Colombia en el espejo español del siglo XIX

Autor: Guillermo Maya Muñoz
31 julio de 2017 - 12:07 AM

El pasado pluscuamperfecto es colombiano: nos habíamos independizado el 20 de julio, políticamente, pero seguimos unidos al pasado colonial.

¿Por qué las elites colombianas se resisten a las reformas económicas fundamentales que han sido hechas en otras latitudes, incluso por países desarrollados, la reforma agraria, por ejemplo, como requisito para el desarrollo capitalista? Si, capitalista. No “castro-chavista”.

Los terratenientes colombianos rechazaron la ley 200 de 1936 (Ley de Tierras) y le hicieron una oposición furiosa a través del partido conservador a la “tímida” Revolución en Marcha de Alfonso López Pumarejo; la reforma agraria de Carlos Lleras Restrepo (Ley 135 de 1961)-el más grande, de lejos, de todos los presidentes colombianos- fue esquivada con el Pacto de Chicoral; y ahora en 2017, los Acuerdos de la Habana -que no reforman la estructura agraria, sino que pretenden legalizar los títulos, devolver las tierras que les fue arrebatada violentamente a los campesinos y actualizar el catastro de los predios agrícolas, etc.- también son repudiados porque afectan el derecho de la “propiedad privada”. ¿Por qué? Porque es mejor “engordar” un lote, muchas veces sin los títulos apropiados, que invertir en industria y sectores modernos.

Los países que llegaron tarde al desarrollo de la industrialización y del capitalismo son tardíos. Por tardíos se entiende aquellos países que no fueron los pioneros, aquellos que siguieron los pasos de Inglaterra, como EEUU y Alemania en la segunda mitad el siglo XIX. La gran diferencia es que mientras los cambios económicos y sociales fueron pausados y constantes, como en Inglaterra, estos fueron a saltos vigorosos y rápidos, como en EEUU y Alemania, mientras otros se quedaron atrás, como España.

Christoph Buccheim de la University of Mannheim (¿Qué causa el éxito del desarrollo tardío?-en inglés), explica que una de las características del capitalismo tardío es la autonomía del estado para actuar frente a las elites, para crear las “competencias sociales”, y compartir los riesgos de los inversionistas privados, como condición del desarrollo económico: “Por el contrario, si la acción soberana está limitada por entidades o los intereses, que representan principalmente a las élites tradicionales, pueden ser especialmente perjudiciales para el desarrollo económico porque esas élites a menudo se benefician del statu quo y por lo tanto se resisten a todas las reformas modernizantes”.

¿Qué pasó en España que el desarrollo tardío no comenzó, a diferencia de Alemania, en el siglo XIX? El estado siguió en manos de las elites terratenientes tradicionales conjuntamente con el apoyo de la iglesia y el ejército. Por lo tanto, “las reformas modernizantes radicales, introducidas con éxito en Alemania de una manera autoritaria, eran imposibles en España porque habrían perjudicado los intereses de todos los grupos de las élites tradicionales como los terratenientes privados, la iglesia y los militares”.

Las reformas españolas beneficiaron los terratenientes a costa de la iglesia, como es el caso de la expropiación de las tierras eclesiales, y “los derechos de propiedad plena se dieron a los antiguos señores feudales y los campesinos se convirtieron en arrendatarios temporales o trabajadores agrícolas”. Además, como resultado del fortaleciendo del poder terrateniente “España sufrió de uno de los niveles más altos de proteccionismo agrícola en Europa”.

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En cuanto a la educación, la matrícula escolar primaria fue muy baja, mucho más en las zonas rurales. Sin embargo, “lo más perjudicial fue el hecho de que los terratenientes eran los mecenas (gamonales) indiscutibles de sus regiones donde aplicaban la ley de manera selectiva, practicaban la evasión fiscal y manipulaban las elecciones generales”. Por otro lado, la corrupción fue “endémica y le valió a este sistema español un nombre especial: "caciquismo".

En España, al contrario de Alemania, hubo “un estado que dependía de las elites tradicionales para su funcionamiento político y administrativo, y por lo tanto no podía emprender reformas radicales porque éstas se enfrentaban inevitablemente con los intereses de las élites que bloqueaban su introducción”.

En conclusión, Buccheim señala que “para tener éxito en el largo plazo, un Estado necesita crear su propio poder ejecutivo nuevo con un servicio público eficaz basado en calificaciones y en gran medida libre de corrupción que haga cumplir la ley independientemente del estatus social y la riqueza de los afectados”.

En el siglo XX, Colombia un país tardío-tardío, diría Albert Hirschman, de industrialización mediocre, está lejos de este patrón histórico-teórico. Las elites no tienen una visión nacional hegemónica sino una de grupos de interés particulares, aunque sean contrapuestos unos con otros, pero articulados por poderes externos, que es gestionada por la institucionalidad multilateral, Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, y la Organización Mundial de Comercio, entre otros.

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España después de la Segunda GM pudo lograr, gracias al Plan Marshall y a su afiliación a la Comunidad Económica Europea, cambios importantes en su economía y alcanzar un alto ingreso per cápita, pero su clase política corrupta sigue siendo una carga pesada para su futuro. Sin embargo, el pasado pluscuamperfecto es colombiano: nos habíamos independizado el 20 de julio, políticamente, pero seguimos unidos al pasado colonial mucho más de lo que queremos admitir.

Libro para leer: El Problema de la Tierra (Debate) de Absalón Machado, experto nacional e internacional en temas agrarios.

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