Por importantes que sean estas preocupaciones en la campaña electoral que se inicia no tendrán más relevancia que el tema de la paz, el cual se quiere relegar a un segundo plano dizque porque ya se resolvió en La Habana.
Se equivocan quienes piensan que por estar ya acordada y en vías de implementación la paz dejó de ser el tema crucial, el que más ocupa la atención de los ciudadanos, cediéndole su lugar a problemas distintos, que afectan su existencia cotidiana, como la carestía, la inseguridad, la corrupción desbocada, la impunidad e ineficacia en la justicia, la crisis de la salud, los atentados a la infraestructura, y el ecocidio en ríos y parajes, por cuenta de la minería ilegal. Problemas éstos bien complejos por cierto, de una gravedad que no tolera más demoras y evasivas en regiones como La Guajira, Chocó, Guainía, etc.
Pero son situaciones contingentes que se remedian o atenúan con una resuelta intervención del gobierno, como la que se intenta en La Guajira. No llegan al extremo de amenazar la vida en sus territorios, poniendo en peligro la paz, provocando una explosión de violencia, un choque entre la variopinta población o una actitud generalizada de desacato o desobediencia hacia los poderes centrales. No exigen la refundación de la sociedad o un pacto de convivencia que conjure un cisma inminente.
Traumas semejantes se viven en todos los países de la región, cuyo entorno y periferia comparten con la nuestra iguales o peores carencias y desequilibrios, el mismo rezago, sin que se haya roto el sosiego básico o caído en un funesto abatimiento colectivo. Todo es manejable aún si en la capital hay la voluntad decidida de ponerle coto a las penurias y de suplir los faltantes, de socorrer a los más débiles para paliar desigualdades e irlos integrando al resto de la nación, propensa a ignorar sus tragedias. En todas partes se convive con tales problemas, que son complejos sí, pero van enfrentándose mientras se pueda, así sea a la buena de Dios, pero sin diferirlos. Que se sepa, en el vecindario nadie ha colapsado por su causa, excepción hecha de países en bancarrota, ya casi inviables, como Venezuela, hoy en manos de una partida de saqueadores guiados por la receta del populismo más nefando y pernicioso que conozca la historia.
A lo que voy es a que por importantes que sean estas preocupaciones en la campaña electoral que se inicia no tendrán más relevancia que el tema de la paz, el cual se quiere relegar a un segundo plano dizque porque ya se resolvió en La Habana. Pero este asunto, con sus desarrollos y vicisitudes, decidirá el voto de los ciudadanos, según las candidaturas se sitúen frente a él. Y contarán más los candidatos que los partidos, pues éstos, como tales, ya perdieron su imán sobre el llamado voto de opinión, que es el que prevalece en la democracia moderna. O sea, el voto no atávico y libre. Los viejos partidos conservan, sin embargo, una fuerza inercial, fruto de la costumbre o la rutina, de la refracción al cambio en la gente mayor, y en las zonas rurales. Es la resistencia natural a todo lo que signifique novedad en las pautas de comportamiento vigentes, y hasta en el lenguaje. El apego a dichas pautas, empero, es cada vez menor gracias a la modernidad que irrumpe a través de los medios masivos y las redes sociales.
Los partidos, en suma, ya no cuentan como contaban antes. Ni los viejos, ni los nuevos, que son fieles reproducciones de los primeros, con idéntica ideología, cuando la tienen, con iguales taras clientelares y los mismos caciques, o sus vástagos, arriando votos comprados y prefabricando escrutinios. O me van a decir que los nuevos partidos no son los de antes, maquillados y manejados por las mismas castas, idénticos en su estilo y en sus dichos. ¿En qué difieren el partido de la U y Cambio Radical de los partidos liberal y conservador?, ¿acaso Roy, Benedetti y demás especímenes de fauna política que se trastearon a esas toldas lo hicieron purificados, con su castidad renacida y sin ese lastre de inocultable poquedad que distingue a los gamonales profesionales? Son buenos sobrevivientes, siempre logrados dondequiera militen, oficien, se refugien o parapeten. El propio Polo, sus infaltables mamertos petrificados en vida, y los activistas del Moir, ariscos, celosos y siempre repetitivos, representa la misma mixtura de hace medio siglo. Poco se renueva entonces la política. Y repito: la paz, sus vericuetos y desenlace próximos, definirán quién nos gobierne mañana tras una cruenta disputa polarizada en dos flancos, que durará hasta que una genuina Constituyente la zanje. El tema está tan vivo que no nos abandona y a él volveremos entonces.