La práctica del clientelismo se volvió tan común que es vista como normal y hasta imprescindible para llegar al poder y mantenerlo
Una de las palabras más utilizadas en la política colombiana es ‘clientelismo’, y aunque conocemos su connotación negativa, es de esas palabras cuyo uso continuado por tanto tiempo va menguando su significado esencial que es el que expresa con exactitud la perversidad que nombra.
Claro, también se debe a que la práctica del clientelismo se volvió tan común que es vista como normal y hasta imprescindible para llegar al poder y mantenerlo, en especial porque hay conductas mucho peores y escandalosas en esa ruta de degradación que ha tomado nuestra política y que mantiene al país postrado.
No sé quién empezó a usar la expresión clientelismo en la política colombiana. Recuerdo, sí, que la primera vez se la escuché a Carlos Lleras Restrepo (el abuelo de Germán…) en su segunda candidatura presidencial -1978- que perdió con Julio César Turbay (el abuelo de Miguel…). Lleras acusaba con razón a su contendor dentro del Partido Liberal de haber construido su carrera con base en el clientelismo…
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Como no la había investigado, yo pensaba que era una expresión exclusiva del lenguaje político colombiano, tan prolífico siempre en términos que describen sus prácticas, sobre todo las dañinas como manzanillo, lentejismo, delfín, mico, cacique, serrucho y mermelada, entre otros.
Pero no. Resulta que el Diccionario de la lengua española trae la palabra clientelismo: "Sistema de protección y amparo con que los poderosos patrocinan a quienes se acogen a ellos a cambio de su sumisión y de sus servicios”. Dice que la expresión viene de “clientela”: “Conjunto de los clientes de una persona o de un establecimiento”.
Para desentrañar más el término clientelismo sigamos con la palabra ‘cliente’. Según el mismo diccionario tiene varias acepciones, pero solo transcribo dos que son aplicables al clientelismo referido en esta columna: “Persona que compra en una tienda o que utiliza con asiduidad los servicios de un profesional o empresa” y “persona que está bajo la protección o tutela de otra”.
Lo primero que el lector concluirá es que clientelismo, clientela y cliente son palabras que de una u otra manera aluden a dos ideas: feudalismo y negocios. Nada nuevo: ambas han sido siempre la esencia de la política y de la democracia colombianas. Veamos:
Clientelismo: Muchos políticos ‘protegen’, ‘amparan’ y ‘patrocinan’ a grupos de ciudadanos que se acogen a ellos a cambio de la sumisión de su libre voluntad expresada en sus votos o en los servicios prestados para atrapar y mantener los votos de otros ciudadanos. Es un negocio.
Clientela: Conjunto de ciudadanos empadronados y con cierta permanencia en el tiempo exclusivos de un político. La clientela es la que hace decir a muchos políticos eso tan chocante y feudal de que tienen tantos votos en determinado lugar. Esas clientelas -conformadas por clientes- no se forman ni permanecen gratis, sino que acuden a esa ‘tienda’ política porque esta les suministra dádivas o favores provenientes del erario. Es un negocio. Por otro lado, esos clientes quedan bajo la ‘protección’ y ‘tutela’ del dueño de la tienda, es decir, del político. Es un negocio.
No se diga más. El clientelismo, además de que por sí es un vicio perverso, es el padre de todos los vicios de la democracia. Simple: El político mantiene pastando en su corral electoral a un grupo de ciudadanos, ya sea mediante la compra de votos, la celebración de contratos, la gestión de obras necesarias (o innecesarias) que de todas formas son obligación del Estado y que pagamos los colombianos de toda la nación, o los nombramientos en cargos por sí mismos o por nominadores mayoristas de quienes los caciques políticos son a su vez clientes. En todo un clúster. Es un negocio.
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Colombia no va a cambiar nunca si seguimos sumidos en el clientelismo. Es, además, el primer paso de la corrupción. Los votantes-clientes que se benefician del clientelismo no van a dejarlo de lado y menos los políticos-tenderos. Por tanto, el cambio está en manos de quienes no se benefician de él y de quienes pensamos hay que erradicar ese mal. Está en manos de quienes no votan amarrados, de quienes no son redil, de quienes piensan su voto. De la denominada franja que a veces forma una ola que nace del descontento acumulado y de la esperanza. ¿2018?