Aproximación al pensamiento del filósofo francés Clément Rosset, fallecido el pasado 28 de marzo en París.
El pensamiento de Clément Rosset (1939-2018), se nos muestra siempre y en todo momento, como un pensamiento construido y formado desde la perspectiva de la necesidad interior, de la actividad exterior y de la resolución en el deslumbramiento del descubrimiento de lo que buscaba conocer, en la que se mantiene constantemente arrebatado y dominado por la certeza y la incertidumbre del pensar. Y para Rosset, eso quiere decir que el pensamiento es también una forma del arrebato y del furor, que da vida real a unos elementos provocadores del pensamiento.
Ese arrebato y ese furor están contenidos y permanecen en estado de alteración constante, con la que abarca y cubre todo ese pensamiento que se desencadena en él y en toda su vida como pensador, hasta la muerte. Vida en el pensamiento, para mantener el contacto y la conexión indestructible con la muerte. Porque como él mismo lo dice, en su libro Reflexiones sobre el cine, la muerte es: “(…) la angustia de la muerte puede ser considerada ella misma como una experiencia del miedo, como un temor a lo real en tanto que esté es poco o erradamente previsible”. (En las fronteras entre el más acá y el más allá: El lugar del miedo).
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Pensamiento por radical necesidad
Y lo que más atrae del pensamiento de Rosset, atracción eso sí, de carácter crítico, está contenida en el carácter radical de ese pensamiento, que como decíamos, se concentra y se instala en la necesidad interior, en el sentido en que proviene de las perturbaciones que él mismo siente necesidad de desear, es de la resolución de su deseo, de la incontenible brusquedad arbitraria del deseo, no de la verdad que resuelva la duda o la incertidumbre, sino de lo que puede ser verdad en él, de lo que ha destruido y construido en él, desde la necesidad misma de esa intención y voluntad de pensar en sí mismo.
Nada de contacto inicial, hay aquí con el mundo o la realidad, sino interiorización ante el abismo de la duda que lo llena, que lo domina y lo revela desnudo ante lo desconocido. Y Rosset no se exime de vivirlo, de sentirlo ni de pensarlo. Ante ese imposible que le abre a la experiencia de lo desconocido, lo transforma en posible, para que se abra entonces también lo posible, como conocer. Desconocido y conocer, constituyen ese comienzo del movimiento por el pensar, por el pensamiento, la formación y la forma del conocimiento de sí, sin intervención de otros elementos que no sean los de la naturaleza de esa necesidad interior. Bataille la llamaría experiencia interior.
Decíamos que hubo en Rosset, tal como nosotros lo vemos y él nos lo hace visible, lo que denominamos, la actividad exterior. Esa actividad exterior es la que en la búsqueda del conocer y el conocimiento, del pensar y del pensamiento, tuvo que hacer, realizar en la irrealizabilidad, inclusive; ese ponerse a prueba desde las lecturas, desde lo que se lee, donde ese leer, es intervenido por una necesidad catártica y delirar racional (del insomne) porque se trata de las sensaciones (Condillac).
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Porque este leer, no es ni hace relación a un leer por leer sino un leer que tiene y tiende, que es maniobrado por él mismo desde una intención tensión hacia un resultado de quebrar lo natural de ese leer, por una naturaleza otra que quiebre y fracture la vida y la realidad misma, para darle otras indicaciones, para mostrarle otras temperaturas de sí mismo. O sea, aquella lectura que irrevocablemente transformara su yo, como las que hizo, para esa causa de Schopenhauer, Nietzsche o Cioran. De la música que escucho: de Mozart, Offenbanch o Ravel.
Y Rosset, consideramos nos lo dice, desde sus reflexiones sobre el cine, el cine como un libro, el libro del cine donde también lee, donde también leemos y somos leídos: “El cine realiza a su modo el irrealizable deseo de los románticos, tal como lo expresan por ejemplo Baudelaire y Rimbaud: el de acceder a otra parte sin que sea necesario buscarla fuera del mundo (anywhere out of the world), el devenir un ‘otro’ sin que por ello haya que renunciar al propio ‘yo’”. Como se muestra su yo (no suicidado) en el ensayo incluido en Reflexiones sobre el cine y que llamó: La otra realidad.
Tanto entonces, en la vida del pensamiento de Rosset, de su muerte en el pensar, la necesidad interior y la actividad exterior, se combinaron y tentacularon, para hacer entonces llenarlo de arrebato y deslumbramiento ante todo aquello que conocía conociendo, que poseía viviendo y que nos hace decir ante su muerte, que su trabajo del pensar, lo abismo en sí mismo hasta ella.