Colombia, la que le ocultan a Hollande (y a otros)

Autor: Editor
23 enero de 2017 - 12:00 AM

Los invita a que, trascendiendo las agendas parcializadas que les crea la canciller Holguín, abran espacios para escuchar a la Colombia que el doctor Santos les oculta.

Con la tesis de que busca consolidar apoyos para el posconflicto, el doctor Santos cabalga sobre el honor de su Nobel y el prestigio del Estado colombiano para forjar una nueva agenda internacional. Esta se erige sobre los intereses del presidente y los de las Farc, y en gran medida a espaldas de medio país. El primer objetivo de la campaña fue Frank-Walter Steinmeier, ministro alemán de Relaciones Exteriores y próximo presidente de su país. El segundo será, François Hollande, primer jefe de Estado francés en visitar Colombia desde 1983, cuando su copartidario François Mitterrand llegó a apoyar otra negociación con las Farc.

Las agendas de los dignatarios de las naciones que enarbolan el liderazgo de la Unión Europea privilegian sus reuniones con jefes farianos y visitas a las zonas de desmovilización. Con menor tiempo dedicado, se dispusieron reuniones con el presidente Santos y encuentros con sus connacionales. La información oficial no anuncia encuentros con las víctimas del conflicto armado con las Farc, o sea de las Farc y de miembros de la Fuerza Pública, o con voceros de los partidos y organizaciones votantes del No, que representan a más de la mitad de ciudadanos que el 2 de octubre negaron el Acuerdo final¸ y lo siguen haciendo con las refracciones posteriores, así como el Acto legislativo 1 de 2016. En tanto participantes en democracia, estos colombianos conservan preguntas, temores y reclamos que se precisa enfrentar y resolver para afianzar un posacuerdo que traiga el fin de la violencia. Y en tanto mayoría electoral, representan la legitimidad que da una victoria de las urnas, la cual siguen defendiendo mediante canales institucionales para expresar su descontento y formulando ricas propuestas para mejorar lo acordado.

Más temprano que tarde, el país volverá su atención a los días posteriores al plebiscito del 2 de octubre y las posibilidades que entonces se vislumbraron, y que el Gobierno y las Farc abortaron. Entonces, las víctimas, los empresarios, los políticos que votaron No y múltiples organizaciones ciudadanas, se esforzaron para aportar un nuevo Acuerdo que, a más de forjar la paz estable y duradera que defienden los negociadores oficiales, la construyera incluyente y sostenible. Además de peticiones aceptadas, como la seguridad jurídica a la inversión o la protección a la mujer, los voceros confluyeron en la exigencia de que la justicia transicional traiga sanción, aunque mínima, a los victimarios y que lo haga antes de la generosa apertura de las puertas de la política. Que ofrezca verdad integral, no la matizada para no “estigmatizar” a los responsables de crímenes atroces contra la sociedad. Que garantice el derecho de las víctimas a tener una vida plena, o parecida a ella, bajo el cielo de su patria. Y que les ofrezca respeto, libertad, seguridad, o sea que les garantice no repetición. Ellos no sólo sienten que no fueron escuchados; consideran que quienes todavía sufren la victimización en niños reclutados o adultos secuestrados, son desconocidos, y que quienes enarbolan las banderas con independencia, son desconocidos, cuando no descalificados y peligrosamente señalados.

En tanto la renegociación y las decisiones posteriores en que los poderes públicos filaron tras el Gobierno, al amparo del manipulado concepto del “derecho fundamental a la paz”, se usan creencias para defenderlas como verdades, creando un eco criollo de la “posverdad”. Un auto admisorio en el Consejo de Estado da valor probatorio a especulaciones sobre la voluntad de los participantes en el plebiscito. Las adormecidas mayorías en el Legislativo suplantan al pueblo para refrendar el Acuerdo. Y una Corte Constitucional ensimismada en su poder, estrecha conceptos para avalar lo irrealizable. En tanto partes de una mentira repetida a propios, y ahora a los extraños, el Gobierno y las Farc aspiran a que la ciudadanía, aún crítica e independiente, admita las verdades que ellos defienden. También pretenden, y así lo han demostrando con estas agendas, que el mundo dé valor de verdad a sus falacias.

Colombia abre sus brazos a países amigos que se disponen a aportar experiencia y recursos para el posconflicto. Y los invita a que, trascendiendo las agendas parcializadas que les crea la canciller Holguín, abran espacios para escuchar a la Colombia que el doctor Santos les oculta. El posconflicto los necesita a todos, no sólo a la minoría que impone el acuerdo con las Farc como acto de paz.
 

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