Carros, motos y otros vehículos

Autor: Henry Horacio Chaves
28 abril de 2017 - 12:09 AM

Que resulte más económico, más cómodo, más seguro y, por qué no, más entretenido el uso de sistemas públicos

Aunque ha experimentado breves periodos de desaceleración, el mercado automotor sigue creciendo en Colombia por cuenta de la venta de vehículos nuevos pero también porque siguen rodando muchos obsoletos. Una situación que no se compadece ni con la realidad económica del país, ni con la infraestructura, ni con los niveles de contaminación, a los que ya nos hemos referido en este Memento.

Los informes sectoriales calculan que en el país se mueven 5.3 millones de vehículos de cuatro ruedas y unos 7 millones de motocicletas, con tendencia al alza como suelen presentarse los indicadores económicos. Sin embargo, el índice de motorización de cuatro ruedas es de 104 vehículos por cada mil habitantes, considerado bajo por la Asociación Colombiana de Vehículos Automotores, en comparación con el índice mundial que es de 180 carros por mil habitantes en promedio, según un estudio de Econcep. Opiniones similares tienen Fenalco y la Andi, que a pesar de reconocer que la demanda de vehículos de dos y cuatro ruedas ha aumentado en las últimas décadas, insisten en que la tasa es baja en comparación con otros países de América Latina, mientras que sigue siendo alto el grado de obsolescencia, lo que también tiene repercusiones en la calidad del aire y en los índices de accidentalidad.

Según esos estudios, el promedio del parque automotor en el país es de 16 años de antigüedad. Promedio que resume un tercio de ese parque automotor con más de 20 años y un 48% de menos de 10 años. Como en otros lugares, en Colombia el acceso a un carro particular es señal de progreso individual o familiar. En la medida en que mejoran los ingresos de la clase media se incrementa la importación de vehículos nuevos, así como con los mejores ingresos de jóvenes trabajadores se va aumentando significativamente el número de motos, que como vemos ya supera en mucho el de los carros. Los datos de Fenalco reportan a Bogotá (13,7%), Medellín (12,5%) y Cali (9,9%) con el mayor número de motocicletas nuevas registradas este año.

Una realidad de fácil comprobación: basta con mirar las calles en las horas pico o verificar a diestra y siniestra las promociones y facilidades para la compra de estos vehículos, que tienen ventajas impositivas y de movilidad evidentes. Como evidente es también su mayor participación en los accidentes de tránsito, con consecuencias más fatales además, porque la liviandad constructiva que tantas ventajas les reporta, también hace más frágiles a sus ocupantes que terminan siendo “la carrocería” o “el chasis” de la moto.

En materia de accidentalidad también tiene su aporte, además de la obsolescencia de los vehículos y la manera de conducir, el precario estado de la malla vial, cada vez más insuficiente para la cantidad de vehículos y personas que la usan. Eso contando con el significativo avance que representan las concesiones viales y el programa de dobles calzadas que implica una billonaria inversión nacional. Sin embargo, aún en esas vías, las motos siguen exentas del pago de peaje y la presencia de carros viejos es cotidiana. Por allí se mueven los camiones de todos los modelos, cuando no están en paro y nos despiertan la nostalgia de un sistema férreo que fue enterrado por oscuros intereses. Pero ruedan cientos de miles de vehículos particulares y de servicio público que conectan al país y mueven la economía.

Va siendo hora de imprimirle mayor velocidad a la construcción de infraestructura que nos haga más competitivos y nos permita movernos mejor, pero sobre todo, a la estructuración de políticas de largo aliento que favorezcan el transporte público masivo de calidad y menos contaminante, como estrategia para desestimular el uso del transporte privado, en favor del ambiente, la seguridad y la movilidad. No se trata de satanizar ni prohibir la fabricación, comercialización ni consumo de vehículos como los carros privados o las motos, pero se debe motivar un uso distinto, más acorde con la realidad ambiental y de infraestructura, en un esquema en el que resulte más económico, más cómodo, más seguro y, por qué no, más entretenido el uso de sistemas públicos eficientes y dignos; o medios alternativos como la bicicleta y los desplazamientos a pie. De lo contrario, no habrá vía para tanto carro y tanta moto, ni aire que los resista.

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