Casablanca. La más hermosa de las películas de propaganda

Autor: Memo Ánjel
3 diciembre de 2017 - 02:00 PM

Homenaje del escritor Memo Ánjel a la apasionante Casablanca, película de 1942 que ha ganado inmortalidad

Medellín

Sabía lo mucho que te amaba… lo mucho que te amo”.

Lisa mirando a Rick a los ojos. Luego viene un beso.

Casablanca

Es una de esas películas de culto. Dicen que los alumnos de Harvard se reúnen a verla antes de los exámenes finales, váyase a saber si para entender el manejo de un bar en tiempos oscuros o para dárselas de héroes y seductores en veremos. Se cuenta también que al final de la película, cuando ya hay un nazi muerto con una bocina de teléfono en la mano izquierda y una pistola en la derecha, lo que le da aires de novela de Dashiell Hammett (escritor de novela policiaca y víctima del macartismo), las mujeres salen del cine  enamoradas de Rick y los hombres de Lisa. Y no es raro, pues la película contiene lo que alienta al corazón: amor ya imposible, patrioterismo, malos y buenos fulanos, arrepentidos tardíos, alguien asesinado por codicioso, refugiados que trabajan en lo que sea (un viejo profesor universitario hace de mesero), gestos de bondad en medio de un casino, un ambiente en blanco y negro con luces intimistas, cinismo y sarcasmo, una canción que habla de que “debes recordar esto: un beso es solo un beso, un suspiro solamente un suspiro. Las cosas fundamentales suceden a medida que el tiempo pasa…”. Y en medio de lo que se ve, la historia de un tipo que recibe los sobresaltos encendiendo un cigarrillo y mirando por debajo del ala del sombrero, al lado de una mujer que le recuerda tiempos lindos y feos, y que se le va de las manos como aceite entre los dedos. En términos culinarios, la película de adobó con una buena receta que hace la boca y los ojos agua.

Esta película, que se filmó en los estudios de Hollywood (creando un ambiente marroquí, de Casablanca solo se usó el nombre) tomó el argumento de una obra de teatro, Todos vienen al café de Rick, que nunca se puso en escena (se pagó por la obra 20 mil dólares). Por esos días ya Estados Unidos le había declarado la guerra a Alemania (en 1941) y se necesitaba de propaganda (al enemigo hay que deformarlo) que creara opinión entre los estadounidenses. Los cines eran un buen lugar (oscuridad, una pantalla grande, sonidos laterales). Y bueno, iniciándose como un noticiero, se escribió la película, dibujaron los stories, corrigieron algunas escenas (lo que alteró a los mellizos Epstein, que querían más comedia que drama), pasó por la censura y al fin el guion, que subió y bajó de calidad, terminó haciéndose sobre la marcha de la filmación (así como el de El último tango en París), creando esos diálogos inolvidables que inspiraron las mismas escenas: -No compro ni vendo seres humanos. –Es una lástima, ese es el negocio en Casablanca. –Quisiera pensar que mató a un hombre, soy un romántico. –Me desprecias, ¿verdad Rick? –Si llegara a pensarte, sí.

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A Humphrey Bogart (Rick) hubo que sentarlo en sillas con cojines o pararlo en ladrillos, para que sobrepasara a Ingrid Bergman (Lisa), que era cinco centímetros más alta que él. En los estereotipos de Hollywood el hombre debía estar por encima de la mujer, ser más duro y menos sentimental. Para la propaganda, el modelo era un tipo duro, curtido por la vida al desgaire y con el corazón ya dividido en dos. ¿Quién querría ir a la guerra siguiendo de modelo a un lector de la Biblia?

Cuando en noviembre de 1942 se presentó la película, que tenía la música de Max Steiner, el impacto no fue muy fuerte, Pero con los días y luego de la guerra, se convirtió en un éxito, y más cuando en los años 50 muchos de los que estuvieron allí, ya como actores, luminotécnicos, camarógrafos,  guionistas, maquilladores, editores, ayudantes de la dirección etc., fueron acusados de comunismo por el comité creado por el senador Joseph MacCarthy para encontrar gente que le espiaba a Rusia o quería desestabilizar el sistema.  Fue una caza de brujas y allí se condenó a muerte a los esposos Rosenberg, que al fin resultaron inocentes pero necesarios para criar miedo.  Woody Allen, para que esto del miedo y el sospechar del vecino no se olvidara, hizo la película El testaferro. No fue muy exitosa debido a las molestias que causó. Leer mejor al pato Donald, se recomendó.

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Un hombre como Rick

Casablanca tiene un argumento de novela policiaca, al estilo de Dashiell Hammett y Raymond Chandler. Y el personaje, Rick, interpretado por Humphrey Bogart (que ya había hecho de Sam Spade en El halcón maltés) es un hombre duro, de gabán, sombrero borsalino, corbata oscura, cigarrillo en la boca y cara de niño lindo. Estos personajes, atrabiliarios, aventureros, de malas pulgas con las mujeres, habitantes de los bajos fondos, hastiados de la hipocresía moral y dispuestos a todo, ya aparecían no solo en las tramas de detectives privados sino en las novelas prohibidas de Henry Miller, las de John Steinbeck, William Faulkner y Ernest Hemingway. Y Rick, que tiene un bar que se llama Rick´s Café Americain en Casablanca, representa muy bien el prototipo. Su bar, con un pianista negro, también es casino y sitio para mover asuntos por debajo, espacio para refugiados que buscan un vuelo a Lisboa (si logran negociar la visa u obtener papeles falsos), aventureros que juegan al derecho y al revés, fascistas gordos, señores del ambiente y perdidos de D’s y el diablo, franceses colaboracionistas y gente que cambia el alma por dinero, un trago o una carta que les de unas fichas. Y en este espacio, que además contiene una amante aburrida y celosa, se da una historia de amor. Un reencuentro con miedo, una pasión que dura una sola noche y al fin la realidad: ella, la hermosa Lisa, se va con el hombre que no quiere. Es la única manera que salir de ahí, en un avión Fokker que se eleva entre la niebla. Con esta ida, la dureza de Rick está probada (deben irse, ya va a despegar el avión, dice), es más cerebro que corazón. El mundo se derrumba a sus pies y lo mejor es encender un cigarrillo, poner cara de bueno, y caminar con otro al lado, Renault, un capitán francés que está por lo que pasa y al que la palabra traición no le dice nada. Ahí, aparece la palabra End, las luces se encienden y la gente se va a la casa o a tomar un café para mirarse.

Pero un hombre como Rick no se olvida, lo contiene todo para moverse en un mundo en caos, en especial su cinismo y su capacidad de pegarse él mismo sin perder el porte. Es uno de esos que se esculca el alma y saca de allí lo que no le sirve, que escupe palabras que antes fueron dulces y memoriza canciones para cuando se dé la ocasión. Porque las cosas, como la canción que canta Sam (Dooley Wilson) tocando el piano, se dan mientras el tiempo pasa. Como los árboles de Herman Hesse, hay que morir  de pie. En buena medida la película es él, Rick, que cuando le preguntan su nacionalidad dice que es un borracho. Y mirando a los nazis de la mesa, les agregar: si llegan a New York, hay barrios que deben evitar.   

El ambiente

Los bares del norte de África tienen su encanto porque encierran entre sus paredes dos ambientes: la realidad y la fantasía, lo que D’s creó y con lo que el diablo ayudó. De esos bares, donde se reúnen dos cosmogonías, la cristiana y la islámica, sin que falte algún judío por ahí vendiendo libros donde los clientes pierden la razón (el licor importado, las gotas de amor, el opio de las narguilas), dan razón Jazmina Khadra en su Trilogía de Argel y algunos cuentos de Paul Bowles. Todo allí es semi-mágico, todo está permitido y amenazar con el infierno es como echar otra aceituna en una copa de Martini. Y para el caso de Casablanca, el bar es su ambiente, son sus personajes, es el tiempo que transcurre. Todo lo humano flota allí, lo ingrato y lo libidinoso, la pasión como fin y el desarraigo, la cautela y la suerte echada. Y este es quizá el encanto de la película, que es un ambiente de bar con conversaciones de bar y amores de bar. Puros fragmentos de un todo que después se disuelve. Y si bien la intención fue hacer propaganda (las fuerzas francesas libres estaban ayudando a invadir África del norte con la ayuda de gringos e ingleses), hay que ver como se canta La Marsellesa contra el Deutschland über alles, la pelea entre aliados y alemanes va en un segundo plano. Lo importante es el mundo que pasa por el bar (ya como cuervo, ya como guacamaya), el amor de un momento (ese Rick que enamora a las mujeres y la Lisa que pone a suspirar a los hombres), el humor negro, lo rocambolesco del final y ese blanco y negro que permite todos los grises, que es por donde al fin y al cabo nos movemos todos.

Si se entiende de póker, la jugada está en la última carta. Y quizá, por esto Casablanca sea una película de culto: nos pone en la mesa, frente a las cartas tiradas y todavía falta una. Y en esa que falta se asume lo que pase y sin hacerse aguas. Y si bien puede haber un tahúr tramposo, ese no juega sintiendo. Casablanca es una película para sentir, igual que sintieron los que fueron armando cada escena burlando el guion original. O como los que hicieron el doblaje al español, en 1966, jugando con las palabras para que la censura franquista no los pusiera en aprietos. Claro que ya Franco despareció y la película sigue ahí. En Buenos Aires conocí a un grupo de estudiantes que memorizaban diálogos de Casablanca. Es para aprender a hablar dejando todo claro, me dijeron. Olía a puerto.


Esta es Casablanca

Director: Michael Curtiz

Música: Max Steiner

Fotografía: Arthur Edeson

Guión: Julius J. Epstein, Philip G. Epstein, Howard Koch

Obra original: Joan Alison y Murray Burnett

Intérpretes: Humphrey Bogart (Rick Blaine), Ingrid Bergman (Ilsa Lund), Paul Henreid (Victor Laszlo), Claude Rains (Capitán Louis Renault), Conrad Veidt (Mayor Heinrich Strasser), Sydney Greenstreet (Señor Ferrari), Peter Lorre (Ugarte), S.K. Sakall (Carl), Madeleine LeBeau (Yvonne), Dooley Wilson (Sam), Joy Page (Annina Brandel), John Qualen (Berger), Leonid Kinskey (Sascha), Curt Bois (Pickpocket).


Las frases de Rick

"Louis, presiento que este es el comienzo de una gran amistad”.

"Siempre tendremos París. No lo teníamos. Lo habíamos perdido hasta que viniste a Casablanca; pero lo recuperamos anoche..."

"¿Nunca se ha parado a pensar si su causa merece tanto sacrificio?"

“Si no subes a ese avión, te arrepentirás. Quizás hoy no, quizás mañana tampoco, pero pronto y para el resto de tu vida”.

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