Cambiar los partidos, no cambiar de partido.

Autor: Henry Horacio Chaves
13 abril de 2018 - 12:06 AM

Es necesario fortalecer los partidos políticos para que representen las visiones de mundo, más que intereses de grupos pequeños o personales.

Ese debería ser el reto para los políticos que en los últimos días se han esforzado tanto por acomodarse en una u otra campaña. Más que tazar sus apoyos, tendrían que darles valor a las ideas y fortalecerse como expresiones colectivas de esas que, según la teoría, son el sustento de las instituciones democráticas. No en vano uno de los primeros síntomas de una democracia enferma es la intención de limitar la participación mediante la imposición de un partido único en torno a quien ostenta el poder. 
Los partidos deben convocar militantes, pero sobre todo deben consolidarse como aparatos articuladores de intereses de diversa índole que confluyan en el ideario básico que los define. Ellos representan el mecanismo de integración y perfeccionamiento del modelo de representación, sustentado en la mecánica electoral. Son asociaciones necesarias para acceder al poder y mantenerse en él, pero también deben ejercer el control y la supervisión del otro, cuando no logran consolidar las mayorías.
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Eso supone confluencia de ideas y comunión ideológica para definir el modelo de sociedad y de estado que representa la colectividad, además de una clara vocación de poder y una propuesta de ruta para llegar a él y poner en marcha la visión de mundo que reúne a sus militantes. Asunto que no parece tan nítido en las estructuras políticas del país, en donde cada vez son más porosas las fronteras entre los partidos, mientras que la cohesión gira en torno de nombres y apellidos, y no precisamente de ideas
Quedaron en la historia la Hegemonía Conservadora y la República Liberal que, además de las limitaciones políticas a otras expresiones, marcaron territorios físicos e ideológicos que defendieron con sangre hasta ese invento tan nuestro que fue el Frente Nacional, para muchos, origen de casi todos nuestros males modernos. Un esquema de exclusión desde la alternancia y el equilibrio político que los afianzó en el poder, pero diluyó las diferencias e hizo agua las ideologías. Esa realidad que tantos dolores nos causó fue la que quiso modificar con apertura política la constitución del 91, aunque a veces parece que el remedio resultó tan malo como la enfermedad. 
Al bipartidismo le siguió entonces la explosión de partidos: uno para cada líder o aspirante a serlo. Un nuevo escenario que se procuró superar por la misma vía, con una reforma que condicionaba la creación y la supervivencia de partidos, que a partir del umbral trató de depurar las organizaciones y encausar los liderazgos, mientras que con figuras como el voto preferente presionaba la democratización interna de esos partidos. Pero esa reforma también fue insuficiente porque, como buena solución nacional, apuntaba más a los síntomas, a las manifestaciones externas, que a la raíz de los problemas
Campañas como la que avanza hacia la presidencia, ponen de manifiesto que más que vocación de poder, a los partidos en Colombia, a sus dirigentes, los animan los contratos y los puestos. Más que visiones de mundo, ideologías o diferencias de clase, defienden intereses propios de grupos cerrados. Por eso, así como hay candidatos que en cada elección exhiben el logo de un partido distinto, hay grupos que migran de una a otra estructura sin rubor alguno, en busca de que los traten mejor. Los enemigos de ayer son los aliados presentes, pero los amigos de hoy pueden ser los rivales de mañana, bajo el amparo de la expresión que dice que la política es dinámica. 
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Dinámicos ellos para cambiar de partido, no así para cambiar los partidos desde adentro, de manera que representen sus ideas y aporten alternativas de solución a los problemas, que consoliden la institucionalidad y la democracia. Las alianzas presentes, y las que se avecinan, están sustentadas en componendas y conveniencias burocráticas, presentadas como acuerdos programáticos. Hoy aquellos partidos históricos parecen actores de reparto que acompañan a las nuevas figuras nacidas de su entraña, que se fueron consolidando como microempresas electorales y han ido mutando a conveniencia para mantenerse con vida en la ruleta burocrática. Mientras eso siga siendo así, poca esperanza tendremos de encontrarle salidas a los problemas sustantivos, porque seguiremos ocupados en lo adjetivo de la política. 
El periodista argentino, Martín Caparrós, nos recordó esta semana lo mucho que nos acostumbramos a creer que política es “esas cosas que hacen los políticos”, y por eso es por lo que nos desencanta tanto.
@HenryHoracio

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Comentarios:

Fernando
Fernando
2018-04-13 00:24:17
Estoy totalmente de acuerdo, la garajisacion de la politica ha sido nefasta, me gusto lo que paso en el centro democratico, que tenia a moderados y extremos en sus consultas y la gente escogio lo mas centro. encambio gente como veargas lleras que no solo se salido del partido liberal sino tambien de su propio movimiento para evitar consultas y responsabilidades es la muestra de lo que esta mal.

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