Millones de ciudadanos en el mundo, que tienen varias nacionalidades, ciudadanías sin estado, que están mendigando ser reconocidos como nacionales de alguna parte.
Cuando surgen las nacionalidades, surge el Estado moderno. Un territorio donde se le garantizaba todo al nacido allí, y aunque proclamaba a los cuatro vientos este estado moderno que ya era soberano y autónomo, desde sus inicios le tocó empezar a adoptar personas no nacidas en su suelo como hijos y a recibir algunos de manera transitoria por un tiempo. Nacionalidad y ciudadanía, entonces, dos términos muy poderosos, empiezan a tener problemas para definirse de manera independiente. Ciudadanía es la condición que adquiere un ser humano que lo acredita como integrane de un país. La ciudadanía es certificada por un documento de identidad que legitima la nacionalidad.
Ahora, nacionalidad, es la condición que vincula a un ser humano a un estado o nación. Esto implica una serie de derechos y deberes políticos y sociales. En teoría cada que decimos ser humano estamos hablando de ciudadano, pero como la normativa lo refiere sólo cuando se ha alcanzado la mayoría de edad mínima para serlo, dictada por la constitución política de cada estado, mejor no lo evidenciamos aún, pero en la práctica, hoy día, todo el que esté puesto en el territorio interacutando con la ciudad, ya se configura como uno activo.
El Profesor Juan David Gelacio, magister en estudios poíticos, docente investigador de la Universidad Autónoma Latinoamericana de Medellín, en sus avances del texto Construír desde abajo: pensar ciudadanías sin estado trata de argumentar que la cuidadanía puede no ser un concepto que esté anclado inexorablemente al duopolio Estado/Mercado, sino que es parte de la conformación de subjetividad política. Cita al profesor Ricardo Sanin Restrepo, de su libro: Teoría Crítica Constitucional recordando que “cuando el Estado duplica la sociedad, una multitud queda por fuera de la situación, un excedente que no cabe dentro de la duplicación (…) el exceso son lo NO ciudadanos que no caben dentro del esquema “universal” de representación (…)”. (Sanín Restrepo 2011).
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Ya se desbordaron las ciudades, al punto de llegar a mirar las zonas verdes conurbadas como la posibilidad de ampliar la urbanización, al punto de discriminar a las personas de acuerdo con clasificaciones de sexo, de color, de capacidad económica y de nacionalidad, últimamente ya se especializan estas discriminaciones en pseudo grupos formados por las tendencias sexuales o por gustos musicales o religiosos. El colmo ya de la polarización ciudadana lo estamos viviendo en América Latina con los partidos políticos que le suman a las divisiones sociales de manera contundente.
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Millones de ciudadanos en el mundo, que tienen varias nacionalidades, ciudadanías sin estado, que están mendigando ser reconocidos como nacionales de alguna parte, para poder acceder a los mínimos vitales. Incluso, nacionales legítimos que por su situación de pobreza absoluta, no han podido documentarse, por lo tanto, no son parte, aunque evidentemente lo son. Empezar con construir #CiudadaníaAntesQueCiudad es incluir a los millones de ciudadanos sin estado en los listados y darles también la oportunidad de participar en la construcción de este planeta desde abajo hacia arriba.