La consulta anticorrupción no se ganó, pero de cualquier modo la votación registrada, por su volumen abrumador, es un hecho político que incidirá bastante en nuestro futuro
Las aseveraciones hechas sobre la escasa asistencia de electores a los puestos de votación el día de la consulta anticorrupción, no se han probado, por concluyentes que suenen. En asuntos cruciales, en que se define la postura que adopte el conglomerado frente a reformas de fondo que se le propongan, hay que proceder con prudencia y mucho apego a la verdad, pues si surgen dudas o sospechas de trampa o engaño, quedará en entredicho la validez del veredicto popular y sembrada por ende la semilla de la discordia. El fraude en la elección de personeros en las ramas legislativa y ejecutiva es cosa grave. Pero más grave y escabroso es el perpetrado para enmendar o convalidar la normativa que nos rige, cuando se decide o no cambiar de ruta. Pues ahí no está en juego nada contingente o pasajero, limitado a un período congresional o presidencial, sino algo substancial, duradero, indefinido en el tiempo, que afecta el destino común de la sociedad.
Respecto a la consulta en comento la única verdad que se conoce es la oficial, proferida por la Registraduría y luego por el Consejo Electoral, al divulgar el resultado del escrutinio. Esa es la sola verdad invocable mientras no se demuestre lo contrario por parte de quienes la impugnen a tiempo ante los órganos competentes para ello. Demos por sentado entonces lo que salió de dicho certamen comicial, lo que tenemos a la vista, que se reduce a dos hechos: primero, que la consulta se perdió al no haber alcanzado el umbral, y segundo, que no obstante lo anterior, la votación fue tan alta que nadie la esperaba y rebasó los cálculos incluso de quienes deben mostrarse optimistas o triunfadores, por obligación o necesidad. Si semejante resultado lo hubieran siquiera columbrado desde antes los promotores del evento, cuestionadores de oficio del status quo, se habrían alistado adecuada y concienzudamente para denunciar un posible fraude, como es su costumbre, no bien se conociera la cifra de casi 12 millones de sufragios, tan cercana al mínimo requerido que cualquier alegato formal en tal sentido hubiera parecido verosímil, nada exagerado. Más aquí, donde lo habitual en cada conteo inicial o final, y con mayor razón en el escrutinio, es poner el grito en el cielo aduciendo que se alteraron las actas y se amañaron las cifras.
Resumamos: la consulta no se ganó, pero de cualquier modo la votación registrada, por su volumen abrumador, es un hecho político que incidirá bastante en nuestro futuro. Más aún que el referendo del 2 de octubre, en el que, así fuera por estrecho margen, se denegó lo acordado con las Farc, aunque luego no se respetara en estricto sentido el resultado de las urnas. La reciente consulta aritméticamente no se ganó, pero políticamente sí. Ella, en consecuencia, marcará la política, el comportamiento del Estado y de los particulares, y en general la vida de la nación en los días porvenir. Cuánto o en qué medida no lo sé, pero influirá en el futuro más de lo que imaginan los escépticos, entre los cuales a ratos me cuento. De seguro habrá menos tolerancia frente a la venalidad rampante en los sectores público y privado. Y frente a la alegre irresponsabilidad en el manejo de los recursos oficiales. Malgastarlos será más difícil y el derroche y despilfarro cuando el IVA y demás impuestos del orden nacional y local se incrementan sin cesar, no será consentido como hasta ahora. Y provocará una mayor evasión entre los que puedan evadir, y una resistencia creciente de los contribuyentes forzosos, sean pequeños o grandes. En fin, que ya continuaremos estas notas tan aburridas como ineludibles.