Hay que detener esta espiral de entrega y destrucción del país
Las Farc están celebrando sus 53 años de muerte, secuestro, reclutamiento de menores, abuso de niñas, destrucción de pueblos, selvas, ríos, acueductos, torres eléctricas y otra infraestructura, narcotráfico y una larga lista adicional de crímenes de guerra y de lesa humanidad. En realidad, nada que festejar. De hecho, es un día luctuoso que sirve únicamente para rememorar una historia obscura, muy obscura, que solo amerita que pidan perdón a los colombianos y al mundo entero, por el dolor causado, y la promesa de que nunca más los van a repetir.
Y como si nuestra sociedad, víctima de todos esos atropellos, tuviese algo que honrar, la están “invitando” a unirse a su jolgorio, en las zonas veredales y puntos de concentración, muy al estilo de esa organización desfachatada, sin haber entregado las armas, como se comprometieron, burlando el objetivo máximo del acuerdo, tal como se lo vendieron a los colombianos, alegando que el fallo de la Corte Constitucional que devuelve al congreso su facultad de debatir y decidir (al que este había renunciado en un acto de traición a la patria), viola el pacto que firmaron con el gobierno, el mismo que incluía respetar los fallos de esa institución.
Celebrar la muerte y negarse a cumplir la palabra empeñada son dos actitudes que retratan de cuerpo entero la personalidad de las Farc. Esta gente no iba a entregar sus armas en el plazo convenido -31 de mayo- y si no hubiese sido la sentencia de la Corte, otra excusa hubiera valido, porque tienen más de 900 caletas con armas, que sólo reconocieron cuando el Ejército les encontró una y anunció que seguiría buscando otras. Son más de 7.000 fusiles y otras armas, aquí en Colombia, más las miles que tiene en Venezuela, según denuncian en ese país fuentes de la oposición y militares patriotas, las cuales, junto con las tropas que tienen allí –y que tampoco han reportado- se están utilizando para reprimir y asesinar al pueblo hermano, que resiste heroicamente la dictadura socialista.
Es que las Farc están haciendo todo lo necesario para seguir disfrutando la cosecha de coca y el aluvión de oro a los que están acostumbrados, ahora con los beneficios de hacer política abiertamente, con la complicidad y ayuda de Santos, todo para sacarle el máximo provecho a las elecciones que se avecinan, haciendo proselitismo armado y usando los recursos infinitos que les producen la cocaína y el metal precioso, para conseguir un gobierno de transición. O, alternativamente, para apoyar con las armas en la mano, un posible aplazamiento de los comicios, si su socio y ellas concluyen que es lo que les conviene, porque tienen claro que es la oportunidad final que tienen de acceder al poder y que una derrota en ese campo las alejaría del mismo para siempre.
Por otro lado, la actitud complaciente del Gobierno ya ni siquiera se disimula, y muestra que su alianza con las Farc no tiene reversa. Y si no, ¿cómo se explica que Santos les diga a los colombianos que está considerando aplazar el día D + 1? ¿Cómo entender la justificación de Sergio Jaramillo a la “celebración” o la diatriba del hasta hace pocos días jefe negociador y ahora candidato del gobierno de transición, Humberto de la Calle contra la Corte?
¿Y cómo interpretar los actos vergonzosos que protagonizará el presidente, primero con alias Iván Márquez y después con alias timochenko -cada uno de ellos condenados por más de 450 años, por los crímenes que han cometido contra nuestro pueblo- cuando hable sobre educación con ellos en un par de universidades? ¿De qué tipo de educación podrán hablar esos individuos? ¿Sobre cómo lavarle el cerebro a los jóvenes para ganar sus mentes falsificando la historia y la sociología? ¿La de las destrezas requeridas para cometer delitos atroces? ¿Lecciones para oprimir o de economía colectiva para quebrar una nación rica y empobrecer a todo su pueblo? ¿De los beneficios de la paz, con el trasfondo de las 900 caletas? ¿Y de qué hablará Santos? ¿Presentará un volumen sobre cómo traicionar un pueblo?
Y por último, pero no por ello menos grave, ¿Qué pensar del decreto de despojo de tierras que Santos promulgará por decreto en estos días haciendo uso de los poderes que le otorgó la ley habilitante que le aprobó el Congreso, y qué ya hubiese querido Chávez en su momento? Ni siquiera tuvo el valor de tramitarla por el congreso que controla con mermelada. ¿Será que se le acabó el dulce, o que es tan nociva esa norma que ni siquiera en el parlamento se la aprobarían? Una reforma no consensuada con el país y a la medida de las Farc, les entregará a estas un poder incalculable al convertirlos en amos y señores del campo, dispensadores de favores y creadora de clientelas, agregado esto al dominio sobre los narcocultivos y la minería ilegal y zonas de reserva campesina; poder que generará resistencias y podría conducir a nuevas violencias, para desgracia de todos los colombianos.
Hay que detener esta espiral de entrega y destrucción del país, hecha a espaldas y contra la voluntad de la inmensa mayoría de los colombianos, quienes debemos asumir la responsabilidad de defender nuestra democracia, resistiendo pacíficamente en las calles, en el congreso, en las Cortes, en las elecciones, en todos los ámbitos posibles. Con valor y sin desmayo, aprendiendo del pueblo venezolano, antes de que sea tarde.