en que suele incurrir tanto aspirante inviable o contraindicado, a enarbolar la bandera de su partido en una contienda comicial. Pues en Colombia lo que cuenta no es el buen sentido y la sindéresis sino el “precedente” que, presas de la manía santanderista o rabuleo que no nos abandona, siempre invocamos para reclamar el privilegio de malgastar y abusar de todo sin sanción alguna y con la misma largueza e impunidad social que ayer cobijó a otros.
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Pero lo que de veras extraña en este episodio, tras la arbitraria, inaceptable exclusión de Sofía Gaviria y Vivian Morales, es la dejadez de los precandidatos liberales supérstites, Cristo y De la Calle, cuya suerte depende de la consabida consulta. No tanto por Cristo (tan adornado con su apellido, seguramente bien merecido), político menor, de comarca, pulido en la capital a punta de rebusque y obsecuencia con el gobernante de turno desde finales de la centuria anterior, cosa que digo sin ánimo de rebajarlo sino apenas de clasificarlo en la flora y fauna políticas que nos acompañan). Me quejo pues de la despreocupación de Cristo con el grosero gasto de marras pero también de la de Humberto de la Calle, hoy en día la figura más respetada y con peso propio que tiene su partido, asaz disminuido, para ofrecerle a los sufragantes, así sea con escasas posibilidades. Partido convertido en una minoría más, entre las varias que pueblan el panorama, para adoptar una candidatura heroica como la de De la Calle, sin muchas esperanzas de coronarse, a no ser que consiga encabezar desde la primera vuelta una gran coalición en la que nadie, en el centro y la izquierda, se quede por fuera.