El deber ser es, entonces, la planeación de las ciudades dirigida hacia el equilibrio entre los seres humanos, restándoles un poco de testosterona.
Siguiendo con el argumento de que las ciudades son reales y los países son ficciones, ahora me centraré en el exceso de testosterona puesto en cada intervención urbana que tributa a que perpetuemos una sociedad absolutamente machista. En el caso de Medellín: machista, sin hombres. Los grandes centros urbanos son los responsables de la creación de las más profundas desigualdades. Estas desigualdades, tienen el comportamiento de los gases, buscan salida de alguna forma generando extremas violencias. El Doctor Luis Felipe Dávila Londoño del Centro de Análisis Político – CAP – de la Universidad Eafit, en su investigación, Seguridad, Crimen y Orden, analiza esta situación en la ciudad de Medellín, concluyendo entre otras cosas que la violencia doméstica y sexual es ejercida en el 83% de los casos, por un hombre. Además, que el 92 .6 % de los homicidios se concentran en la población masculina. Esto es, la mayoría de las personas que mueren en el conflicto urbano son hombres, sin embargo, las que permanecen son las mujeres, enfrentadas a una ciudad diseñada, planeada y ejecutada, en masculino.
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El alcalde de Curridabat, una de las extensiones de la conurbación del gran San José de Costa Rica, Edgar Mora, en la presentación de su ciudad bajo el eslogan Ciudad Dulce, explica lo invasivo del adoquín o adocreto en las aceras de las ciudades del mundo, como una desconsideración con las mujeres. Dice que habría que ser también amigable con los tacones que las mujeres usan. Parece un comentario insulso, pero esto sumado a las dinámicas que se desarrollan en torno a las placas polideportivas con canchas de futbol y baloncesto, a los aparatos de gimnasia de los parques, entre otros, hacen pensar que los hombres tenemos mayor derecho al espacio público que ellas. Las razones por las que las mujeres se sienten amenazadas en el espacio público, por las que presienten que serán violentadas en cualquier momento, están relacionadas con lo mismo: ciudades diseñadas, planeadas y ejecutadas, en masculino.
En Viena, la capital Austriaca, en Girona, en la Catalunya Española trabajan por la feminización de sus espacios, bajo el llamado urbanismo feminista o con perspectiva de género, que no es más que una ciudad administrada desde la perspectiva del cuidado, lo que implica una iluminación precisa y suficiente, un esfuerzo por mantener los espacios públicos limpios y con los equipamientos en buen estado, intervenciones que concentran la atención al ciudadano en las plantas bajas de los edificios del gobierno; en resumidas cuentas, una suma de esfuerzos para que la percepción de seguridad sea positiva.
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Según la Encuesta de Percepción Ciudadana 2016, Medellín ¿Cómo vamos? (MCV, 2017) la violencia y la inseguridad son las principales razones expresadas repetidamente en los últimos 10 años por los medellinenses para sentirse insatisfechos en la ciudad. El deber ser es, entonces, la planeación de las ciudades dirigida hacia el equilibrio entre los seres humanos, restándoles un poco de testosterona y agregando más sentido común, aplicable al territorio y a las necesidades que en él se manifiestan, rompiendo así, con jerarquías y discriminaciones que producen y reproducen tanta violencia.