Compasión y confianza en la ética pública

Autor: Eufrasio Guzmán Mesa
8 febrero de 2018 - 12:08 AM

La confianza tiene que ver con la verdad. Por la verdad renace la vida, ella es núcleo decisivo de seres conscientes

Nicolav Chéjov, pintor y hermano mayor del escritor ruso Antón Chéjov, se quejaba de ser un incomprendido y Antón, en una carta memorable, le escribió un conjunto de reglas para quien se quiere considerar a sí mismo culto. Dentro de esas ocho reglas hay una que tiene que ver con la compasión en un sentido opuesto al que quiero resaltar, pues pedir compasión sin merecerla o necesitarla es un defecto que tienen en común los pordioseros profesionales y algunos ideales románticos y ese sentido de la compasión ha sido objeto de duros comentarios por parte de Nietzsche o el mismo Antón Chejov. Le dice este último a su hermano pintor sobre los seres cultos: “No se menosprecian por despertar compasión. No tensan las cuerdas de los corazones de los demás para que los otros giman y hagan algo (o mucho) por ellos”. En una dirección similar Nietzsche repudia la compasión como emoción casi incontenible ante la presencia de una miseria o un estado deplorable del otro; pasión e inclinación están asociadas a un plegamiento, a un bajar al nivel de la miseria del otro. La compasión de la que hablo no tiene mayor cosa que ver con esta “simplona, decadente y finalmente falsa”. La compasión de la que quiero hablar se refiere a un profundo sentido de la dignidad y, siguiendo a Kant, al sentido esencial de la autonomía y al “no dejarse imponer nada con lo cual no se pueda estar moralmente de acuerdo”. Una compasión así emana de la naturaleza humana, parece estar asociada a sentidos de la armonía saludables.

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En el caso de nuestra patria la desconfianza profunda es un ingrediente importante del conflicto y podemos decir que construir confianza es uno de los métodos más definitivos para fortalecer los vínculos sociales y la compasión genuina. La confianza es un sentimiento y un afecto humano que se tiene o no se tiene. No se puede obligar a una persona a tener confianza. Yo me puedo ganar la confianza y puedo llegar a ser confiable para alguien después de un proceso largo en el cual doy muestras permanentes y duraderas que hacen que inspire confianza. Pero observemos que la sola expresión “inspirar confianza” habla de un cierto origen instintivo o irracional de la confianza. Pero al mismo tiempo la confianza se origina en la observación de conjuntos de hechos, en trayectorias, en la experiencia humana concreta y ayuda a la compasión saludable.
La confianza tiene que ver con la verdad. Por la verdad renace la vida, ella es núcleo decisivo de seres conscientes. Dada la tendencia a engañarnos, a adoptar mitos, y teorías como tablas de salvación, es necesario recordar que la cultura occidental le concede a la verdad valor esencial en la vida social. La verdad tiene valor terapéutico fuerte. La verdad y la elegancia obedecen a propósitos humanos diferentes, la elegancia es un don del espíritu apreciable en la percepción de lo bello y en muchos casos orienta la simulación, que caen con frecuencia en una falsa compasión; la verdad en cambio transforma el sentido de la existencia y libera de los lastres de la ignorancia y de la fantasía humillante que quiere cambiar el mundo sin esfuerzo colectivo. Deberíamos llamar compasión a ese sentimiento sólido que fortalece la sociedad y conmiseración al que la debilita. Tenemos una tendencia a confundir la compasión saludable que parte de la dignidad de la persona con la conmiseración que humilla al necesitado. Trato de expresar algo complejo que tiene su fuente en la idea bíblica de no regalar pescado sino enseñar a pescar y es una crítica al asistencialismo ciego que inmoviliza y daña el tejido social.

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