Los decibeles de la paz no alcanzan a registrar en los medios de comunicación
No es un descubrimiento que la paz y la vida dejan de ser taquilleras cuando llegan y permanecen. Por supuesto, no soy tan iluso de pensar que a Colombia ya llegó la paz total y que la vida no corre peligro, pero las cifras no mienten: “Entre el 20 de julio de 2015 y el 20 de enero de 2016 se redujeron en 97 % las acciones ofensivas de las Farc y bajó en un 73 % el número de combates con la Fuerza Pública… Desde hace 51 años no se presentaba una reducción tan grande del conflicto armado”. (Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos -Cerac-). Y no solo en ese lapso: Desde hace cerca de cuatro años Colombia tomó ese camino y muchos ciudadanos creen que es un tema ya “chuleado” y que siga el siguiente problema por favor.
Error. La historia muestra que somos un país en constantes “Guerras recicladas”, título del excelente libro de la periodista María Teresa Ronderos. Desde la guerra de independencia, e incluso antes en los profusos conflictos de la Colonia y en la Conquista que fue una guerra cruel y cobarde, Colombia ha sido un mismo hecho violento que cambia de uniformes, consignas y objetivos.
Por eso la paz no es solo callar fusiles y entregar unas armas. Mientras exista esa costumbre casi atávica de resolver todo con violencia, siempre estará latente la posibilidad de empezar a disparar masivamente de nuevo. Y armas, ¡jm!, armas se consiguen fácil porque es un negocio de multinacionales atentas al primer insulto en cualquier rincón del planeta.
Volver trizas el Acuerdo de Paz no es volver a la guerra con las Farc. Los integrantes de esta guerrilla ni quieren volver al monte ni están ya en condiciones de hacerlo. Lo que podría venir sería otra guerra diferente a la que cesó con dicho grupo, y adicional al conflicto con el Eln y a la lucha contra la delincuencia común organizada. Luego de callar 7.000 fusiles la clave de la implementación del Acuerdo es que romperá gran parte de la cadena bélica de reciclaje. Ninguna causa social justifica la guerra pero sí la explica y por ello hay que desactivar motivos.
Es más: Si las Farc hubieran sido derrotadas subsistiría el mismo peligro de otra guerra ya fuera a partir de sus propios reductos sobrevivientes, con nuevos actores y por cualquier causa. La paz siempre es frágil obténgase como se obtenga.
Medios de comunicación y líderes tenemos gran responsabilidad en las prioridades que se van acomodando en la mente de los ciudadanos. Debemos guiar y no ser guiados por la corriente de percepciones formadas a fuerza de subjetividades o posverdades y plasmadas en las encuestas.
Las numerosas vidas que se han salvado o la ausencia de tomas guerrilleras y combates no ameritan grandes titulares de prensa ni publicitados debates en el Congreso, en especial porque los teatros de guerra y de posguerra son lejanos para las ciudades, donde si antes no se escuchaban las explosiones menos se va a escuchar ahora el silencio. Obvio que también esa propensión a la crónica roja es parte de cierta condición humana morbosa.
Por eso la obligación de quienes creemos en esta paz neonata es predicar sus bondades y ventajas. Es construir y mantener viva una nueva narrativa de un país que ya no tiene que preocuparse por los combates sino por llenar de Estado integral todos los rincones del territorio.
La risa, la vida y el sosiego tienen que ser la noticia y el titular, pero no solo su comienzo o su firma, no, deben ser noticia en todo su trayecto y permanencia. Es clave que muchas entidades y medios estén contando cómo transcurre hoy la vida en aquellas regiones antes plagadas de violencia: comunican la paz, lo cual empieza por divulgarla antes de, en y después de.
El día en que la paz sea apreciada de verdad, en que sea comprendida, en que sepamos escucharla, ese día empezaremos a protegerla. Porque, ¡qué dolor!: quienes tanto hemos luchado por la paz de Colombia no la estamos cuidando ni nutriendo ni defendiendo adecuadamente. ¡Pellizquémonos!