El 17 de junio la incertidumbre se resolverá entre conservar el statu quo del país que tenemos hoy enchapado en mármol contra cualquier posibilidad de cambio, o saltar al vacío con la esperanza de caer sobre algo mejor
La segunda vuelta es para escoger entre la propuesta que nos motiva o contra la que nos desmotiva. Por algo se dice que el voto en blanco no tiene sentido como opción, a diferencia de la primera vuelta. Como no fue posible ganar con el 50% más un voto, se tienen 20 días para sumar apoyos y concretar acuerdos. Para transar, los candidatos ganadores convocan a los demás, horas después de cerradas las urnas. Duque abrió las puertas de su campaña y llegaron en avalancha todos los que antes eran mermelados, corruptos y prohijadores del narcoterrorismo. Sin filtros. No importa que su ingreso sea por la puerta de atrás, vergonzante. Es la reedición del todo vale y los medios justifican el fin. El discurso de la ética y la mano dura no solo contra la guerrilla sino también contra los corruptos, sirvió para acumular las fuerzas suficientes por parte del CD para llegar a la primera vuelta. Después del 27 de mayo la escupa cayó en el rostro.
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El voto en blanco después de la primera decisión, cuando legalmente no tiene sentido, es un desconocimiento de las reglas de juego que se aceptaron para participar desde el comienzo. El proceso electoral no termina cuando mi opción sale del juego, sino cuando el proceso hace la filtración final entre los candidatos y sus propuestas. Pero todas las posturas del blanco son muy respetables; lo cierto es que, en su mayoría, obedecen a cálculos políticos futuros, resultado de intentar jugar unas cartas que arrojen dividendos, más no perdidas por asumir compromisos.
Es el juego de Fajardo. El escrúpulo que no tuvo para ligarse al sector más intransigente del Polo, el Moir, lo tiene para distanciarse de Petro. Puro cálculo político pensando en el próximo periodo, porque lo del retiro de las contiendas venideras como candidato nadie se lo cree. Además, la indefinición es una postura política innegable. El blanco de Robledo es pura inquina personal contra su excompañero del Polo, porque no tiene sentido alegar que lo hace por el antaño apoyo petrista a Santos, mientras calla ante lo mismo hecho por fajardo, Mockus y Claudia López.
¿Pero cómo entender a De La Calle? No creo que tenga su mirada puesta en las elecciones de 2022. Su voto en blanco no corresponde con los postulados básicos de su propuesta en campaña. El candidato liberal intentó centrar el escenario de la contienda alrededor de respaldar o no la paz, resultado del proceso de negociación con las Farc. Ese fue su énfasis. Ahora esa no es la disyuntiva, pues decide no votar en contra de quien amenaza revisar aspectos sustanciales de los acuerdos, y le da la espalda a quien se compromete en defenderlos. Son las dubitaciones que le costaron consistencia a su campaña: el reiterado tinto con Fajardo, la consulta extemporánea de septiembre y la ambivalencia entre asumir ser el candidato de la estructura partidista del liberalismo o ser un candidato liberal sin maquinaria.
Sigo convencido de que el 17 de junio la incertidumbre se resolverá entre conservar el statu quo del país que tenemos hoy enchapado en mármol contra cualquier posibilidad de cambio, o saltar al vacío con la esperanza de caer sobre algo mejor, porque peor no podrá ser, es donde estamos.
El país de Duque será el país de las violencias, las inequidades y las corrupciones de siempre, pues sus aliados son los responsables de siempre. Como se consiguen los votos se gobierna. En su agenda no hay nada transformador excepto para favorecer a sus mentores, como su propuesta de revolcar la justicia. El excluyente e inequitativo régimen económico y político nada tiene que temer en sus manos.
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Ante ese panorama es preferible aventurar con Petro, con dos certidumbres: amigo incondicional de la paz y luchador decidido contra la corrupción, sus fortalezas de vida. Con pasivos ineludibles: poco dado a escuchar, egocéntrico, decisiones desacertadas en lo administrativo, acelerado a veces o muchas veces para conceptuar. Fallas todas muy humanas, temperamentales, no adoptadas para echarle un peso a su bolsillo. Petro se autodefine como liberal, no comunista, ni socialista (El Tiempo, 4 de junio 2018). Yo le creo. Además de su cercanía con la paz y la anticorrupción me atrae su afinidad a la inclusión social y su propuesta, sí revolucionaria, de modernizar el modelo capitalista colombiano cambiando su carácter extractivista por un mayor protagonismo de la industria, la tecnología y el conocimiento, en un contexto de sostenibilidad ambiental. Ese es el salto al vacío que prefiero dar el 17 de junio.