¿Cuál modalidad precede a la otra, o sea cuál es primero y cuál después? El caso del rojaspinillismo entre nosotros sirve para ilustrar la secuencia
Hay que saber distinguir las dos fases o etapas que ha vivido el populismo en ciertos países de la región, donde pudo manifestarse a plenitud. Una de esas fases se da cuando detenta el poder, y la otra cuando está por fuera. A veces ambas se encadenan o suceden en un período de tiempo continuo, sin que ello altere su fisonomía básica e incida en el retrato que queremos presentar. ¿Cuál modalidad precede a la otra, o sea cuál es primero y cuál después? El caso del rojaspinillismo entre nosotros sirve para ilustrar la secuencia: cuando el general gobernó (merced a un cuartelazo que rompió el orden constitucional al derrocar a Laureano Gómez, el presidente reconocido) en términos generales se comportó como un mandatario más, ortodoxo y mesurado, sujeto a los modos usuales y a la normatividad que regía la vida regular del país. Nada estrambótico o fuera de lugar sucedió, fuera de lo esperado en un régimen de facto. Nada que sacudiera al país, que alterara muy bruscamente su marcha, el ritmo de su vida, salvo la convocatoria de una Constituyente que no cuajó por habérsele agotado el tiempo al mandatario, cuya vocación y cacumen tampoco le alcanzaban para ser el caudillo que un modelo populista perdurable e identificable exige para congregar las mayorías en torno suyo. Ya depuesto por el paro general y pluriclasista del 10 de mayo, optó Rojas por alejarse de la política tradicional adoptando una prédica vindicativa contra los viejos partidos y sus clanes patriarcales y amenazando la institucionalidad que nos venía rigiendo, casi sin interrupción, a lo largo de la historia. A esa prédica populista, los azorados malquerientes del general despectivamente bautizaron como “dialéctica de la yuca”. Rojas, arrojado ya del mando que usurpaba, apeló a ella como instrumento para enardecer, y seducir al tiempo, a la masa olvidada que nuestros aristócratas criollos trataban como vulgo inepto, gleba ignara, que tanto abundaba en la Colombia de entonces y que los socialistas europeos, atrapados todavía en la osamenta marxista, pudorosamente clasifican como “lumpenproletariado”.
Con el peronismo en cambio, dicha alternación, mediando el siglo, se dio al revés en Argentina. Perón recurrió al populismo, inaugurándolo en el continente, cuando desde la presidencia controlaba todas las palancas del poder, incluido el presupuesto de que se disponía cada año para repartir subsidios y atender el festín continuado en que consiste el asistencialismo que tanto nos alarma hoy porque deja a los países en la ruina e hipotecados por generaciones. Como vuelve a demostrarlo el ejemplo vivo de Venezuela en manos del chavismo supérstite, el mismo que no cesa de dar bandazos e improvisar en medio del desorden y la corruptela. Esta Venezuela, donde la única consigna, el íntimo mandato que a todos acucia en medio del caos, cada vez más cerca del colapso, es el de “¡sálvese quien pueda!“
El tema del populismo, por su complejidad y versatilidad históricas, da para mucho. A modo de ejemplo, baste decir que 30 años antes de Anapo, y 70 antes del Petro actual (quien es su continuador y genuino sucesor) tuvimos nosotros un antecedente histórico con ciertos ribetes de un populismo que podríamos catalogar de primitivo o reactivo, más aparente que real. Sano por tanto, e incluso constructivo. El que personificó Gaitán, enemigo de toda violencia, celoso guardián de la legalidad democrática, en aras de la cual ofrendó hasta la vida misma. En próxima ocasión nos referiremos a él, a su alcance y al estilo que patentó, en pro de una democracia que no acaba de perfilarse tal y como la concebimos y esperamos, pues no toda experiencia populista es mala. Depende del contexto histórico, de cómo se la mire, del aprendizaje y lecciones que nos deje.